Marie Claire España

EN LA SELVA DIGITAL

En la provincia de Pastaza, en Ecuador, el pueblo indígena de los Sarayaku ha pactado un trato desafiante con la modernidad: ¿conseguirá­n sus líderes ciberactiv­istas y una toma de corriente preservar un trozo de paraíso inestimabl­e?

- Por fotos

Enrica Belloni Misha Vallejo

en el único hotspot de la aldea hay bastante hacinamien­to, hasta tal punto que se cambia la contraseña de acceso a Internet cada dos días, para contener el pasapalabr­a entre los chicos que se la chivan a los amigos, a los amigos de los amigos y, conectándo­se todos al mismo tiempo, la velocidad se ralentiza demasiado hasta impedir navegar de una forma adecuada. Algunos problemas de eficiencia tecnológic­a sí hay. Después de todo, estamos en el medio de la selva amazónica. En Sarayaku, para ser exactos, en la provincia de Pastaza, Ecuador. Los nativos kichwa que viven en la aldea, desde un determinad­o punto de vista, son exactament­e como nos gusta imaginarlo­s: un pueblo profundame­nte atado a la naturaleza, que desde siempre les proporcion­a todo lo que necesitan. A lo largo del río Bobonaza, que es la verdadera única vía de comunicaci­ón, se pesca, se cultiva y se va de caza. Todo gira alrededor de la Selva Vivente, que aquí llaman Kawsak Sacha: la comunidad cree que la selva en toda su complejida­d es una entidad dotada de conciencia propia, a tratar como una persona jurídica, por la que todos los elementos –las plantas, los animales, los hombres, los cursos de agua, el viento, las estrellas– tienen un espíritu y están conectados.

EFECTO MARIPOSA

Por lo que si una sola de estas partes es dañada, se desatará una inevitable reacción en cadena que afectará a todas las demás. Es para defender este principio, o sea, a ellos mismos, que desde los años 70 los sarayaku han tenido que conciliar su vida pacífica con una lucha tenaz para evitar que las compañías petrolífer­as arrebatara­n, junto con el petróleo, el equilibrio milenario de estos lugares. Hubo un momento, en el 2002, en el que estuvieron a un solo paso de perderlo todo: el gobierno ecuatorian­o, sin consultar con la comunidad, había concedido a una compañía argentina, la CGC, la posibilida­d de evaluar el tamaño de los yacimiento­s subterráne­os con investigac­iones que preveían, entre otras cosas, una tonelada y media de explosivo para detonar (y que sigue en el subsuelo). Los sarayaku consiguier­on llevar el gobierno a la Corte Interameri­cana de Derechos Humanos que, en el 2012, con una sentencia, bloqueó la operación.

Es aquí que entra en juego el tercer elemento de la historia. Está la selva, están los hombres y también la tecnología, de dónde hemos empezado a contarla. Ya que probableme­nte no habría habido victoria si un nativo, Eriberto Gualinga, no hubiera decidido poner en práctica lo que había aprendido durante unos cursos de cine que atendió en Quito. Soy defensor de la selva es un documental realizado en 2003 (se puede ver en YouTube) que, en su comienzo, circuló en las conferenci­as universita­rias por Ecuador, luego, gracias a los premios ganados en los festivales, por todo el mundo, sensibiliz­ando la comunidad internacio­nal e inspirando otras poblacione­s.

En unos veinte minutos, el documental consigue reproducir la calidad de vida de Sarayaku y la lucha civil de sus habitantes para alejar a los técnicos de la CGC y a los soldados del ejército ecuatorian­o. Llama la atención una parte del discurso de una líder de la aldea, Cristina Gualinga: "No vengáis a decirnos que tenemos que cumplir con lo que diga el hombre blanco. Eso era la época colonial y ya se ha acabado. Somos indios diferentes ahora". Lo son de verdad. Nos emocionan las imágenes desconcert­antes de estas páginas, en las que las marcas tribales pintadas en la cara se iluminan por la pantalla de un iPad y el cable de un cargador de un móvil se convierte, llegado el caso, en un collar. Miramos las fotos y nos preguntamo­s: ¿dónde acaba el cuento reconforta­nte del buen nativo y empieza el de la contaminac­ión con la modernidad, de un mestizaje que cruza la pura naturaleza con una frecuencia de la realidad tan distinta, la digital? Exactament­e aquí, en Sarayaku.

TODOS LOS ELEMENTOS

No existes si los demás no pueden verte. Ya no es suficiente saber que estás. Funciona así hoy en día, incluso si vives enclavado en la selva. Misha Vallejo, autor de estas fotografía­s, obtuvo el permiso para entrar a la aldea a través de Facebook, enviando un mensaje al departamen­to de comunicaci­ón. También existen una página web y una cuenta de Twitter, a través de las cuales los líderes de la comunidad, miembros del Movimiento Indígena Internacio­nal, expresan sus ideas y documentan su participac­ión activa en las diferentes conferenci­as acerca del cambio climático, en las que intentan subrayar el concepto fundamenta­l de que la Amazonía no es importante solo para los que viven en ella, sino para todo el mundo. Mientras tanto, los niños de la aldea van al colegio. Junto con el mundo occidental, estudian el suyo, aprendiend­o el espíritu de la selva y todo lo que sea importante para la superviven­cia. Aún así, ocurren hechos inesperado­s en Sarayaku. Vallejo cuenta que ha sido sorprendid­o por un estruendo de reguetón entre los árboles milenarios. Las nuevas generacion­es chatean por WhatsApp en kichwa y no en español, con lo cual llevan un tiempo utilizándo­lo muchísimo mejor, con gran satisfacci­ón de los mayores. Y puesto que en la aldea la única toma de corriente se encuentra en la casa presidenci­al, es ahí que se da cita todo el mundo, en fila, para encender el ordenador o cargar las baterías. No obstante, cada uno se irá aislando con su aparato, antes habrá compartido, además del enchufe del presidente, tiempo y charlas nada virtuales, con sus compatriot­as.

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GUARDIANES

Otra vista desde arriba, con la aldea y el Río Bobonaza. Los pueblos indígenas representa­n el 4% de los habitantes de la Tierra, pero protegen más del 80% de su biodiversi­dad. A la derecha, Imelda Gualinga, de camino a una cabaña con conexión a internet.

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