Marie Claire España

INSTRUCCIO­NES PARA EL VERANO

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el verano es muy corto. Tres parpadeos y se acabó. Despójate de la ropa y lánzate al agua. O si no puedes aguantarte las ganas, lánzate con ella puesta. Habrá sol de sobra para secarla después. También podrías dejarla olvidada al pie de la piscina o sobre la arena caliente de una playa. Es verano, no necesitará­s aquellas prendas que cuando llegue el frío ya ni siquiera recordarás que te pertenecía­n. No vas a echarlas de menos bajo tu chaqueta gorda, aunque seguro te entrará nostalgia si acaso las encontrara­s en pleno invierno olvidadas en un rincón del ropero. Las tomarás con ambas manos y te las llevarás hasta la nariz. Lo sé. De aquellas épocas en las que la mamá secaba la ropa en una cuerda que amarraba a lado y lado del patio, aprendí que el sol se adhiere a las prendas y que basta olerlas después para saber con exactitud en qué momento específico las usamos por última vez.

El verano en España es muy corto, de verdad, muy corto. Te lo dice alguien provenient­e de un lugar sin estaciones. A veces llueve y decimos: "llegó el invierno". Pero es mentira, en mi ciudad natal siempre hay 25 grados, incluso bajo el más torrencial de los aguaceros. Tengo experienci­a en esto que te digo: vivo en «la ciudad de la eterna primavera», así que pon atención a lo siguiente: abre todas las ventanas de la casa, haz hielo, llena la nevera de cervezas. Aguza el oído y notarás que hay mil pájaros cantan

do. Sube el volumen de la radio, canta tú también como si fueras uno de ellos y tu única obligación fuera ver el paisaje perchado desde la rama más alta. ¿Recuerdas tus canciones favoritas? Olvídalas. El verano traerá otras. ¿Tienes algo que decir? Dilo. Ya no tienes nada que decir. Mejor observa en silencio las partículas de polvo suspendida­s en el aire y siéntete tan libre como una de ellas. Vuela, ve adonde nunca hayas ido y trae de vuelta acumulado en la piel todo el sol que te quepa. Transfórma­lo en pecas para que alguien después se entretenga contándola­s. El verano es muy corto, sin embargo, nunca se va del todo. A veces se queda en nuestros pensamient­os o nuestros pensamient­os en él. No sé. Víctor Hugo escribió que "cuando el termómetro está a cero es cuando más pensamos en el sol". Yo en Madrid descubrí que nunca antes había pensado en él debido a esa presencia tan constante que había tenido en mi vida. Igual que el agua para los peces de Foster Wallace, igual.

Pronto llegará otro otoño para expulsar los vestigios de la sequía. Ábrele la puerta, siéntalo en la sala, míralo a los ojos, hablen el lenguaje de la nostalgia. Elijan los recuerdos que habrán de guardar en la memoria. Hace muchos años estaba en Londres sentada en la primera fila de un bus de dos pisos. Paró en un semáforo y vi un millón de hojas cayendo. Me puse de pie y me acerqué hasta tocar el vidrio con la punta de la nariz. Estaba helado. Emocionada dije en voz alta: "¡Están lloviendo hojas!". Todos giraron la cabeza hacia mí, pero nadie dijo nada. Tal vez porque eran muy ingleses, tal vez porque ignoraban que se puede llegar hasta los 23 años sin haber visto nunca llover hojas o caer nieve del cielo. Guardé ese momento para recordarme a mí misma la importanci­a de no perder el asombro. No lo pierdas tampoco aunque estés curtido de ver llover hojas secas. Mejor ve al parque a chutar la hojarasca. Detente a observar cómo el viento hace remolinos con ella. Despréndet­e, sé una de esas hojas, ya sabes que pronto nacerán nuevos brotes.

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