EN LAS REDES
prodigioso y vulgar del consumo rápido de nuestra propia imagen. Y es que competir en esta civilización de la foto con morros estriados o con testosterona de barril es tarea compleja para quienes venimos de la selva. La selva de nuestro pasado sin redes ni chat.
Puedo entender la presión inmadura de los 'Me gusta' a los veinte años. Cuesta entenderla más a los treinta. A los cuarenta, comienza a ser muy preocupante. El culto a la imagen del narcisista es la historia de nuestros días y así no habrá desconfinamiento que valga, porque detrás de esos confines, no hay más que una fotografía. La cultura del 'Me gusta' es instantánea porque la voracidad de las fotografías en la red es tal que cada imagen necesita para el narcisista una recompensa inmediata. No son jóvenes, son niños. Niños cuya aspiración imperiosa es satisfacer sus aspiraciones caprichosas que no pueden aplazarse. Y como son niños, y malos, computan sus adhesiones de modo que dividen el mundo entre quienes les jalean y los que pasan olímpicamente, no de ellos, sino de su exhibicionismo.
Con todo, reconozco que puedo estar equivocado en muchos casos y en muchas cosas. Y que las brechas generacionales pueden repercutir ferozmente en la percepción de la nueva realidad tecnológica. Puedo entender la presión azarosa del joven necesitado de relación con sus contemporáneos. Y, con ciertos límites, del político que busca reforzar imagen en un