'SIMBOLSISMO'
Los gestos no se heredan. Los gestos, como las partes de la flor en un examen de cuarto de Primaria, porque estambre y enjambre son una prueba de detección de daltonismo lingüístico, se copian. He pillado el de mi madre en mi mano. Ella se la pone en la frente, como de visera, como de pensar con intensidad rodiniana, cuando se queda dormida en el sofá. Me lo he pillado a deshoras, con el cuerpo contraído fuera de la noche, la mano abriéndole un paréntesis al cerebro. Me he pillado otro en la lengua. He dicho, en voz alta y a disgusto, que yo quiero un bolso que no pese.
El primero se coloca como una cinta honorífica. Un bolso es un bildungsroman para llevar. Guarda él solo, en cualquiera de los dientes de sus cremalleras, el trayecto de la infancia a la adolescencia. Con él llega la premadurez. Ratifica hormonas y responsabilidades. Se cuelga él del hombro y se cuelga la niñez en el perchero.
Quiero un bolso que no pese porque quiero comer. El último fisioterapeuta con el que me crucé en Madrid cobraba a un euro su minuto y no hay hombro descontracturado por el que merezca la pena abjurar de los busiati de La Tavernetta. El peso cruza sobre el pecho y cae por la espalda, hasta la orilla del omóplato, y sube, transformado en molestia, hasta la clavícula. Tiran del hombro hacia los adoquines bolígrafos, llaves, un cuaderno, tickets, barras de labios, chicles desempapelados y, a última hora, al volver un lunes a casa, medio litro de leche semidesnatada.
Un coche es la embajada de una casa y un bolso, su consulado. Los grandes se rellenan como el retablo de una iglesia barroca y las conversaciones en las bodas. Se atestan y atiborran. Los cachivaches se le pegan como imanes. Los bolsos se les pegan a las mujeres como algas al salir del mar.
En ocasiones, en cemento o arena, alguna de ellas trota. Hacen lo que pocos logran: caminan balanceando en sincronía los brazos. Usan los dos. Se desplazan sin bolso y el mundo queda en sus manos. Unas caminan como si hubieran bajado de casa en una urgencia. Tienen una misión, un asunto que resolver. Otras lo hacen como si estuvieran de paso, trotando con ligereza entre adoquines, en unas vacaciones de puntos suspendidos.
Pero los vi en la fase uno. A las ocho de la tarde los sacaban a pasear. Se colgaban los bolsos de hombros y dedos, y sin sitios a los que ir, las mujeres de Madrid caminaban con su saco de cosas. Los he visto en la playa. De la muñeca se cuelgan las mujeres bolsas de tela de colores tropicales. Caminan por mi playa de media luna y el bolsito oscila en círculos sobre la arena. Ellos, a su lado, solo se agarran, a la espalda, la otra mano.
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ia sar pre em a un y or ad uc d e n u , o c i d é m n u , a t is rt a n u , o t n e l a t l e d o d a n o si a p n u l, a t n e i b m a ist tiv ac a
Un fi n a c i e r a e st á n r e s c ri b i e n d o l a s n o r m a s d e l a s g r a n d es in du str ia s.