Malaga Hoy

Masayo, la saetera japonesa

● Hace dos semanas, esta enamorada del flamenco, cantó en la Catedral ● “Ha sido un sueño”, dice emocionada

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VIENE de una cultura diferente, con un idioma distinto y hasta con otra escritura. Por eso sorprendió el pasado 8 de marzo, cuando cantó dos saetas nada menos que en la Catedral de Málaga. Masayo Susa –nacida en Japón y de “alma andaluza”– las entonó sacándolas de lo más profundo de su corazón. “No tengo ninguna religión; no soy católica y tenía miedo”, confiesa. Cuenta que la idea fue de su profesor de flamenco del Conservato­rio. Al principio, cuando se lo sugirió dijo que no. Pero poco después cambió de parecer. “Con respeto, voy a intentarlo”, se animó.

Así que se preparó dos saetas muy a conciencia. Cuando llegó el día, sus ojos rasgados se entrecerra­ron en ese gesto típico de quien arranca las notas de lo más hondo de sus sentimient­os. “Cantar en la Catedral ha sido un sueño, como estar en una nube”, reconoce. Fue en la VII Exaltación Saeta, Oración Cantada, que forma parte del concurso organizado por la Peña Recreativa Trinitaria y la Escuela de Flamenco de Málaga, el concurso de saetas más importante y más antiguo de España.

“Le mandé el vídeo a mis padres y se sorprendie­ron de que hubiera cantado en un lugar tan importante como la Catedral. Mi madre me digo ‘estoy muy orgullosa de ti’”, cuenta esa saetera nipona de 50 años que ama el flamenco desde que lo descubrió en su juventud. Cuando se le pregunta si piensa arrancarse con una saeta callejera en esta Semana Santa, contesta que no cree. “Soy demasiado tímida. Además, tengo que trabajar todos los días”, ríe.

Su romance con el cante flamenco comenzó hace mucho tiempo, en Tokio. Aprendió de la mano de Kohei Komori. Cuenta que trató de aprender también a bailar para llevar mejor el compás. “Lo intenté, pero era dificilísi­mo. Sigo queriendo aprender baile, pero ahora no tengo tiempo”, relata. Aquella pasión por el flamenco la trajo hace 20 años a Cádiz. Entonces, como turista. Pero aprovechó aquella visita para apuntarse a unas cuantas clases de español. Estuvo unas semanas y se volvió a su país. Hasta que se enteró de que en un hotel de Torremolin­os necesitaba­n una cocinera que hiciera comida japonesa para su clientela nipona. No se lo pensó mucho e hizo las maletas con la intención de pasar un par de años en España, conocer mejor su cultura, su gente y cómo no, el flamenco. Así llegó al hotel Luna, ya desapareci­do.

Según relata El Confidenci­al, para exprimir sus ratos libres, se apuntó a la escuela de flamenco Antonio de Canillas, dirigida por Virginia Gámez, su profesora. “Me gusta cantar f lamenco, cuando comencé me sentía genial. Pero me cuesta trabajo entender las letras. Por la pronunciac­ión y por el significad­o. No es fácil”, admite. No sólo se atreve con las saetas, como recienteme­nte demostró en la Catedral. También canta por malagueñas o soleas.

Incluso estudia Cante Flamenco en el Conservato­rio Profesiona­l de Música Manuel Carra, en Ciudad Jardín. Está en el segundo año. “Pensé que era raro aprender flamenco en el Conservato­rio, pero mis amigos me animaron”, comenta. A tenor de sus notas, es muy buena alumna. “El año pasado fueron todos 10. Este año tengo nueves y ochos”, señala.

Cuando se le pregunta de dónde le viene tanta pasión por el flamenco y por qué canta esta música que está en las antípodas de las tradicione­s niponas, piensa unos segundos. Responde que le llena. “Pero siempre lo hago con un poco de miedo porque no es mi cultura y con mucho respeto”, añade.

Tantos años empapándos­e de Andalucía y de los diferentes palos del flamenco que hasta tiene sus artistas favoritas. Son Estrella Morente y Fernanda de Utrera. Pero por encima de todo, más allá de las figuras artísticas, pone el énfasis en sus profesores: Virginia Gámez, de la Federación de Peñas Flamencas, y Francisco Bonela hijo, del Conservato­rio.

Aunque venía por un par de años y ya lleva ocho, dice que por ahora no se vuelve a Japón: “Siento que voy a quedarme aquí, de momento”. Vive en el barrio de Cruz de Humillader­o, en la capital; una zona muy multicultu­ral. Así que tiene amigos de medio mundo. Trabaja en el restaurant­e Kosei Ramen, de calle Carretería. Explica que lo que más le gusta de Málaga es el ambiente, la vida junto al mar y “la buena gente” que tiene a su alrededor, entre los que incluye a sus profesores y sus amigos. Pero, habiendo nacido y crecido en otro país, claro que echa de menos algunas cosas de Japón. “Mis amigos y la comida”, confiesa.

Sobre su experienci­a de cantar un par de saetas en la Catedral, admite que fue una vivencia única, conmovedor­a por todo lo que esta música significa para ella. “Pero también porque es un edificio muy bonito, porque la Catedral es una maravilla y porque suena muy bien”, añade. Masayo cuenta que sus padres han venido a visitarla por lo que ya conocen Málaga. No descarta que alguna vez, cuando ella vaya a Japón, cante allí una saeta a sus amigos o alguna pieza de otro palo del flamenco. Dice que no tiene religión, pero quizás la haya encontrado a su manera en este cante que, por ahora, la amarra a Málaga con esas ataduras tan invisibles como poderosas que son las emociones y los sentimient­os.

Vino a Málaga en 2016 atraída por su pasión por el flamenco y, por ahora, no se vuelve a Japón

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Masayo Susa cantando.
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Masayo vive en Málaga desde hace ocho años.

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