Mas Alla Monografico (Connecor)
¿Existió Jesús? Sus huellas históricas
Jesús, el hombre más influyente de todos los tiempos, es objeto de estudio por parte de historiadores, filólogos y exégetas. Dos mil años después, sigue generando controversia debido a tantos interrogantes que desata el examen crítico de los evangelios. ¿existe, a día de hoy, un consenso sobre la existencia histórica de Jesús? Y en caso de haber existido dicho personaje, ¿fue como lo describe el nuevo testamento? averigüemos qué dicen los especialistas al respecto...
Los creyentes pertenecientes al mundo cristiano consideran que la Biblia es la palabra de Dios. No dudan en aceptar como auténticos los hechos que en ella se narran. No se molestan siquiera en averiguar si hay omisiones, interpolaciones y manipulaciones en los textos que aluden al personaje central: Jesús. O en saber si se contradicen los cuatro evangelistas. Y es que la fe no necesita comprobar nada. Para los creyentes, la Biblia encierra verdades reveladas por Dios y hechos históricos incuestionables. Es más, admiten que los milagros expuestos en el Nuevo Testamento sucedieron literalmente, desde el nacimiento virginal de Jesús hasta su resurrección, pasando por la curación de ciegos y paralíticos, la multiplicación de panes y peces, la expulsión de demonios, etc. Cuestionarlos, supondría poner en duda los fundamentos de la fe cristiana. Semejante atrevimiento, ha costado la vida a más de un “hereje” en el pasado.
Hoy, sin embargo, hay historiadores, exégetas y filólogos que estudian con espíritu crítico y sin prejuicios los textos evangélicos, intentando desvelar qué hay de cierto y de falso respecto a la figura del Mesías. De hecho, consultan las fuentes y examinan los textos más antiguos, escritos en griego, procurando hallar divergencias con las traducciones que habitualmente se vienen empleando, que no siempre son correctas. Esta ardua tarea ha desembocado en un revisionismo historiográfico que ha llegado incluso a hacer tambalear ciertos dogmas de fe que parecían inquebrantables. Tanto es así, que algunos eruditos llegan a preguntarse si realmente existió Jesús. O, en caso de que haya existido, si los hechos descritos en los evangelios sucedieron al pie de la letra. El tema, ya fascinante de por sí, genera intensos debates académicos y, sobre todo, una extensa y abultada bibliografía. Por tanto, cabe preguntarse qué sabemos realmente a día de hoy sobre Jesús y qué evidencias son válidas para defender su historicidad.
Pruebas históricas
El 18 de enero de 2016, tuve ocasión de asistir a la conferencia impartida por el catedrático de Filología neotestamentaria Antonio Piñero en la Universidad de Murcia. Llevó por título: El Jesús de la historia. Balance y perspectiva de la investigación actual. El profesor Piñero es una autoridad mundial en este complejo asunto. Sus magníficas obras sobre Jesús y los orígenes del cristianismo avalan el rigor metodológico y la calidad académica de su reconocido trabajo. Desde su criterio como historiador, el problema del Jesús histórico se ha planteado desde el mismo momento en que murió. A partir de ese instante, empezó una labor de reinterpretación e idealización del personaje, hasta sublimarlo y convertirlo en un dios. “El historiador está acostumbrado a que en Grecia y en Roma se haga de un ser humano un dios, pero no está acostumbrado a que ese proceso se haya dado en Israel”, afirmó durante su disertación.
Hay tantas lecturas de dicho personaje que, según Piñero, el Nuevo Testamento no es el fundamento del
cristianismo, sino de un cristianismo concreto; de aquel cristianismo que interpretó a Jesús y consiguió más adeptos, siendo capaz de derrotar a otras interpretaciones del personaje. No es fácil, pues, reconstruir la figura del Jesús histórico. No hay un consenso absoluto entre los especialistas que examinan los textos originales. ¿Quién fue entonces Jesús? ¿Un profeta? ¿Un rabino? ¿Un predicador apocalíptico? ¿Un visionario? ¿Un taumaturgo? ¿Un mago? ¿Un agitador político? ¿Un mesías? ¿Un agente sedicioso de alguna fuerza israelita contra el Imperio romano? ¿Acaso fundó una iglesia?
Tenemos claras algunas cosas sobre Jesús, pero otras permanecen en un absoluto interrogante, ya que sus supuestos datos biográficos se mezclan con elementos míticos. Podemos hablar, por tanto, de dos personajes que se entrelazan, uno el Jesús histórico y otro el Cristo de la fe. “Si yo distingo entre el rabino fracasado y el Cristo celestial, ambos unidos en los evangelios, no veo razón alguna para negar la existencia histórica de Jesús de Nazaret. Es más, todo lo que viene después, que es el cristianismo, se explica infinitamente mejor así. Es decir, un historiador tiene menos dolores de cabeza para explicar históricamente qué pasó con el cristianismo si yo admito que Jesús, como mero rabino fracasado, existió realmente, pero que luego fue idealizado”, explica Piñero.
No obstante, algunos expertos llevan sus dudas, a tenor de tantos interrogantes, hasta el
extremo de cuestionar incluso la existencia de Jesús, basándose en las contradicciones y lagunas halladas en los propios pasajes evangélicos, así como en los paralelismos entre Jesús y otros hombres-dioses pertenecientes a las religiones precristianas. Piñero, sin embargo, está plenamente convencido de que el personaje existió (al margen de las interpretaciones posteriores sobre dicha figura divinizada), aunque reconoce que todavía algunos investigadores siguen discutiendo si Jesús existió o no, a pesar de haber creído que el asunto estaba de sobra resuelto.
Y es que en los últimos años han aparecido varias obras que siguen poniendo sobre la mesa semejante discusión. Es evidente que la pugna dialéctica entre historicistas y mitistas prosigue. Precisamente, durante su charla, aproveché la ocasión para formularle una pregunta y saber, desde su docta opinión, qué porcentaje de credibilidad da a la corriente mitista (aquella que sostiene que Jesús no existió históricamente, sino que fue un personaje mítico). “Ahora mismo, prácticamente nula –me responde–. No es una hipótesis económica desde el punto de vista del historiador. El historiador tiene que fundamentarse en hipótesis creíbles, y la hipótesis después de que uno lee profundamente el Nuevo Testamento, con tal cantidad de contradicciones, es que es imposible que eso sea una falsificación. Plantea tal problema, que es explicar lo oscuro por lo más oscuro todavía. Yo puedo plantear hipótesis que sean razonables, como por ejemplo, un Jesús sedicioso dentro del Imperio romano porque hay muchos casos”.
Ciertamente, hay que admitir que la balanza se inclina a favor de la existencia histórica de Jesús, a pesar de que escasean las fuentes extrabíblicas que vengan en apoyo de lo testimoniado en los cuatro evangelios. Así pues, no es nada desdeñable admitir que Jesús sería un rabino fracasado, una especie de predicador mesiánico, que actuó de forma sediciosa contra el Imperio romano y que atrajo a las masas con su idea escatológica sobre el final de los tiempos y la venida del Reino de Dios. “Este señor es un personaje que si se le añade los brochazos de carismático, de sanador y de exorcista, encaja perfectamente dentro de la Palestina del siglo I. ¿Por qué voy a negar yo que existió un Jesús de Nazaret como un mero rabino maestro de la ley que de hecho fracasó, si había miles?”, añade Piñero. Además, los detalles de un Jesús que se enfada, de un carácter fortísimo y a veces hasta violento, contrasta sobremanera con sus propias palabras, ya que asegura él mismo que es manso y humilde de corazón, como leemos en Mateo 11,29. Según Piñero, lo más probable es que el Jesús manso y humilde de corazón sea en todo caso una faceta, y otra faceta del Jesús histórico es que se trate de un hombre con carácter, y además a priori tenía que ser así, puesto que se atrevió a enfrentarse al Imperio romano
proclamando el Reino de Dios. “La imagen de un Jesús iracundo, de un personaje fuerte, es muchísimo más verosímil históricamente que no la de un Jesús manso y dulce”, aduce.
El Jesús real
Otro hecho al que los historiadores otorgan credibilidad es el bautismo. Si era el mismísimo Dios y nunca cometió pecado, como sostenía Pablo, no le servía de nada haber recibido el bautismo por parte de Juan el Bautista, rito empleado para redimir los pecados. Estamos, pues, ante un elemento contradictorio que conduce a dos posibilidades: o Jesús era un pecador o era un farsante. Lo mismo ocurre con la crucifixión, un evento inesperado para los seguidores de Cristo, como se aprecia en los evangelios. Y, a su vez, humillante. Por tanto, ese “material furtivo” de los Evangelios contra la imagen del Jesús celestial es de un inmenso valor para los historiadores. ¿Las razones?: si alguien se inventara un personaje mítico, celestial, no añadiría semejantes elementos discordantes. Sería arrojar piedras sobre su propio tejado. “Los evangelios son efectivamente textos de propaganda religiosa. Pero en los propios evangelios se relatan cosas que habrían generado vergüenza en los propios evangelistas. Y no se trata del tipo de cosas que los evangelistas habrían inventado. Ningún propagandista inventará detalles que van en detrimento de su objetivo. Si se narran esos eventos vergonzosos, ha de ser porque fueron reales”, afirma el filósofo y sociólogo Gabriel Andrade.
Ese mismo razonamiento defiende el historiador Óscar Fábrega en su documentada obra Pongamos que hablo de Jesús (2017): “La perspectiva que defiende que tras todas las capas de mentiras, inventos y falsedades, posiblemente existió un Jesús real, parece bastante probable, y no solo por la gran cantidad de pruebas directas o indirectas, sino porque si todo esto hubiese sido mentira, haría falta explicar muchos factores que se entienden a la perfección si existió Jesús. (...) Negar al personaje exige una mayor dificultad que admitirlo”.
Por otro lado, los expertos hacen especial hincapié en el llamado criterio de múltiple atestiguación. Es decir, si un dicho o acción de Jesús está atestiguado por los cuatro evangelios o por otras fuentes independientes, o bien por diversos estratos dentro de los propios evangelios que podríamos considerar independientes, se concluye que es verdadero. Por ejemplo, la aseveración de que Jesús fundó una iglesia se halla únicamente en Mateo 16,18: “Yo te digo que tú eres Pedro y sobre esta piedra edificaré mi Iglesia y las puertas del infierno no prevalecerán contra ella”. No hay referencia alguna en los otros tres evangelios ni en ninguna otra fuente, por tanto, hay que poner en duda este supuesto dato histórico. Es posible que sea un añadido (interpolación) posterior a la época en que se redactó dicho evangelio, con el objeto de dar una justificación bíblica al surgimiento de la Iglesia católica y a la existencia del papado.
¿Fuentes históricas?
La cosa se complica cuando buscamos fuentes extrabíblicas referidas a Jesús. Apenas tenemos noticias exógenas sobre dicho personaje. No existe ningún testimonio escrito contemporáneo. “Ninguna persona culta de su época le menciona en ningún escrito”, destaca la historiadora Bárbara Walker. Solo encontramos dos menciones y son tardías. Una pertenece a la obra Anales (115 d.C.), del historiador romano Tácito. Y la otra cita aparece en la obra Antigüedades judías (93 d.C.), del historiador judío Flavio Josefo. “Desde luego, Jesús, si existió, pasó bastante inadvertido, pues no fue registrado en los anales de su época ni en los escritos de sus coetáneos. De hecho, ninguna fuente (griega, romana o judía) contemporánea lo menciona siquiera”, advierte el recientemente desaparecido filósofo Jesús Mosterín en su ensayo Los cristianos (2010).
La cita de Josefo dice lo siguiente: “Por este tiempo vivió Jesús, un hombre excepcional, ya que fue un hacedor de milagros portentosos y un maestro para los hombres que reciben la verdad con gozo. Atrajo a muchos judíos y a muchos gentiles además. Este era el Cristo. Y cuando Pilatos, frente a la denuncia de aquellos que son los principales de entre los judíos, lo había condenado a la Cruz, aquellos que lo habían amado primero no le abandonaron, ya que se les apareció resucitado al tercer día, viviendo de nuevo, habiendo predicho esto y otras tantas maravillas sobre Él los santos profetas. Desde entonces hasta nuestros días, continúa el linaje de los que por su causa reciben el nombre de cristianos”.
Aunque para muchos sea una referencia irrefutable sobre la existencia de Jesús, todo parece indicar que se trata de una interpolación. Resulta extraño que un férreo judío como Josefo hablase de Jesús en esos términos apologéticos. Esta clase de falsificaciones o “fraudes piadosos” se atribuyen a escribas cristianos. Destacadas figuras eclesiásticas como Eusebio de Cesarea, Hipólito de Roma, Justino Mártir y Tertuliano se prestaron a semejante práctica, muy extendida en los primeros siglos del cristianismo con el fin de acreditar la historicidad de Jesús, que filósofos paganos como Celso y Porfirio ponían en duda. “¿Son estos sucesos distintivos exclusivos de los cristianos, y, si lo son, qué los hace exclusivos? ¿O los nuestros deben considerarse mitos mientras que hay que creer en los suyos? ¿Qué razones dan los cristianos para explicar el carácter distintivo de sus creencias?”, se preguntaba Celso, acusando a los cristianos de plagiar los mitos paganos al inventar la historia del nacimiento virginal de Jesús.
No deja de ser curioso que el mencionado Testimonium flavianum no se citara en los primeros siglos de la era cristiana (hubiese sido muy valioso como prueba histórica para refutar a los paganos), y solo comenzara a ser difundido a partir del siglo IV, cuando aparece en una obra tan poco fiable como Historia Ecclesiae, escrita por
el aludido Eusebio de Cesarea. Es muy posible que él fuera el autor de dicha interpolación. Como bien señala el filólogo y teólogo alemán Karlheinz Deschner: “Lo cierto es que ninguno de los antiguos padres de la Iglesia hace mención de esta supuesta cita de Josefo que, de haberla conocido, la hubieran citado de mil amores en su lucha contra los judíos”.
La corriente mitista
El Evangelio de Marcos se sitúa en el año 75 d.C. Y el último, el de Juan, data del año 110 d.C. aproximadamente. Por tanto, el primer evangelio se escribe 40 años tras la muerte de Jesús. Eso influye de manera significativa a la hora de plasmar los datos atribuibles a dicho personaje que provienen de la tradición oral. Además, los evangelios no son textos históricos, sino testimonios de fe. Tienen una función apologética, o sea, sirven para glorificar al personaje. De ahí que surjan variadas interpretaciones teológicas por parte de los distintos grupos cristianos existentes. El filósofo cristiano Orígenes, que vivió en el siglo III, reconoció que “existe mucha diversidad entre los manuscritos, lo cual es debido a la falta de cuidado de los escribas o a la audacia perversa de algunas personas que corrigieron los textos, o, también, al hecho de que hay quienes añaden o suprimen como les place y se erigen en correctores”.
Es por ello que resulta tan dificultoso a los historiadores desgajar la parte correspondiente a la
propaganda teológica para dejar entrever los datos rigurosamente históricos. Por otro lado, todo ello está repleto de añadiduras y alteraciones. Pero ahí no acaba la cosa... ¿Por qué Pablo, cuyas epístolas son los escritos más antiguos del Nuevo Testamento y, por tanto, más próximos a la época en que supuestamente existió Jesús, no menciona detalles históricos referentes al nacimiento, la vida y la misión del Mesías? Llama mucho la atención que se centre exclusivamente en su pasión, muerte y resurrección, mostrándonos a un Cristo espiritual, totalmente divinizado. Esto levanta las sospechas de ciertos estudiosos que ven en Pablo al artífice del mito de Cristo. Con el paso del tiempo, se fueron incorporando elementos presuntamente históricos al personaje para darle consistencia real. Así fue cómo se transformó el Cristo de la fe en el Jesús histórico. O, al menos, eso sostienen promotores de la corriente mitista como Timothy Freke y Peter Gandy, autores de Los misterios de Jesús. El origen oculto de la religión cristiana (1999). “Pablo no vincula a Jesús con ningún período ni lugar históricos, ni siquiera con el pasado reciente. El Cristo de Pablo, al igual que el Osiris-Dioniso de los paganos, es una figura mítica intemporal”, subrayan. Para ambos expertos, Pablo interpreta la resurrección como un acontecimiento espiritual, al igual que hicieron los gnósticos (no en vano, en sus epístolas se aprecia mucha influencia de la gnosis). El Jesús de Pablo sería, pues, un dioshombre místico muy alejado de la figura histórica difundida por los literalistas.
Pero esta idea de que Jesús no existió históricamente, sino que fue un mito, no es nueva. Su origen podemos situarlo en el siglo XVIII, en plena Ilustración. Sus precursores fueron los franceses Constantin-François Chasseboeuf y François Dupuis. Ambos vieron a Cristo como un mito solar de características similares a Mitra y a otros hombres-dioses de las antiguas religiones mistéricas, negando así toda posible historicidad. También el barón D’Holbach, prestigioso filósofo ilustrado, cuestionó la existencia de Jesús, llegando a escribir un ensayo titulado Historia crítica de Jesucristo (1770), en el cual asevera que “los evangelios no son más que una novela oriental, fastidiosos para cualquier persona con sentido común, dirigidos solamente a ignorantes, estúpidos y gente de la más baja extracción social, los únicos a quienes podían seducir. La crítica no encuentra en ellos ninguna ligazón en los hechos ni concordancia en las circunstancias ni consecuencia en los principios ni uniformidad en los relatos. Cuatro hombres toscos e iletrados pasan por los verdaderos autores de las memorias que contienen la vida de Jesucristo”.
Otros eruditos han seguido dicha corriente mitista, como el filósofo Bruno Bauer y el egiptólogo Gerald Massey en el siglo XIX. Y, más recientemente, han mantenido este negacionismo historicista el filósofo francés Michel Onfray, con su incendiario ensayo Tratado de ateología (2005), y la historiadora y arqueóloga Dorothy Murdock. Esta autora, que utilizó hasta su muerte el pseu- dónimo de Acharya S., escribió una polémica obra titulada La conspiración de Cristo. La mayor ficción de la historia (2005), en la que manifestó tajantemente que “ni ha existido ni existirá ninguna prueba de ninguna clase sobre la historicidad de Jesús”.
Es evidente que muchos relatos contenidos en el Nuevo Testamento y referidos a Jesús han bebido de antiguas tradiciones paganas que aluden a dioses solares como Osiris, Mitra, Dioniso, Attis, Adonis, etc. El nacimiento de una madre virgen, los prodigios celestes, los milagros, la expulsión de demonios, los discípulos, la muerte redentora, la resurrección... Todo ello lo encontramos en las religiones mistéricas que precedieron al cristianismo. Sin duda, llaman la atención estas coincidencias tan significativas. Incluso la fecha del nacimiento de Cristo, el 25 de diciembre, fue elegida por el papa Liberio en el siglo IV, haciéndola coincidir con el culto al Sol Invictus, destacada celebración romana vinculada al nacimiento de los dioses solares. El teólogo Juan Arias, en su obra Jesús, ese gran desconocido (2002), reconoce que “algunas de las cosas que de Jesús cuentan los evangelios –y que son precisamente las que tienen menor credibilidad histórica– se prestan a alimentar la teoría de que Jesús es solo fruto de una continuación de los dioses míticos de la antigüedad”.
Ahora será el lector el encargado de sacar sus propias conclusiones.