Malaga Hoy

Málaga: el mayor privilegio

● Es fabuloso sentirse la envidia de todo el mundo, pero lo importante no es ya tanto saber a qué precio como la valentía de levantar la alfombra y comprobar qué se ha quedado ahí debajo

- PABLO BUJALANCE @pbujalance

LO malo de ir a la panadería a ciertas horas es el riesgo de tener que guardar una cola propia de discoteca antigua. Sobre todo si vas en fin de semana, cuando el personal no se contenta con la barra diaria sino que aprovecha para llevarse a casa (o a donde considere) todo tipo de caprichos dulces y salados. Así que allí estaba yo, a la espera, armado de paciencia, dispuesto a responder “yo” cuando la siguiente en arrimarse preguntara quién era la última, dando vueltas y más vueltas a las tres monedas que naufragaba­n distraídas en mi bolsillo. Dado que no tenía mucho más que hacer, decidí afinar el oído, planchar la oreja y prestar atención a la conversaci­ón que las dos vecinas que me precedían mantenían con serena complicida­d, ambas con veteranía suficiente como para no andarse con tonterías, bien plantada y maquillada una, de aspecto más descuidado y perrito en brazos la otra. Creí entender que se referían a la hija (o la nieta) de una de las dos, o tal vez de una tercera en discordia, pero, en cualquier caso, la susodicha había solicitado una tasación de su vivienda, al parecer en el mismo barrio, por algún motivo que no logré identifica­r pero que tampoco resultaba difícil de imaginar; y, según comentaban aquellas dos mujeres cómplices, la operación había dejado bien satisfecha a la interesada, que se encontró, al parecer, un precio superior al esperado. Y fue entonces cuando vino lo bueno: “Es que hay que ver, resulta que nuestras casas ahora valen un dineral”, suspiró la primera, a lo que respondió la segunda: “Quién nos lo iba a decir, hace nada parecía que vivíamos en el culo del mundo y ahora resulta que tener un piso en Málaga es un privilegio”. Recordé, de inmediato, algunos análisis, ciertas intervenci­ones de expertos financiero­s en varias tertulias y diversas columnas de opinión que valoraban de manera positiva la espectacul­ar alza del precio de la vivienda en Málaga, a la cabeza de España, porque de esta manera los ciudadanos veían revaloriza­das sus propiedade­s en un porcentaje nada desdeñable, lo que, al cabo, entrañaba jugosas oportunida­des de crecimient­o económico para tales beneficiar­ios potenciale­s. Dicho de otro modo: si dispones de una vivienda en propiedad y estás dispuesto a especular con ella sin muchos miramiento­s, enhorabuen­a, estás en racha. Otra cosa es que adquiriera­s una casa en su momento, hipoteca mediante, con la única intención de vivir en ella, aunque, ya se sabe, en todas partes hay gente excéntrica. Pero sí, es cierto: tener una vivienda en propiedad hoy en Málaga es un privilegio. Y ya se sabe que, si es un privilegio, nunca puede ser un derecho: si un bien es exclusivo, no puede ser de todos, y viceversa.

Me resultó significat­ivo el hallazgo, replicado en la calle, de los argumentos con los que ciertos líderes del cotarro han querido hacer ver a la población en los últimos años que la subida disparada de los precios de la vivienda no anunciaba una nueva burbuja, sino una estupenda ocasión de negocio. La diferencia es que, por la deriva posterior de la conversaci­ón, no me pareció que estas mujeres tuvieran muchas ganas de poner sus viviendas a la venta y probar suerte. Por supuesto que da gustito saber que la residencia por la que has trabajado tanto tiene ahora más valor en el mercado. Pero tampoco sienta mal la seguridad de que nuestros hijos podrán aspirar a tener su propia vivienda aquí, si lo desean, por mucho que se vayan a estudiar a Estados Unidos o a donde les dé la gana, sin tener que esperar a heredar la de sus padres. Y, sí, Málaga es ya esa ciudad que ha negado a la siguiente generación el derecho con tal de engatusar a la actual con el privilegio: hace sólo unos días, un informe de Idealista respaldado con datos del INE situaba a Málaga como la primera ciudad de España en cuanto a porcentaje de alquileres que superan el esfuerzo máximo recomendad­o para familias de ingresos medios. Sólo un 6% de la oferta disponible se ajustaría a ese esfuerzo: por lo demás, el precio medio para una vivienda de dos habitacion­es alcanza ya los 1.028 euros mensuales, mientras que la disponibil­idad real de lo que se entiende como ingresos medios debería situar ese precio en 755 euros. En cuanto a la compra de vivienda nueva, la imposición del modelo de alto standing aplicado en los nuevos rascacielo­s, inclinado igualmente a la especulaci­ón, junto a la carestía de vivienda pública, conforman un paisaje colosal. Se da aquí una paradoja estimulant­e: la misma población que se creía clase media a cuenta de la revaloriza­ción del precio de su vivienda se encuentra con que no llega a clase obrera cuando se trata de adquirir o alquilar una. Y es que la especulaci­ón, ay, siempre fluye en la misma dirección: menudos ilusos los que se creyeron con derecho al pastel por haber comprado un piso de mierda hace treinta años.

El liderazgo de Málaga en estos rankings (como sucede con cualquier otro escaparate en cualquier otro ámbito) no obedece a una circunstan­cia sobrevenid­a, ni a un milagro inesperado, sino a un trabajo concienzud­o y bien hecho. Se trataba de poner la ciudad en venta,

Se trataba de poner la ciudad en venta, pero sólo entre la clientela adecuada

pero sólo entre la clientela adecuada. Al mismo tiempo, el juego consistía en despertar la ilusión de que todo el mundo saldría ganando, con tal de obtener el favor político de la mayoría, hasta que la evidencia cayera por su propio peso, ya demasiado tarde. La estrategia salió bien: Málaga ha quedado reforzada en un contexto bien delicado, los inversores idóneos apareciero­n en el momento oportuno y las cuentas cuadran. Cuando la ciudad presumía de su sostenibil­idad, hasta el punto de aspirar a una Exposición Internacio­nal con este argumento, iba en serio: su calidad de vida es, ciertament­e, envidiada en todas partes. Sólo había un matiz ligerament­e adverso, el que tenía que ver con esa mayoría social finalmente excluida, la misma que ahora no puede pagarse la casa en la que vive, la que se ve abocada a hacer las maletas o a quedar barrida bajo la alfombra y que hace veinte años aplaudió a rabiar la peatonaliz­ación del centro. Shylock advirtió a los malagueños del montón de que la historia de éxito nos costaría una libra de carne de nuestro propio cuerpo y no ha tardado en reclamar la deuda. Era una historia de éxito, sí. Pero sólo para unos pocos.

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JAVIER ALBIÑANA Menudo trajín se trae la clase media.
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