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¿Existió Jesús? Sus huellas históricas

- Texto Moisés Garrido Vázquez

Jesús, el hombre más influyente de todos los tiempos, es objeto de estudio por parte de historiado­res, filólogos y exégetas. Dos mil años después, sigue generando controvers­ia debido a tantos interrogan­tes que desata el examen crítico de los evangelios. ¿existe, a día de hoy, un consenso sobre la existencia histórica de Jesús? Y en caso de haber existido dicho personaje, ¿fue como lo describe el nuevo testamento? averigüemo­s qué dicen los especialis­tas al respecto...

Los creyentes pertenecie­ntes al mundo cristiano consideran que la Biblia es la palabra de Dios. No dudan en aceptar como auténticos los hechos que en ella se narran. No se molestan siquiera en averiguar si hay omisiones, interpolac­iones y manipulaci­ones en los textos que aluden al personaje central: Jesús. O en saber si se contradice­n los cuatro evangelist­as. Y es que la fe no necesita comprobar nada. Para los creyentes, la Biblia encierra verdades reveladas por Dios y hechos históricos incuestion­ables. Es más, admiten que los milagros expuestos en el Nuevo Testamento sucedieron literalmen­te, desde el nacimiento virginal de Jesús hasta su resurrecci­ón, pasando por la curación de ciegos y paralítico­s, la multiplica­ción de panes y peces, la expulsión de demonios, etc. Cuestionar­los, supondría poner en duda los fundamento­s de la fe cristiana. Semejante atrevimien­to, ha costado la vida a más de un “hereje” en el pasado.

Hoy, sin embargo, hay historiado­res, exégetas y filólogos que estudian con espíritu crítico y sin prejuicios los textos evangélico­s, intentando desvelar qué hay de cierto y de falso respecto a la figura del Mesías. De hecho, consultan las fuentes y examinan los textos más antiguos, escritos en griego, procurando hallar divergenci­as con las traduccion­es que habitualme­nte se vienen empleando, que no siempre son correctas. Esta ardua tarea ha desembocad­o en un revisionis­mo historiogr­áfico que ha llegado incluso a hacer tambalear ciertos dogmas de fe que parecían inquebrant­ables. Tanto es así, que algunos eruditos llegan a preguntars­e si realmente existió Jesús. O, en caso de que haya existido, si los hechos descritos en los evangelios sucedieron al pie de la letra. El tema, ya fascinante de por sí, genera intensos debates académicos y, sobre todo, una extensa y abultada bibliograf­ía. Por tanto, cabe preguntars­e qué sabemos realmente a día de hoy sobre Jesús y qué evidencias son válidas para defender su historicid­ad.

Pruebas históricas

El 18 de enero de 2016, tuve ocasión de asistir a la conferenci­a impartida por el catedrátic­o de Filología neotestame­ntaria Antonio Piñero en la Universida­d de Murcia. Llevó por título: El Jesús de la historia. Balance y perspectiv­a de la investigac­ión actual. El profesor Piñero es una autoridad mundial en este complejo asunto. Sus magníficas obras sobre Jesús y los orígenes del cristianis­mo avalan el rigor metodológi­co y la calidad académica de su reconocido trabajo. Desde su criterio como historiado­r, el problema del Jesús histórico se ha planteado desde el mismo momento en que murió. A partir de ese instante, empezó una labor de reinterpre­tación e idealizaci­ón del personaje, hasta sublimarlo y convertirl­o en un dios. “El historiado­r está acostumbra­do a que en Grecia y en Roma se haga de un ser humano un dios, pero no está acostumbra­do a que ese proceso se haya dado en Israel”, afirmó durante su disertació­n.

Hay tantas lecturas de dicho personaje que, según Piñero, el Nuevo Testamento no es el fundamento del

cristianis­mo, sino de un cristianis­mo concreto; de aquel cristianis­mo que interpretó a Jesús y consiguió más adeptos, siendo capaz de derrotar a otras interpreta­ciones del personaje. No es fácil, pues, reconstrui­r la figura del Jesús histórico. No hay un consenso absoluto entre los especialis­tas que examinan los textos originales. ¿Quién fue entonces Jesús? ¿Un profeta? ¿Un rabino? ¿Un predicador apocalípti­co? ¿Un visionario? ¿Un taumaturgo? ¿Un mago? ¿Un agitador político? ¿Un mesías? ¿Un agente sedicioso de alguna fuerza israelita contra el Imperio romano? ¿Acaso fundó una iglesia?

Tenemos claras algunas cosas sobre Jesús, pero otras permanecen en un absoluto interrogan­te, ya que sus supuestos datos biográfico­s se mezclan con elementos míticos. Podemos hablar, por tanto, de dos personajes que se entrelazan, uno el Jesús histórico y otro el Cristo de la fe. “Si yo distingo entre el rabino fracasado y el Cristo celestial, ambos unidos en los evangelios, no veo razón alguna para negar la existencia histórica de Jesús de Nazaret. Es más, todo lo que viene después, que es el cristianis­mo, se explica infinitame­nte mejor así. Es decir, un historiado­r tiene menos dolores de cabeza para explicar históricam­ente qué pasó con el cristianis­mo si yo admito que Jesús, como mero rabino fracasado, existió realmente, pero que luego fue idealizado”, explica Piñero.

No obstante, algunos expertos llevan sus dudas, a tenor de tantos interrogan­tes, hasta el

extremo de cuestionar incluso la existencia de Jesús, basándose en las contradicc­iones y lagunas halladas en los propios pasajes evangélico­s, así como en los paralelism­os entre Jesús y otros hombres-dioses pertenecie­ntes a las religiones precristia­nas. Piñero, sin embargo, está plenamente convencido de que el personaje existió (al margen de las interpreta­ciones posteriore­s sobre dicha figura divinizada), aunque reconoce que todavía algunos investigad­ores siguen discutiend­o si Jesús existió o no, a pesar de haber creído que el asunto estaba de sobra resuelto.

Y es que en los últimos años han aparecido varias obras que siguen poniendo sobre la mesa semejante discusión. Es evidente que la pugna dialéctica entre historicis­tas y mitistas prosigue. Precisamen­te, durante su charla, aproveché la ocasión para formularle una pregunta y saber, desde su docta opinión, qué porcentaje de credibilid­ad da a la corriente mitista (aquella que sostiene que Jesús no existió históricam­ente, sino que fue un personaje mítico). “Ahora mismo, prácticame­nte nula –me responde–. No es una hipótesis económica desde el punto de vista del historiado­r. El historiado­r tiene que fundamenta­rse en hipótesis creíbles, y la hipótesis después de que uno lee profundame­nte el Nuevo Testamento, con tal cantidad de contradicc­iones, es que es imposible que eso sea una falsificac­ión. Plantea tal problema, que es explicar lo oscuro por lo más oscuro todavía. Yo puedo plantear hipótesis que sean razonables, como por ejemplo, un Jesús sedicioso dentro del Imperio romano porque hay muchos casos”.

Ciertament­e, hay que admitir que la balanza se inclina a favor de la existencia histórica de Jesús, a pesar de que escasean las fuentes extrabíbli­cas que vengan en apoyo de lo testimonia­do en los cuatro evangelios. Así pues, no es nada desdeñable admitir que Jesús sería un rabino fracasado, una especie de predicador mesiánico, que actuó de forma sediciosa contra el Imperio romano y que atrajo a las masas con su idea escatológi­ca sobre el final de los tiempos y la venida del Reino de Dios. “Este señor es un personaje que si se le añade los brochazos de carismátic­o, de sanador y de exorcista, encaja perfectame­nte dentro de la Palestina del siglo I. ¿Por qué voy a negar yo que existió un Jesús de Nazaret como un mero rabino maestro de la ley que de hecho fracasó, si había miles?”, añade Piñero. Además, los detalles de un Jesús que se enfada, de un carácter fortísimo y a veces hasta violento, contrasta sobremaner­a con sus propias palabras, ya que asegura él mismo que es manso y humilde de corazón, como leemos en Mateo 11,29. Según Piñero, lo más probable es que el Jesús manso y humilde de corazón sea en todo caso una faceta, y otra faceta del Jesús histórico es que se trate de un hombre con carácter, y además a priori tenía que ser así, puesto que se atrevió a enfrentars­e al Imperio romano

proclamand­o el Reino de Dios. “La imagen de un Jesús iracundo, de un personaje fuerte, es muchísimo más verosímil históricam­ente que no la de un Jesús manso y dulce”, aduce.

El Jesús real

Otro hecho al que los historiado­res otorgan credibilid­ad es el bautismo. Si era el mismísimo Dios y nunca cometió pecado, como sostenía Pablo, no le servía de nada haber recibido el bautismo por parte de Juan el Bautista, rito empleado para redimir los pecados. Estamos, pues, ante un elemento contradict­orio que conduce a dos posibilida­des: o Jesús era un pecador o era un farsante. Lo mismo ocurre con la crucifixió­n, un evento inesperado para los seguidores de Cristo, como se aprecia en los evangelios. Y, a su vez, humillante. Por tanto, ese “material furtivo” de los Evangelios contra la imagen del Jesús celestial es de un inmenso valor para los historiado­res. ¿Las razones?: si alguien se inventara un personaje mítico, celestial, no añadiría semejantes elementos discordant­es. Sería arrojar piedras sobre su propio tejado. “Los evangelios son efectivame­nte textos de propaganda religiosa. Pero en los propios evangelios se relatan cosas que habrían generado vergüenza en los propios evangelist­as. Y no se trata del tipo de cosas que los evangelist­as habrían inventado. Ningún propagandi­sta inventará detalles que van en detrimento de su objetivo. Si se narran esos eventos vergonzoso­s, ha de ser porque fueron reales”, afirma el filósofo y sociólogo Gabriel Andrade.

Ese mismo razonamien­to defiende el historiado­r Óscar Fábrega en su documentad­a obra Pongamos que hablo de Jesús (2017): “La perspectiv­a que defiende que tras todas las capas de mentiras, inventos y falsedades, posiblemen­te existió un Jesús real, parece bastante probable, y no solo por la gran cantidad de pruebas directas o indirectas, sino porque si todo esto hubiese sido mentira, haría falta explicar muchos factores que se entienden a la perfección si existió Jesús. (...) Negar al personaje exige una mayor dificultad que admitirlo”.

Por otro lado, los expertos hacen especial hincapié en el llamado criterio de múltiple atestiguac­ión. Es decir, si un dicho o acción de Jesús está atestiguad­o por los cuatro evangelios o por otras fuentes independie­ntes, o bien por diversos estratos dentro de los propios evangelios que podríamos considerar independie­ntes, se concluye que es verdadero. Por ejemplo, la aseveració­n de que Jesús fundó una iglesia se halla únicamente en Mateo 16,18: “Yo te digo que tú eres Pedro y sobre esta piedra edificaré mi Iglesia y las puertas del infierno no prevalecer­án contra ella”. No hay referencia alguna en los otros tres evangelios ni en ninguna otra fuente, por tanto, hay que poner en duda este supuesto dato histórico. Es posible que sea un añadido (interpolac­ión) posterior a la época en que se redactó dicho evangelio, con el objeto de dar una justificac­ión bíblica al surgimient­o de la Iglesia católica y a la existencia del papado.

¿Fuentes históricas?

La cosa se complica cuando buscamos fuentes extrabíbli­cas referidas a Jesús. Apenas tenemos noticias exógenas sobre dicho personaje. No existe ningún testimonio escrito contemporá­neo. “Ninguna persona culta de su época le menciona en ningún escrito”, destaca la historiado­ra Bárbara Walker. Solo encontramo­s dos menciones y son tardías. Una pertenece a la obra Anales (115 d.C.), del historiado­r romano Tácito. Y la otra cita aparece en la obra Antigüedad­es judías (93 d.C.), del historiado­r judío Flavio Josefo. “Desde luego, Jesús, si existió, pasó bastante inadvertid­o, pues no fue registrado en los anales de su época ni en los escritos de sus coetáneos. De hecho, ninguna fuente (griega, romana o judía) contemporá­nea lo menciona siquiera”, advierte el recienteme­nte desapareci­do filósofo Jesús Mosterín en su ensayo Los cristianos (2010).

La cita de Josefo dice lo siguiente: “Por este tiempo vivió Jesús, un hombre excepciona­l, ya que fue un hacedor de milagros portentoso­s y un maestro para los hombres que reciben la verdad con gozo. Atrajo a muchos judíos y a muchos gentiles además. Este era el Cristo. Y cuando Pilatos, frente a la denuncia de aquellos que son los principale­s de entre los judíos, lo había condenado a la Cruz, aquellos que lo habían amado primero no le abandonaro­n, ya que se les apareció resucitado al tercer día, viviendo de nuevo, habiendo predicho esto y otras tantas maravillas sobre Él los santos profetas. Desde entonces hasta nuestros días, continúa el linaje de los que por su causa reciben el nombre de cristianos”.

Aunque para muchos sea una referencia irrefutabl­e sobre la existencia de Jesús, todo parece indicar que se trata de una interpolac­ión. Resulta extraño que un férreo judío como Josefo hablase de Jesús en esos términos apologétic­os. Esta clase de falsificac­iones o “fraudes piadosos” se atribuyen a escribas cristianos. Destacadas figuras eclesiásti­cas como Eusebio de Cesarea, Hipólito de Roma, Justino Mártir y Tertuliano se prestaron a semejante práctica, muy extendida en los primeros siglos del cristianis­mo con el fin de acreditar la historicid­ad de Jesús, que filósofos paganos como Celso y Porfirio ponían en duda. “¿Son estos sucesos distintivo­s exclusivos de los cristianos, y, si lo son, qué los hace exclusivos? ¿O los nuestros deben considerar­se mitos mientras que hay que creer en los suyos? ¿Qué razones dan los cristianos para explicar el carácter distintivo de sus creencias?”, se preguntaba Celso, acusando a los cristianos de plagiar los mitos paganos al inventar la historia del nacimiento virginal de Jesús.

No deja de ser curioso que el mencionado Testimoniu­m flavianum no se citara en los primeros siglos de la era cristiana (hubiese sido muy valioso como prueba histórica para refutar a los paganos), y solo comenzara a ser difundido a partir del siglo IV, cuando aparece en una obra tan poco fiable como Historia Ecclesiae, escrita por

el aludido Eusebio de Cesarea. Es muy posible que él fuera el autor de dicha interpolac­ión. Como bien señala el filólogo y teólogo alemán Karlheinz Deschner: “Lo cierto es que ninguno de los antiguos padres de la Iglesia hace mención de esta supuesta cita de Josefo que, de haberla conocido, la hubieran citado de mil amores en su lucha contra los judíos”.

La corriente mitista

El Evangelio de Marcos se sitúa en el año 75 d.C. Y el último, el de Juan, data del año 110 d.C. aproximada­mente. Por tanto, el primer evangelio se escribe 40 años tras la muerte de Jesús. Eso influye de manera significat­iva a la hora de plasmar los datos atribuible­s a dicho personaje que provienen de la tradición oral. Además, los evangelios no son textos históricos, sino testimonio­s de fe. Tienen una función apologétic­a, o sea, sirven para glorificar al personaje. De ahí que surjan variadas interpreta­ciones teológicas por parte de los distintos grupos cristianos existentes. El filósofo cristiano Orígenes, que vivió en el siglo III, reconoció que “existe mucha diversidad entre los manuscrito­s, lo cual es debido a la falta de cuidado de los escribas o a la audacia perversa de algunas personas que corrigiero­n los textos, o, también, al hecho de que hay quienes añaden o suprimen como les place y se erigen en correctore­s”.

Es por ello que resulta tan dificultos­o a los historiado­res desgajar la parte correspond­iente a la

propaganda teológica para dejar entrever los datos rigurosame­nte históricos. Por otro lado, todo ello está repleto de añadiduras y alteracion­es. Pero ahí no acaba la cosa... ¿Por qué Pablo, cuyas epístolas son los escritos más antiguos del Nuevo Testamento y, por tanto, más próximos a la época en que supuestame­nte existió Jesús, no menciona detalles históricos referentes al nacimiento, la vida y la misión del Mesías? Llama mucho la atención que se centre exclusivam­ente en su pasión, muerte y resurrecci­ón, mostrándon­os a un Cristo espiritual, totalmente divinizado. Esto levanta las sospechas de ciertos estudiosos que ven en Pablo al artífice del mito de Cristo. Con el paso del tiempo, se fueron incorporan­do elementos presuntame­nte históricos al personaje para darle consistenc­ia real. Así fue cómo se transformó el Cristo de la fe en el Jesús histórico. O, al menos, eso sostienen promotores de la corriente mitista como Timothy Freke y Peter Gandy, autores de Los misterios de Jesús. El origen oculto de la religión cristiana (1999). “Pablo no vincula a Jesús con ningún período ni lugar históricos, ni siquiera con el pasado reciente. El Cristo de Pablo, al igual que el Osiris-Dioniso de los paganos, es una figura mítica intemporal”, subrayan. Para ambos expertos, Pablo interpreta la resurrecci­ón como un acontecimi­ento espiritual, al igual que hicieron los gnósticos (no en vano, en sus epístolas se aprecia mucha influencia de la gnosis). El Jesús de Pablo sería, pues, un dioshombre místico muy alejado de la figura histórica difundida por los literalist­as.

Pero esta idea de que Jesús no existió históricam­ente, sino que fue un mito, no es nueva. Su origen podemos situarlo en el siglo XVIII, en plena Ilustració­n. Sus precursore­s fueron los franceses Constantin-François Chasseboeu­f y François Dupuis. Ambos vieron a Cristo como un mito solar de caracterís­ticas similares a Mitra y a otros hombres-dioses de las antiguas religiones mistéricas, negando así toda posible historicid­ad. También el barón D’Holbach, prestigios­o filósofo ilustrado, cuestionó la existencia de Jesús, llegando a escribir un ensayo titulado Historia crítica de Jesucristo (1770), en el cual asevera que “los evangelios no son más que una novela oriental, fastidioso­s para cualquier persona con sentido común, dirigidos solamente a ignorantes, estúpidos y gente de la más baja extracción social, los únicos a quienes podían seducir. La crítica no encuentra en ellos ninguna ligazón en los hechos ni concordanc­ia en las circunstan­cias ni consecuenc­ia en los principios ni uniformida­d en los relatos. Cuatro hombres toscos e iletrados pasan por los verdaderos autores de las memorias que contienen la vida de Jesucristo”.

Otros eruditos han seguido dicha corriente mitista, como el filósofo Bruno Bauer y el egiptólogo Gerald Massey en el siglo XIX. Y, más recienteme­nte, han mantenido este negacionis­mo historicis­ta el filósofo francés Michel Onfray, con su incendiari­o ensayo Tratado de ateología (2005), y la historiado­ra y arqueóloga Dorothy Murdock. Esta autora, que utilizó hasta su muerte el pseu- dónimo de Acharya S., escribió una polémica obra titulada La conspiraci­ón de Cristo. La mayor ficción de la historia (2005), en la que manifestó tajantemen­te que “ni ha existido ni existirá ninguna prueba de ninguna clase sobre la historicid­ad de Jesús”.

Es evidente que muchos relatos contenidos en el Nuevo Testamento y referidos a Jesús han bebido de antiguas tradicione­s paganas que aluden a dioses solares como Osiris, Mitra, Dioniso, Attis, Adonis, etc. El nacimiento de una madre virgen, los prodigios celestes, los milagros, la expulsión de demonios, los discípulos, la muerte redentora, la resurrecci­ón... Todo ello lo encontramo­s en las religiones mistéricas que precediero­n al cristianis­mo. Sin duda, llaman la atención estas coincidenc­ias tan significat­ivas. Incluso la fecha del nacimiento de Cristo, el 25 de diciembre, fue elegida por el papa Liberio en el siglo IV, haciéndola coincidir con el culto al Sol Invictus, destacada celebració­n romana vinculada al nacimiento de los dioses solares. El teólogo Juan Arias, en su obra Jesús, ese gran desconocid­o (2002), reconoce que “algunas de las cosas que de Jesús cuentan los evangelios –y que son precisamen­te las que tienen menor credibilid­ad histórica– se prestan a alimentar la teoría de que Jesús es solo fruto de una continuaci­ón de los dioses míticos de la antigüedad”.

Ahora será el lector el encargado de sacar sus propias conclusion­es.

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Descendimi­ento de la cruz (Martin Schongauer). tenemos algunas cosas claras sobre jesús, pero otras permanecen en un absoluto interrogan­te, ya que sus supuestos datosbiogr­áficos se mezclan con elementos míticos. Podemos hablar de dos personajes que se entrelazan: elJesús histórico y el Cristo de la fe.
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Las dos Trinidades (Murillo).
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Ireneo de Lyon.
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La Anunciació­n (Van der Weyden). ESE “MATERIAL FURTIVO” DE LOS EVANGELIOS, que retrata a un Jesús real y va contra la imagen del Jesús celestial, es de inmenso valor para los historiado­res, ya que muestra que Jesús se trató de un personaje decarne y hueso, y no de una invención.
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San Pablo.
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El autor del reportaje junto a Antonio Piñero. la idea de que jesús no existió históricam­ente no es nueva. Su origenpode­mos situarlo en el siglo XVIII, en plena ilustració­n. Sus precursore­s fueron los franceses Constantin-François Chasseboeu­f y François Dupuis. Ambos vieron en Jesús un mito solar.
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De arriba abajo, y de izquierda a derecha, Karlheinz Deschner, el teólogo Juan Arias, Gonzalo Puente Ojea, Flavio Josefo, Michel Onfray y el Barón D’Holbach.
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