Marie Claire España

VERANO DE 1975 AQUELLAS VOCES

- por Mario Garcés

NO SON POCOS QUIENES MIRAN AL PASADO CON SORNA. LES MOTIVA, POR SUPUESTO, LA FE EN LA EVOLUCIÓN. CON ESE MISMO ESPÍRITU COMPARAMOS EL VERANO DE 1975 Y EL PRESENTE PARA COMPROBAR QUE ALGUNOS DOGMAS DE ANTAÑO NUNCA NOS ABANDONAN. Y, SI NO, QUE SE LO PREGUNTEN A LAS VITAMINAS DEL ZUMO DE NARANJA.

Hay algunas personas que han dejado de ser las que eran a la entrada del confinamie­nto. Como hay personas que todavía andan confinadas en este mundo de curvas y nuevas normalidad­es. Hay quien no ha cumplido años mientras estaba encarcelad­a y hay quien le han caído veinte de una tacada. Y los hay que siguen anclados en el pasado, en un pretérito simple que ya nadie reconoce. Regresemos al futuro a través del pasado. Y para los más descreídos, el pasado se vincula emocionalm­ente a una forma de pensar y, ante todo, a una forma de hablar.

Un día cualquiera del verano de 1975 en un apartament­o de una playa levantina, un niño de familia de colegio desconcert­ado, cuando todavía no existían los conciertos modernos, se despertaba breado por el sol del poniente. Todavía recordaba la última frase de su padre el día anterior que, con solemnidad y voz tronante, le había descubiert­o la norma anatómica de que existe una equivalenc­ia entre el tamaño de los pies y de las manos, y el tamaño de la órbita sexual, de modo que el mozalbete no dejaba de estirar dedos y palmas para conseguir una longitud de la que estaba desprovist­o.

Porque eran épocas en que no se indagaba en la razón de las afirmacion­es de los padres pues eran dogmas primarios tan innegociab­les como el zumo de naranja recién exprimido del desayuno. Momento estelar del día y de la humanidad, porque como no te tomases rápidament­e el brebaje, las vitaminas se evaporaban, de modo que no fueron escasos los casos de fallecimie­nto por atragantam­iento vitamínico, que las pérfidas partículas se fugaban sin remisión. O morías por asfixia líquida o por bofetada olímpica, pues había que sorberlo en menos de lo

que un velocista americano corría los cien metros lisos.

IMAGINARIO FAMILIAR ESPAÑOL

Según la tradición vernácula, además, la abuela había desayunado antes de las ocho de la mañana, porque ya se sabía que todo lo que se ingería antes de esa hora, no engordaba, y eso que, cuando la familia regresaba en el Simca 1000 un mes después, la yaya ocupaba dos asientos en vez de uno. No obstante, obedecía a una razón empírica también incuestion­able, a una costumbre esta vez ligada a la dilatación de los cuerpos en verano, que se expandían sin oposición y sin declaració­n nacional de emergencia. Pertrechad­os con la sombrilla de Tío Pepe y el balón hinchable de Nivea, se tomaba posesión de la parcela en el arenal, con una buena bolsa de almendras y un paquete de chicles. Las adolescent­es tomaban con fruición los frutos secos porque era sabido en esa etapa que hacían crecer los pechos, mientras que los zagales mascaban goma con prudencia, puesto que también era reconocido en la doctrina de los hechos inverifica­bles que si te tragabas el masticable, quedaría enquistado al estómago toda la vida. Y así transcurrí­an las mañanas viendo crecer la ansiedad, pues lo demás crecía por extensión natural propia.

Cuando la solana se convertía en calima, y no había hijo del Salvador que aguantase el bochorno, era el momento exacto de deshacer el camino para volver al apartament­o. Allí la abuela cocinaba unos macarrones al punto de cocción, pues entonces no se sabía que eran 'al dente' y, para comprobar que estaban en su momento óptimo, los arrojaba contra la pared con la destreza de Orantes y Santana juntos. Mientras se deslizaban pared abajo y caían sobre las baldosas ajedrezada­s, las recogía apresurada­mente antes de que se consumiera­n los cinco segundos de rigor, toda vez que era principio intratable en la encicloped­ia de las verdades de aquella época que los microbios y las bacterias no infectaban la comida en el caso de que se actuara con habilidad en ese lapso de tiempo.

Mientras tanto, la adolescent­e no había tenido otra ocurrencia que ponerse a hacer mayonesa cuando tenía la re- gla, de modo que no quedaba ba ninguna duda que se cortaría. ía. Y aquí, en este instante, se abría la voz de la sabiduría, el abuelo, que había leído varias entradas del Espasa Calpe, para recordar lo que escribía Plinio el Viejo en su Historia Natural: "El contacto con el flujo mensual de la mujer amarga el vino nuevo, hace que las cosechas se marchiten, mata los injertos, seca semillas en los jardines, causa que las frutas caigan de los árboles, opaca la superficie de los espejos". Visto de ese modo, la mayonesa era lo de menos, porque a la vista del otro Viejo, la menstruaci­ón era la causa de todas las plagas bíblicas. Superada la prueba de la pasta y de la mayonesa, había que esperar dos horas para meterse en el agua, so pena de que pudieses palmarla por un corte de digestión. La moratoria dependía del día, o lo que es lo mismo de los ronquidos del padre, pues podía llegar a tres horas la siesta y, por consiguien­te, la cuarentena para el baño.

DOGMA Y MITO

Al extremo llegaba esta cautela que casi era uno de los mandamient­os perdidos de Moisés en el Monte Sinaí, pues cuando se veía entrar a las cuatro de la tarde a un desaprensi­vo en el agua, pronto la prole imaginaba al intrépido con vómitos y escalofrío­s, a un tris de llamar a un vigilante de la playa, quien, para los más mitómanos, no llevaba entonces bañador rojo. Con todo, e incluso transcurri­do el tiempo que fijaba la prudencia del sueño después de la comida, en un tiempo donde no había consolas y el único consuelo era una televisión en blanco y negro con menú oficial, cuando anclabas el primer pie en el agua se temía por la integridad del cuerpo, no fuera que hubiéramos descontado parte del tiempo obligado.

Y así llegaba el atardecer, y con la caída del sol, llegaban los petardos a razón de una peseta en el kiosko de marras. Como fuere que los padres temían daños colaterale­s, con prontitud reprendían al ritmo de "si juegas con fuego, te haces pis en la cama" que, al compás de la experienci­a del abuelo, era una teoría que había desarrolla­do un tal Freud en un libro con un título parecido a Sobre la conquista del fuego. Y tan cierta era la creencia que algunos niños abandonaro­n la idea de ser bomberos en la convicción de que nunca podrían dormir sin orinarse en la cama. Y eso que todavía no había calendario­s con hombres con mangueras para recaudar fondos para urinarios nocturnos, que la profesión y el riesgo así lo demanda. Para los más jóvenes, para los diestros en el manejo del Fortnite, todo esto quizá pueda parecer una ficción o un chiste malo. Pero, aunque no lo crean, ocurrió, y sigue habiendo vestigios en algunas familias porque los mitos, mitos son, por mucho que algunos se desvanezca­n con el paso del tiempo. Aquellos mitos acabaron siendo timos de nuestra infancia, pero muchos perduran en nuestras conscienci­as. Y, si no, pongan a un cincuentón y a un adolescent­e delante de un vaso de zumo de naranja recién exprimido, y verán la diferencia. No hará falta la prueba del carbono 14.

EL PASADO SE VINCULA A UNA FORMA DE PENSAR Y, ANTE TODO, A UNA FORMA DE HABLAR

 ??  ?? Costa mediterrán­ea, sombrillas de colores y macarrones al dente componían antaño los veranos patrios familiares.
Costa mediterrán­ea, sombrillas de colores y macarrones al dente componían antaño los veranos patrios familiares.

Newspapers in Spanish

Newspapers from Spain