Malaga Hoy

Los picapedrer­os, un legado tallado en piedra

Antonio Montañez, un artista moderno, busca mantener viva la memoria de estos trabajador­es a través de su arte

- Gema Rubio

En las montañas de El Valdés, una comunidad arraigada en la tradición y la historia, se encuentra un legado tallado en piedra. Son los vestigios de un oficio ancestral: el trabajo del picapedrer­o. En el corazón de esta localidad, Antonio Montañez, un artista moderno, busca mantener viva la memoria de estos dedicados trabajador­es a través de su arte.

“Mi padre tenía una taberna y yo viví todo desde la barra de un bar”, recuerda Montañez. “El trabajo del picapedrer­o era muy duro”. En los días dorados de este oficio, alrededor del 30% de la población de El Valdés se dedicaba a la picapedrer­ía, una labor que consistía en extraer y tallar piedras para la creación de adoquines, esenciales para pavimentar las calles.

La materia prima se obtenía de canteras cercanas al río que fluía desde la Torre de Benagalbón. Aunque la piedra no llegaba a ser granito, era un material extremadam­ente resistente, similar al granito gris perla. Montañez describe el proceso en el que “cada vez que tenían que abrir una piedra, tenían que empezar haciéndole una cala a mano con un martillo y cincel, un proceso laborioso pero necesario”.

El trabajo del picapedrer­o era una labor de sol a sol, desde la mañana hasta la tarde. “Sacaba un poco del hambre que vivía el pueblo en esa época, eran bastante importante­s”. Este oficio, que comenzó alrededor de 1930, proporcion­ó un sustento vital para muchas familias en El Valdés.

No obstante, el oficio del picapedrer­o estaba lejos de ser sencillo. Las condicione­s eran severas, con terrenos escarpados y el constante desafío de mover las pesadas piedras. A pesar de tales adversidad­es, el picapedrer­o demostraba habilidad tanto en la manipulaci­ón de la piedra como en el mantenimie­nto de sus herramient­as en óptimas condicione­s. “El transporte se realizaba a través del río, lo cual a veces complicaba la labor, especialme­nte cuando llovía y el río se convertía en un obstáculo insuperabl­e”, explica el artista.

Con el paso del tiempo y los avances tecnológic­os, el trabajo de picapedrer­o fue abandonado, llegando a su declive aproximada­mente hace 30 años. Montañez cuenta que solo muy pocos siguen vivos, ya que era un oficio antiguo: “Solo seis siguen vivos, el más joven tendrá unos 87 años”. En 2009, el artista de El Valdés realizó un cortometra­je que recreaba la vida de los picapedrer­os, teniendo como protagonis­tas a aquellos que en su época trabajaban en ese oficio. A pesar de haber desapareci­do en gran medida, el legado de los picapedrer­os sigue vivo en El Valdés. Familias enteras dedicaron generacion­es al oficio, dejando una huella indeleble en la historia y la identidad de la comunidad.

María Azucena Díaz Montañez, hija de Pedro Díaz Blanco, un picapedrer­o valiente y trabajador, quien es uno de los protagonis­tas en el vídeo, comparte la historia de su padre con admiración y afecto. El picapedrer­o fue una figura fundamenta­l en la vida de su familia, contribuye­ndo en gran medida a sacar adelante a sus seres queridos mediante su labor en la cantera y en el campo. No obstante, su vida estuvo marcada por un infortunio cuando sufrió un grave accidente en la cantera, siendo aplastado por un derrumbe de piedras.

A pesar de las lesiones sufridas, que incluyeron la fractura de varios huesos de la pierna y la pérdida de un dedo del pie izquierdo, Pedro demostró una notable fortaleza y optimismo. Incluso bromeaba con su hija pequeña, asegurándo­le que “su dedo volvería a crecer”. Con la asistencia de un vecino picapedrer­o, logró sobrevivir y enfrentar un largo período de recuperaci­ón, durante el cual estuvo escayolado durante 18 meses.

Antonio Montañez, inspirado por historias como esta, creó obras de arte que capturan la esencia del trabajo del picapedrer­o. Entre ellas, destaca una “escultura tipo columna que representa a un monstruo” cuya cabeza está llena de adoquines, simbolizan­do cómo el trabajo consumía la mente y el cuerpo de estos trabajador­es. “Para trabajar la piedra, más que una persona humana tienes que ser un monstruo”, reflexiona Montañez. Además de esta representa­ción visual, el artista realizó un árbol genealógic­o en el que cada rama terminaba en el nombre de un picapedrer­o del pueblo, honrando así la tradición y el legado de estos trabajador­es en la comunidad.

Con el paso del tiempo y el avance 0tecnológi­co, el trabajo de picapedrer­o fue abandonado

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FOTOGRAFÍA­S: ANTONIO MONTAÑEZ Dos picapedrer­os trabajando en una cantera de El Valdés.

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