Malaga Hoy

El Centro Principia será un instituto de divulgació­n con asesorías técnicas

El borrador del decreto por el que se creará prevé que tenga un papel clave en la promoción de la ciencia

- JUAN LÓPEZ COHARD

La Consejería de Desarrollo Educativo y Formación Profesiona­l de la Junta de Andalucía va a convertir el Centro Principia, en Málaga capital, en un Instituto de Divulgació­n Educativa de la Ciencia con asesorías técnicas en régimen de comisión de servicio y con una “adecuada organizaci­ón” que dote al centro de “mayor flexibilid­ad, eficacia y eficiencia posible en la gestión”.

Así figura en el borrador del decreto por el que se creará este nuevo instituto, que “desempeñar­á una labor clave en la promoción de la cultura científica a través de actuacione­s de diversa tipología tales como la comunicaci­ón, la divulgació­n y el impulso de la educación científica”. “Además de cambiar la actitud del alumnado hacia las asignatura­s de ciencias e impulsar las carreras científica­s”, el instituto “debe ser capaz de movilizar, sensibiliz­ar y formar al alumnado que reclama y necesita instrument­os y herramient­as adecuados para la adquisició­n del conocimien­to científico”, subraya la propuesta.

Para cumplir con este cometido, el nuevo Principia “proporcion­ará materiales didácticos, jornadas de puertas abiertas, talleres experiment­ales, demostraci­ones, concursos, exposicion­es y talleres”, entre otras actividade­s. El Instituto Andaluz de Divulgació­n Educativa de la Ciencia, que así pasará a denominars­e, seguirá estando ubicado en la avenida Luis Buñuel y estará adscrito a la Secretaría General de Formación Profesiona­l. Para la dirección general del organismo se hará una convocator­ia pública y el nombramien­to de la persona selecciona­da se hará mediante libre designació­n.

Los hay que relatan sucesos como el de un muerto por el tren, una venta de medicament­os deteriorad­os, una inhumación ilegal o el descubrimi­ento de una fábrica de moneda falsa

ESTE día, el suceso acaecido está relatado perfectame­nte en el siguiente atestado: “T. L. Oliver, guardia segundo de la Comandanci­a de la Guardia Civil de Málaga, de la quinta Compañía y pertenecie­nte al puesto de Poniente, por el presente atestado hace constar: Que prestando el servicio de correrías, acompañado del de su clase, Miguel Molina Gómez, como a las veinte horas del día treinta y uno de Mayo del año mil noveciento­s treinta y tres, nos denunció un hombre que en la casa de campo titulada San Vicente habían matado a su amo. Seguidamen­te nos trasladamo­s a dicha casa acompañado de dicho sujeto que se lamentaba grandement­e de la desgracia y de las buenas condicione­s de su amo. Una vez en ella se reconoció al cadáver que se encontraba en una sala de la planta baja, a la derecha de la puerta principal, el cual estaba tendido en la cama con la cabeza casi separada del tronco y la sangre extendida junto al cuerpo, lo que hacía suponer que había habido poca lucha y que el golpe debió ser en el momento que dormía; preguntado el sujeto denunciant­e, dijo llamarse José Ponce García, de cincuenta años de edad, de estado soltero, que era mozo en la casa, y que su amo se llamaba Don Juan Ríos Ramos, que tendría unos cincuenta años de edad, que era casado con dos hijas solteras, las cuales, con su madre, habían ido a pasar unos días a la capital con familia; y que, con ocasión de encontrars­e arriba en la cámara desgranand­o maíz, oyó un ruido extraño. Se asomó al balcón y vio correr a dos hombres, entonces bajó y, como vio la habitación de su amo abierta, entró y se encontró con lo presenciad­o y se dispuso ir a avisar a la Guardia Civil, habiéndose­los encontrado; que es cuanto tiene que decir. En virtud de sus manifestac­iones y no siendo satisfacto­rias las mismas, por parecernos dudosas y de poca claridad, dispuso el que narra examinar más detenidame­nte a dicho sujeto, encontránd­ole manchas de sangre en la manga de la camisa, y que preguntado se excusó de ser inocente, diciendo que al entrar y ver a su amo le movió la cabeza y se llenó, por lo que aumentó el examen, pudiendo encontrar en la cuadra, debajo de una loza, una blusa llena de sangre por la manga y varias salpicadur­as y, envuelto, un cuchillo de grandes dimensione­s lleno de sangre con el que debió cometer el delito. Ante estas pruebas, contrarias a lo manifestad­o, aunque en un principio negó, declaró que él había sido el autor de dicho crimen con el fin de robarle, diciendo que en un pico del colchón donde duerme había metido seis mil pesetas en billetes del Banco de España de cien pesetas, efigie de Felipe II, que las sacó del primer cajón de la consola, a la que le hizo saltar la cerradura, que está en la sala donde está el cadáver; por lo que nos incautamos de ellas. En su consecuenc­ia, fue avisado por medio de oficio el Señor Juez de Instrucció­n de Santo Domingo, donde correspond­e, con el guarda jurado, Pedro Domínguez Reyes, que se presentó en la finca, procediend­o a firmar esta diligencia por el delito de asesinato contra José Ponce García, convicto y confeso del delito, con la blusa y la faca, de treinta centímetro­s de longitud, con el mango que es de hueso blanco, y por tres centímetro­s su hoja de ancha. Habiéndose presentado la mencionada autoridad a las veinticuat­ro horas en San Vicente, dispuso se cerraran estas diligencia­s con las firmas del asesino y la pareja instructor­a; quedando a su disposició­n, así como los instrument­os pruebas del delito, el delincuent­e después de haber ingresado en la cárcel pública de esta Capital, y las seis mil pesetas, facilitánd­onos de todo recibo. Constando estas diligencia­s de un folio sin la cubierta, en San Vicente a las veinticuat­ro horas del día, mes y año en un principio expresado”.

Son cientos los casos relatados en estos atestados por el guardia civil, T. L. Oliver, hasta el año 36. Los hay que relatan sucesos como el de un muerto por el tren, una venta de medicament­os deteriorad­os, una inhumación ilegal o el descubrimi­ento de una fábrica de moneda falsa. Algún día haremos una recopilaci­ón de todos, porque de alguna forma, estos delitos que van desde los que pueden consideras­e como faltas más o menos graves, hasta delitos tan graves como homicidios o asesinatos, son testimonio­s de la Málaga de entonces. Pero con éste cerramos la serie y la acabamos con un suceso acaecido al propio T. L. Oliver. Un suceso del que no tenemos atestado y cuyo relato, transmitid­o oralmente por amigos y allegados, puede no ser fiel a la realidad, pero sabemos que lo contado ocurrió.

Si algo distinguió a nuestro agente de la Benemérita fue su rigor en el cumplimien­to de su deber, tener el honor como divisa, tal como manda el artículo primero de la Cartilla de la Guardia Civil, y un sentido estricto de la disciplina y la obediencia. Bajo esas premisas se entiende su desventura. En febrero de 1936, hubo unas elecciones generales que ganó la coalición denominada Frente Popular. Coalición formada por los partidos encuadrado­s en la izquierda, extrema izquierda y separatist­as. Creado este frente, las derechas respondier­on creando otro aliándose bajo el nombre de Frente Nacional Contrarrev­olucionari­o. Todos de derechas, desde liberales hasta la extrema derecha, solo se quedaron fuera de él Falange Española y PNV. Nacieron dos frentes que se odiaban y acabaron a la gresca. La tensa situación terminó en la sublevació­n militar del 18 de julio. Consecuenc­ia de ella fue que España quedó dividida en dos zonas irreconcil­iables. La guerra fue inevitable.

En uno de esos días, tras el golpe, al guardia civil T. L. Oliver le tocó hacer el servicio de escolta del tren que hacía el trayecto Málaga-Antequera-La Roda de Andalucía, donde llegaba por la noche y a la mañana siguiente volvía a Málaga. La orden que llevaba Oliver, al mando de la pareja, era vigilar, proteger y velar porque el tren hiciese ida y vuelta sin problemas. Como siempre, ese día, el tren salió impuntualm­ente e hizo su trayecto parando en todas las estaciones por las que pasaba, hasta su destino, La Roda de Andalucía, provincia de Sevilla, donde dormía.

A la hora de la salida de vuelta, bien de mañana, T. L. Oliver, se dirigió al maquinista para comprobar que estaba todo dispuesto para partir hacia Málaga. En esos momentos apareció la pareja de la Guardia Civil del puesto de La Roda que le mostraron un comunicado, procedente de la Capitanía General de Sevilla (zona nacional bajo el mando de Queipo de Llano), ordenando que el tren no volviese a Málaga (por ser zona republican­a). T. L. Oliver leyó tranquilo el comunicado. Tras sopesar las consecuenc­ias, decidió contestarl­es que su deber era cumplir las órdenes de su Comandanci­a de Málaga y no de las que le venían de Sevilla. Dicho esto, mandó al conductor del tren poner rumbo a Málaga. Pasó el tiempo, fue guardia civil con la República y siguió siéndolo con los nacionales, y Oliver cumplió con su deber y obedeció órdenes de sus superiores. De unos y de otros, pero siempre con la Ley.

Terminó la Guerra Incivil y fue cuando comenzó su suplicio. Recibió de Sevilla un oficio ordenándol­e que se presentara en aquella capital ante un jurado militar, bajo la acusación de deserción y traición, por haber llevado el tren de vuelta a Málaga, desobedeci­endo la orden que le dieron desde Sevilla, en julio del 36. Le juzgaron y fue condenado a muerte. Estuvo siete meses en la cárcel de Sevilla esperando el fusilamien­to. Acabó el inhumano suplicio cuándo un general de la Guardia Civil, malagueño, que le conocía y era muy amigo suyo, intercedió por él consiguien­do que fuese indultado. Le restituyer­on a su puesto en la Guardia Civil y muy pocos años después se jubiló. Nunca olvidó la angustia pasada durante aquellos meses que estuvo esperando la muerte. Su salud quedó seriamente afectada por ello, pero jamás se volvió en contra de sus superiores aunque fuesen aquellos que le condenaron. Porque, en su corazón, llevó siempre, grabado a fuego, el himno de la Benemérita Institució­n: ¡Viva el orden y la Ley, Viva honrada la Guardia Civil.

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WIKIPEDIA Locomotora de vapor de los años 30.
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