MI CASA SOY YO
Nat tenía otra vida, otro empleo, otras relaciones. Pero un error propio le lleva a querer romper con todo. En esa huida hacia delante termina alquilando una casa en un pueblo inhóspito, ruinosa, sucia y con goteras. Su necesidad de empezar de cero le empuja a intentar hacer de la vivienda un hogar; a tratar de redescubrirse a sí misma salvando, entre los escombros, algún tesoro oculto y empolvado.
Nat es la protagonista de Un amor, la aclamada novela de Sara Mesa en la que el entorno (el paisaje y la casa) funciona como un personaje de peso. La vivienda es un reflejo del sentir de Nat: inestable, oprimida, perdida. Esta idea de la casa-espejo, muy explotada por la literatura y el cine recientes, empezó a gestarse en las décadas de los 60 y 70 desde el plano teórico.
En 1977, el psicólogo David Canter planteó que el hogar no se define tanto por sus atributos físicos como por los emocionales. Nuestra casa tiene una dimensión abstracta e inmaterial que nace de las acciones que llevamos a cabo en ella y los significados que le damos al espacio. Fue a mediados de los 90 cuando la investigadora Claire Cooper sintetizó esa línea de pensamiento: para ella, el hogar es el "espejo del self". Hoy sabemos que la casa no es solo ese reflejo de nuestra identidad personal, privada (quiénes somos, qué nos gusta, cómo nos comportamos), sino también de nuestra identidad social (quiénes queremos ser, cómo buscamos que nos perciban, con qué nos identificamos frente a los demás).
En el especial Maison de este número no hay entrevistas a sociólogos ni psicólogos, pero hemos acabado dando una idea, creemos, certera, de qué entendemos hoy por hogar. La sostenibilidad, presente poco a poco en cada gesto de nuestro día a día, impregna también las paredes de nuestras casas. Por eso nos hemos centrado en la gran tendencia en o que a habitabilidad respecta: las viviendas saludables, tanto para quienes las habitan como para el planeta. Estas tendencias de urbanismo e interiorismo (lo natural frente a lo producido, la autosuficiencia, la salubridad) dicen mucho de nosotras. Por un lado, revelan nuestra resiliencia y el empeño por adaptarnos a lo que nos viene dado: si nos confinan o si empezamos a pasar cada jornada laboral en nuestra mesa de comedor, qué menos que hacerlo de la manera más agradable posible. Por otro, son la representación más clara de nuestra incansable voluntad de mejorar el mundo y nuestra consideración creciente para con los demás. El planeta es nuestro hogar y, aquí, no hay mudanza que valga.