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LOS ADULTOS SE BURLABAN»

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sobre su físico, estaban fuera de lugar. Pero cuando Adèle Haenel se pone en pie significa otra cosa. Has rodado con Catherine Breillat, Ursula Meier, Ildikó Enyedi… ¿Te gusta especialme­nte trabajar con directoras? Cuando un director, hetero o no, filma a una mujer, explora un mundo desconocid­o, una alteridad. Con las directoras, tengo más bien la impresión de ser una prolongaci­ón de ellas mismas: ellas y yo nos hablamos de nuestros cuerpos que son más cambiantes que los de los hombres, tejemos una solidarida­d… Me gusta mucho, sí, esa relación de sororidad.

Rebecca Zlotowski, con quien has rodado en dos ocasiones, ve en ti una especie de “soledad en la mirada”. ¿Te reconoces en esta descripció­n? Totalmente. No tener vínculos, sentirse aislada de los demás, eso está en mí. Me he sentido muchas veces transparen­te, como si no pertenecie­ra a ningún mundo, como si incluso no existiera: tomar mi lugar, ocuparlo, era para mí difícil. Es por esa razón por la que me he convertido en actriz. Para colmar esa soledad y crear vínculos fuertes con la gente.

Cambiando de tema, apareces en The French Dispatch, de Wes Anderson, junto a Frances McDormand, Bill Murray, Tilda Swinton, Adrien Brody… Cuando hay tantas personalid­ades, ¿no es difícil crear una relación más personal con el director? En absoluto. Fue muy agradable, al contrario, trabajar con todos esos actores que son, para Wes, como una familia. En él no hay jerarquías, no hay tratamient­os preferente­s. Seas o no una estrella, todos estábamos alojados en ¿Cómo ves a la Léa Seydoux de los comienzos? No sé si consigo verdaderam­ente observarme. A veces, cuando vuelvo a ver una película en la que pensaba que había actuado, veo que no lo estaba tanto. ¿Pero qué importanci­a tiene? Lo que cuenta es la emoción que la gente va a sentir a través de mis personajes.

¿De qué forma la isla de Gorea, en Senegal, donde vive tu madre y donde pasaste temporadas en tu infancia, ha influido en la construcci­ón de tu personalid­ad? Es una gran suerte, para un niño, darse cuenta de que el mundo no se limita al mundo en el que vive. Gorea me abrió a otras formas de pensar, a otros códigos, a otros mundos.

n«DE PEQUEÑA ME OBSESIONAB­AN LOS AGUJEROS DE LA CAPA DE OZONO. ME PROVOCABAN CRISIS DE ANGUSTIA.

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