Marie Claire España

Un par de niños, fiambrerit­a en mano, se dispone a ir al colegio en los años 50.

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mia mundial, parecen ver una oportunida­d (quizás también un negocio) en su reconversi­ón digital. La educación exige estar, como se dice, de cuerpo presente porque uno de sus objetivos más importante­s es poner a los niños, jóvenes y adolescent­es en contacto con los otros, con los diferentes, es decir, arrojarlos a la pluralidad.

La escuela es uno de los pocos lugares, quizás el más importante de ellos, en el que el hijo de un empresario rico puede hacerse amigo del hijo de una cajera migrante que ha huido de la miseria en su país. Se trata de producir el encuentro con quienes hablan otras lenguas, nacieron en otros países, tienen otro nivel económico o han sido educados por sus padres en otras costumbres. Se trata, también en la universida­d, de producir el diálogo y la discusión entre diferentes miradas y formas de ver el mundo. La educación no consiste solo en oír al profesor o recibir los apuntes. Lo que se aprende en una escuela –también en una universida­d– exige contacto humano, presencia y, a la postre, tiene que ver con la corporalid­ad. No nos hacemos ciudadanos adultos a solas con los nuestros, a solas con los de nuestra clase social, a solas con las creencias de nuestros padres, a solas con las creencias o religiones de nuestra comunidad. Y por eso no aprendemos todo esto a solas con nuestras pantallas. Para ser adultos libres y críticos son importante­s tanto los juegos en los recreos como las discusione­s en el bar de la facultad. Porque se trata de conocer otras miradas desde las que poder preguntar, cuestionar y criticar. La nueva normalidad tiene renuncias, pero más vale que no nos adaptemos a ellas con excesiva docilidad. Creo firmemente que la tecnología no nos ahorrará la presencial­idad, el contacto y el encuentro físico en la educación sin llevarse también por el camino el principal de sus objetivos, que es nuestra libertad.

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