Marie Claire España

MI CASA SOY YO

- Clara Auñón Coordinado­ra

Nat tenía otra vida, otro empleo, otras relaciones. Pero un error propio le lleva a querer romper con todo. En esa huida hacia delante termina alquilando una casa en un pueblo inhóspito, ruinosa, sucia y con goteras. Su necesidad de empezar de cero le empuja a intentar hacer de la vivienda un hogar; a tratar de redescubri­rse a sí misma salvando, entre los escombros, algún tesoro oculto y empolvado.

Nat es la protagonis­ta de Un amor, la aclamada novela de Sara Mesa en la que el entorno (el paisaje y la casa) funciona como un personaje de peso. La vivienda es un reflejo del sentir de Nat: inestable, oprimida, perdida. Esta idea de la casa-espejo, muy explotada por la literatura y el cine recientes, empezó a gestarse en las décadas de los 60 y 70 desde el plano teórico.

En 1977, el psicólogo David Canter planteó que el hogar no se define tanto por sus atributos físicos como por los emocionale­s. Nuestra casa tiene una dimensión abstracta e inmaterial que nace de las acciones que llevamos a cabo en ella y los significad­os que le damos al espacio. Fue a mediados de los 90 cuando la investigad­ora Claire Cooper sintetizó esa línea de pensamient­o: para ella, el hogar es el "espejo del self". Hoy sabemos que la casa no es solo ese reflejo de nuestra identidad personal, privada (quiénes somos, qué nos gusta, cómo nos comportamo­s), sino también de nuestra identidad social (quiénes queremos ser, cómo buscamos que nos perciban, con qué nos identifica­mos frente a los demás).

En el especial Maison de este número no hay entrevista­s a sociólogos ni psicólogos, pero hemos acabado dando una idea, creemos, certera, de qué entendemos hoy por hogar. La sostenibil­idad, presente poco a poco en cada gesto de nuestro día a día, impregna también las paredes de nuestras casas. Por eso nos hemos centrado en la gran tendencia en o que a habitabili­dad respecta: las viviendas saludables, tanto para quienes las habitan como para el planeta. Estas tendencias de urbanismo e interioris­mo (lo natural frente a lo producido, la autosufici­encia, la salubridad) dicen mucho de nosotras. Por un lado, revelan nuestra resilienci­a y el empeño por adaptarnos a lo que nos viene dado: si nos confinan o si empezamos a pasar cada jornada laboral en nuestra mesa de comedor, qué menos que hacerlo de la manera más agradable posible. Por otro, son la representa­ción más clara de nuestra incansable voluntad de mejorar el mundo y nuestra considerac­ión creciente para con los demás. El planeta es nuestro hogar y, aquí, no hay mudanza que valga.

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