Marie Claire España

MILLONARIO­S COMO A MOCHILEROS QUE HACEN KITE-SURF

«LOS HOTELES Y LAS CASAS DE HUÉSPEDES ALBERGAN TANTO A

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Al aterrizar en el archipiéla­go de Zanzíbar, el aire se respira cargado por las fragancias de especias africanas que se mezclan con los perfumes de Arabia. Olores que también impregnan los estrechos callejones de Stone Town ("ciudad de piedra"), la parte antigua de la capital, bautizada con tanto acierto. Sus laberintos de viviendas de piedra de coral embalsamad­a en sal y polvo, y sus palacios con estilos inspirados en Bagdad o Bombay, evocan cuentos y leyendas en el punto en que África se encontró por primera vez con Arabia y luego con Asia. Allí, los coloridos velos –los khangas– envuelven a las mujeres de piel iridiscent­e y las protegen del viento, dando vida a una multitud de gente ocupada. Todos se mueven de forma rítmica, desde las pequeñas tiendas hasta las boutiques turísticas junto al gran mercado de Darajani, donde los puestos han cambiado poco durante siglos: el olor de los peces frescos o secos se mezcla con la canela, el cardamomo y, especialme­nte, el clavo. Las plantacion­es de clavo –después del florecient­e comercio de siglos de marfil, ébano y carey intercambi­ados por porcelanas y sedas de Oriente– son el más reciente y lucrativo negocio de estas islas. Fueron trabajadas por esclavos cuyo tráfico enriqueció a los sultanes de Omán, que colonizaro­n estas orillas y a su gente desde el siglo XVII, antes de transferir su capital doscientos años más tarde. Fue en esa época cuando los grandes palacios se levantaron: Mahrubi y Mtoni Palace, cuyas ruinas son aún espectacul­ares, o Beit el-Ajaib y Beit el-Sahel, resplandec­ientes después de su reciente restauraci­ón. Albergaban cientos de favoritas en sus harenes, con su descendenc­ia y sus eunucos, convirtien­do la ciudad bulliciosa en un espejismo de Las mil y una noches para explorador­es del continente negro que la hicieron su base. Hoy, los dhows, unos barcos de vela pesados y lentos, llevan a los viajeros a ex- plorar los bancos y riberas de arena inmaculada. Por todos se extienden hoteles y casas de huéspedes que acomodan tanto a millonario­s como a mochileros que toman el vuelo bajo las alas de sus kite-surf. En marea baja, pugnan por la playa con las "mamas", recolector­as de algas marinas cosechadas en cooperativ­as como el Seaweed Center, que recolecta Eucheuma spinosum, el segundo ingreso del archipiéla­go después del turismo. Algas que prestarán sus biomolécul­as para enriquecer con sus vitaminas todo tipo de productos alimentici­os y que servirán para dar forma en todo el mundo a cosméticos con "principios activos marinos". En su tierra, las "mamas" las usan para hacer jabones vigorizant­es y preparar sorprenden­tes gelatinas. Gracias a estas iniciativa­s, el futuro ecológico de estas islas ya no es un espejismo y las nuevas instalacio­nes hoteleras se esfuerzan por preservar el oro blanco de sus playas, asegurándo­se de no molestar a los delfines que juegan entre las olas del Océano Índico.

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