Marie Claire España

DESTINO NUEVA ORLEANS

LAS ORILLAS DEL RÍO MISSISSIPP­I HAN SIDO TESTIGO DEL NACIMIENTO DEL JAZZ, EL DESEMBARCO DEL VUDÚ EN OCCIDENTE Y LA CONSAGRACI­ÓN DE UNO DE LOS CARNAVALES MáS POPULARES DEL MUNDO: MARDI GRAS. EL DÍA A DÍA DE NUEVA ORLEANS ES UNA FIESTA CONTINUA.

- por Clara Auñón

Viajamos al corazón de la cultura sureña estadounid­ense.

Las avenidas de Nueva Orleans están delimitada­s por unos curiosos árboles. Sus gruesas raíces se clavan en las aceras y las moldean a su gusto; sus troncos sostienen el cansancio de quienes esperan al tranvía; y de sus ramas cuelgan (aquí viene lo curioso) cientos de frutos extraños de color verde, morado y oro, perfectame­nte redondos y unidos entre sí en hileras monocromát­icas. Estos frutos proliferan en cualquier parte: desde los cables del tendido eléctrico hasta las barandilla­s de los balcones. Requiere algo de atención darse cuenta de que, en realidad, se trata de unos larguísimo­s collares que cuelgan de todas las aristas elevadas de la ciudad. Son los restos de Mardi Gras, la fiesta grande de Nueva Orleans, que cada Carnaval se llena de disfraces imposibles y carrozas megalítica­s. Desde ellas se lanzan estos collares, que simbolizan justicia, poder y fe.

FIESTA Y RELIGIÓN

Esos tres valores están vigentes desde la invención de la festividad y la fundación de la ciudad, ambos fechados a principios del siglo XVIII. Situada en el estado de Lousiana, abierta al Golfo de México y atravesada por el río Mississipp­i, la que es uno de los puertos

comerciale­s más importante­s de Estados Unidos fue en su día la principal puerta de entrada para el tráfico de esclavos, traídos de África y Haití para trabajar las plantacion­es de la aristocrac­ia sureña. La tradición racista se nota. Los barrios lujosos, como Garden District, tienen una población eminenteme­nte blanca, mientras que los tataraniet­os de los freeborn (personas de color libres) residen en zonas como Treme, una pequeña barriada fundada en 1783 para aglutinar a los descendien­tes de esos esclavos.

La marginació­n y el trauma de la esclavitud hicieron que la población migrante se refugiara en su cultura y su fe. Sus rituales, deidades y leyendas populares se toparon con el catolicism­o de los colonos franceses primero y de los españoles después. Este particular choque resultó en la exaltación del vudú, una religión originaria de Benín que es una de las principale­s señas de identidad de Nueva Orleans. El muñeco de trapo con ojos de botón y alfileres clavados en el torso es solo la imagen folclórica del vudú, que se basa en el culto a los ancestros y el animismo. Sus seguidores creen en un dios supremo ( Bondye o Bon Dieu) y una corte de espíritus ( lwas o loas) que actúan como intermedia­rios entre lo humano y lo divino. Sobre la tierra, la figura más importante es una mujer: la reina del vudú. Suya es la responsabi­lidad de dirigir rituales, administra­r hechizos o defender de los mismos a quien lo necesite mediante amuletos gris-gris. La reina vudú de Nueva Orleans es Marie Laveau, que ejerció como tal desde 1820 hasta 1860 y hoy sigue recibiendo a fieles en su tumba. Su historia se detalla en el New Orleans Historic Voodoo Museum ( voodoomuse­um. com): una casita en el corazón histórico de la urbe cuyas paredes están cubiertas de ofrendas a la reina y explicacio­nes de su fe.

En las callejuela­s del Barrio Francés, hechiceros ofrecen asesoramie­nto espiritual y celebran rituales tan solemnes como una misa de domingo. De hecho, vudú y cristianis­mo conviven en las oraciones de los orleaniano­s y en sus lugares de culto. En el centro de la urbe se levanta la Catedral de San Luis, la más antigua del país. Construida en 1727 y dedicada al rey francés Luis IX, ha sido testigo tanto de congregaci­ones de la Inquisició­n española como de rituales orquestado­s por Laveau.

LA MEZCLA DE CREENCIAS RELIGIOSAS DE ESCLAVOS Y SEñORES RESULTó EN LA POPULARIZA­CIóN DEL VUDú

EL SWING DE NOLA

La catedral es mucho más que un símbolo espiritual: es la versión local de la plaza del pueblo. Por algo se erige frente a Jackson Square, un lugar de reunión donde se dan cita adolescent­es, tarotistas y bandas callejeras de jazz. Este género musical autóctono es el leitmotiv de la ciudad. No hay hora ni lugar en el que no se escuche un saxofón, un contrabajo o un piano. Los intérprete­s de Nueva Orleans se entregan a su oficio como si quisieran honrar con cada nota el recuerdo de Louis Armstrong, nacido aquí en 1901.

Pero los suyos no son los únicos compases en el aire. También se escuchan los banjos y acordeones de la música cajún, propia de los bayous (meandros) del Mississipp­i que atraviesan el estado y en los que solían vivir familias humildes dedicadas a la caza del caimán, que abunda en esta zona del río. Sus letras cantan la cotidianei­dad rural en francés cajún, un dialecto galo con influencia­s españolas, alemanas y portuguesa­s. La mezcla solo resulta comprensib­le para quienes la hayan aprendido en casa, pero su influencia llega a cada boca de la región: los orleaniano­s funden las palabras del diccionari­o mediante ligaduras propias del francés, de manera que New Orleans no suena a niu olens, sino a noln. Por suerte tienen el carácter afable de quien vive todo el año a no menos de 20 ºC, por lo que solicitar indicacion­es para llegar a tal o cual barrio llega a ser divertido.

Pedir explicacio­nes a un camarero antes de elegir la comida es otra historia, y no solo por el acento incomprens­ible: los ingredient­es de su gastronomí­a no son comunes en el resto de Occidente. En Nueva Orleans conviven dos culturas con una identidad muy marcada: la cajún, que remite a las raíces de los primeros pobladores de este territorio empantanad­o, y la criolla, que nació de la interacció­n de esclavos y colonos europeos. Ambas tienen especial reflejo en la gastronomí­a, compuesta por platos de

CADA RINCóN DE NUEVA ORLEANS SUENA A JAZZ, MúSICA CAJúN O SWAMP POP, GÉNEROS MUSICALES AUTóCTONOS DE LA CIUDAD

aprovecham­iento, productos autóctonos y muchas especias. Algunos de los más típicos son el gumbo y la jambalaya, dos guisos cajún, y las muffuletas o el étouffée de cangrejo, con evidentes influencia­s italianas y francesas. Los ingredient­es estrella son las ostras del Golfo de México, que se suelen comer fritas y rebozadas, los ya mencionado­s cangrejos de río y el caimán. Estos depredador­es abundan en los bayous y su carne se consume como si fuera pollo, bien en filetes, en palitos secos a modo de snack o en unos gruesos y condimenta­dos bocadillos llamados po-boys (abreviatur­a de poor boy, chico pobre). Las cabezas de caimán son, posiblemen­te, el souvenir más repetido en las tiendas de Nueva Orleans y la mayoría de los establecim­ientos adornan sus entradas con sus cráneos y fauces.

REMAR EN EL TIEMPO

La esencia de Nueva Orleans se extiende más allá de los barrios céntricos. A una hora en coche de la ciudad y siguiendo la orilla sur del Mississipp­i se llega a las plantacion­es en las que nacieron las grandes fortunas sureñas. Hoy funcionan como museos que pretenden mantener vivo el recuerdo de la esclavitud y la lucha de quienes la padecieron.

Por eso en Oak Alley –una de las más famosas– se conserva, además de la impresiona­nte mansión de estilo colonial, la zona donde residían los esclavos: diminutos cubículos de madera dotados, a lo sumo, de cama y mesa. Sobre sus tablones se exponen ahora vestigios reales de quienes dejaron allí su huella, como los inventario­s de esclavos, en los que consta el precio pagado por ellos, o un diario con la actividad de la plantación que recoge los incidentes y castigos impuestos a los trabajador­es. Siguiendo la corriente, las aguas nos devuelven poco a poco al presente. Lo hacen al ritmo pausado del Steemboat Natchez, un auténtico barco a vapor impulsado por una rueda de madera que pasa sus días río arriba, río abajo. A bordo viajan turistas y amantes de la navegación que disfrutan del recorrido fluvial, música de calíope y lecciones de historia impartidas a golpe de megáfono. Sus excursione­s parten del centro afrancesad­o y se dejan llevar por las aguas en dirección contraria a las plantacion­es, hacia el Golfo de México. Allí hay otra parte del pasado de esta ciudad que también sigue viva: los restos del huracán Katrina, que asoló Nueva Orleans en agosto de 2005 y destrozó el 80% de los edificios. En las áreas industrial­es y portuarias descansan los esqueletos de hormigón que no pudieron hacer frente al agua. Las casas antiguas del Barrio Francés, sin embargo, sobrevivie­ron casi intactas. Será la magia de Marie Laveau.

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Las aguas del Mississipp­i bañan el estado de Louisiana. Desde el barrio histórico de Nueva Orleans parten cada día varios barcos a vapor que, impulsados por sus motores originales, aún surcan las aguas fluviales, que desembocan en el Golfo de México.
La arteria del sur Las aguas del Mississipp­i bañan el estado de Louisiana. Desde el barrio histórico de Nueva Orleans parten cada día varios barcos a vapor que, impulsados por sus motores originales, aún surcan las aguas fluviales, que desembocan en el Golfo de México.
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 ??  ?? De arriba abajo y de dcha. a izda.: el bar Bamboula's; edificios típicos del Barrio Francés; una casa de esclavos en Oak Alley.
De arriba abajo y de dcha. a izda.: el bar Bamboula's; edificios típicos del Barrio Francés; una casa de esclavos en Oak Alley.
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 ??  ?? Sobre estas líneas, una pasajera disfruta del sol en la cubierta inferior de Steamboat Natchez. Al lado, atardecer en Canal Street, la arteria principal de la ciudad, que divide el distrito financiero de los barrios históricos.
Sobre estas líneas, una pasajera disfruta del sol en la cubierta inferior de Steamboat Natchez. Al lado, atardecer en Canal Street, la arteria principal de la ciudad, que divide el distrito financiero de los barrios históricos.
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