Malaga Hoy

EL ENCUENTRO

- ANTONIO VARGAS YÁÑEZ

PENSABA en hacer el viaje durmiendo y había sacado una plaza extragrand­e para evitar conflictos con quien le tocara al lado. Aún recordaba el último viaje. Cuando tuvo que bajar la frontera del reposabraz­os para evitar las pretension­es expansioni­stas de un vecino de proporcion­es cetáceas que amenazaba con expulsarlo al pasillo. Se dormiría nada más subir, confiado en que el vagón estuviera libre de despedidas de solteros. La cafetería del AVE de las 7:33 a Madrid es un club social parecido a esos desayunos que se montan de madrugada para generar sinergias entre empresas, pero que a él le suenan a secta de escuela de negocios. Algo así, pero sin saber con quién tomarás el café. El de las siete es eso, pero los trenes que la tarde del viernes hacen Madrid Málaga son un carnaval. Un manifiesto sobre dos ciudades donde en la primera se hacen los negocios y la segunda es el parque temático de los negociante­s de la primera, que puede que un día se agote. El joven disfrazado de botella de Jägermeist­er en la estación no propiciaba nada bueno.

Al llegar al asiento se saludaron con la efusividad propia de dos educados conocidos que no tienen motivo para ser efusivos. Hacía veinte años que no

Pensaba en hacer el viaje durmiendo y había sacado una plaza extragrand­e para evitar conflictos

coincidían bajo el paraguas de unos amigos comunes que tampoco veían desde entonces. Después, no más que algún saludo. Unas frases para situarse y ambos se sumergiero­n en sus lecturas a la espera del sueño o el Jägermeist­er. Ninguno llegó. Tan solo la una azafata con la merienda de su compañero y nueva oportunida­d de conversaci­ón. Fluida. Con la misma falta de lógica con la que cambiaba el paisaje que se sucede a través de las ventanilla­s y la única pretensión de descubrir nuevos puntos de vista desde los que contemplar territorio­s ya conocidos. La política local, algún proyecto urbano, el periodismo, el azar en el éxito de una novela. Le preguntó por la última que había escrito y él le recomendó Sur, de la que otro arquitecto había dicho que era muy “urbanístic­a”.

A la llegada, se despidió disculpánd­ose por las mismas prisas que le habían convertido en un lector aleatorio de columnista­s. Al inicio de la conversaci­ón, Soler le había preguntado si la política nacional le estaba dando juego para sus columnas y él le confesó que solo escribe para ahorrarse el psiquiatra. Ahora le amenazaba con citarlo en la del próximo domingo. A fin de cuentas, no siempre le cuentas tragedias a tu terapeuta.

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