Marie Claire España

«MI VIDA HA CAMBIADO

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Desde luego que homenajear a unas personas que asesinaron o contribuye­ron con su acción a que fueran asesinadas otras personas no ayuda mucho a recomponer los lazos sociales y a facilitar la convivenci­a, ya que esto sigue siendo un aplauso a la agresión y desde el punto de vista humano me parece reprobable en todos los sentidos. Por suerte, también se producen hechos que son más alentadore­s, como que el alcalde de Bildu tuviera el coraje y la decencia de participar en el homenaje a las víctimas de su localidad o que el otro día, uno de los representa­ntes de la izquierda abertzale fuera al homenaje a Isaías Carrasco. Estos gestos contribuye­n a pensar que es posible que convivamos juntos, sin agredirnos, sin insultarno­s.

G.N.: Usted cuenta que en la casa de sus padres había mucho afecto pero ni un solo libro. ¿En qué momento descubre que las palabras le pueden suponer un ascensor social para salir de ese mundo del que usted quiere huir?

F.A.: Esa reflexión me la hice a los 14 o 15 años. Yo le debo mucho a mi padre en el sentido de que él fue para mí un contraejem­plo. Él era obrero en una fábrica, trabajaba muchas horas y apenas lo veíamos. Llegaba a casa muy cansado. Una vez lo visité en la fábrica; aquel día se había producido un escape y lo recuerdo con el agua hasta los tobillos. Entonces comprendí que aquello no es lo que yo quería para mí. Tuve una iluminació­n que también se la debo a mi padre. Él nos contaba escenas de la fábrica, su conversaci­ón con el encargado o el jefe, y yo comprendí que los que estaban por encima de mi padre hablaban mejor que mi padre. Ydemás las palabras son baratas, como yo digo. Si uno adquiere el dominio de los idiomas, si adquiere conocimien­to, tiene la capacidad de hacerse a sí mismo y de tener criterio propio. Y pronto me di cuenta de las repercusio­nes positivas que tenía en mí el acercamien­to a la cultura y a los libros. Por ejemplo, yo notaba el éxito que tenía con las chicas. Cuando uno por ejemplo les decía un poema o se expresaba con cierta altura lingüístic­a. Y entonces concebí el sueño de ser escritor a los 15-16 años, y toda mi vida consiste en cumplir mi sueño.

G.N.: ¿Y su padre lo aprobó enseguida?

F.A.: Yo tuve de mis padres un apoyo enorme. Me pagaban mis libros, me costearon la universida­d a costa de sacrificio­s y, en cierto modo, les debo a ellos también esta responsabi­lidad, este espíritu de trabajo que me persigue día y noche. Yunque yo pudiera estar todo el día en la cama, sería incapaz. En casa no había ni un piano ni un nivel cultural alto, pero sí había una

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que acababan de salir de la cárcel y volvían al pueblo y se volvieron a abrir las heridas. ¿Cuánto queda para que el País Vasco recupere la normalidad total? F.A.:

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