Mas Alla Monografico (Connecor)
El Arca de la Alianza
EL GRAN OBJETO DE PODER DEL PUEBLO ELEGIDO
Tradicionalmente el estudio del Arca de la Alianza se ha enfocado desde un punto de vista alejado de la racionalidad, por lo que en muchas ocasiones se ha llegado a un tipo de conclusiones que nada tienen que ver con la realidad. Por este motivo, si queremos comprender lo que realmente fue esta reliquia debemos de centrarnos en lo que nos han trasmitido las fuentes y las tradiciones orales antiguas, para de esta forma comprender la naturaleza del Arca, y el lugar en donde quedó oculta, si es que realmente existió, después de desaparecer del Templo de Salomón.
Un objeto único
Según el Antiguo Testamento, el Arca fue construida por Moisés con una finalidad muy precisa: conservar en su interior los Diez Mandamientos grabados con el dedo de Dios, dados al pueblo de Israel como una especie de constitución ética que a partir de entonces se conver tiría en una car ta moral para los judíos. Según el controver tido investigador James Churchward, estos mandamientos no serían más que una repetición de las leyes contenidas en el Código de Hammurabi babilónico, famoso por ser uno de los conjuntos legales más antiguos de nuestra Historia.
Al parecer, después de liberar a su pueblo de la esclavitud a la que se había visto sometido en tierras de Egipto, Moisés fue convocado por Dios en lo alto de la montaña del Sinaí para sellar una alianza con Is- rael. Allí permaneció durante cuarenta días ayunando y rezando, hasta que finalmente el Señor se le reveló y le entregó estos famosos preceptos religiosos de estricto cumplimiento. Lo que pasó a continuación ya lo sabemos.
Cuando Moisés descendió hacia el campamento judío observó, apesadumbrado, cómo su gente se había corrompido y entregado a la idolatría, cansados, al parecer, de las duras pruebas a los que habían sido sometidos por su único Dios. No le tuvo que gustar a Moisés lo que vieron sus ojos, más aún cuando observó cómo su pueblo había fundido oro para elaborar un becerro al que le estaban ofreciendo sacrificios. Sin pensárselo dos veces, y en un acto de gran imprudencia, el gran legislador judío arrojó las Tablas de la Ley sobre los israelitas, hiriendo de muerte a muchos de ellos, mientras que los supervivientes perdieron todas las ganas de desafiar a su inclemente y vengativo Dios. Y dijimos imprudencia porque acto seguido, Moisés, al que seguramente le seguía durando el disgusto, tuvo que volver a subir a la montaña, y tallar dos nuevas tablas de piedra, después de pedir a Yavé que volviera a escribir sobre ellas los mismos Diez Mandamientos.
Siguiendo las órdenes de su Dios, volvió a bajar de la montaña, y ahora sí, depositó las Tablas en el interior de un Arca, hecha de madera de acacia y recubierta de oro, que se terminó convirtiendo en el gran talismán del Pueblo Elegido. Sobre la forma y los materiales con los que fue elaborada, la Biblia nos proporciona una utilísima información en el capítulo 25 del Éxodo, siendo esta la primera vez que aparece mencionada en el libro sagrado.
“Harás un arca de madera de acacia, de dos codos y medio de largo, codo y medio de ancho y codo y medio de alto. La cubrirás de oro puro, por dentro y por fuera, y en torno de ella pondrás una moldura de oro. Fundirás para ella cuatro anillos de oro, que pondrás en lo cuatro ángulos, dos de un lado, dos del otro. Harás unas barras de madera de acacia, y las cubrirás de oro, y las pasarás por los anillos de los lados del arca para que pueda llevarse. Las barras quedarán siempre en los anillos y no se sacarán. En el arca pondrás el testimonio que yo te daré. Harás un propiciatorio de oro puro, de dos codos y medio de largo y un codo y medio de ancho. Harás dos querubines de oro, de oro batido, a los dos extremos del propiciatorio, de cara el uno al otro, mirando al propiciatorio. Pondrás el propiciatorio sobre el arca, encerrando en ella el testimonio que yo te daré. Allí me revelaré a ti, y de sobre el propiciatorio, de en medio de los querubines, te comunicaré yo todo cuanto para los hijos de Israel te mandaré” (Éxodo 25: 10-22).
No es esta la única descripción que se da del Arca en la Biblia porque en el Deuteronomio fue Moisés directamente, sin recurrir como veremos a continuación al experimentado orfebre Besalel, el que fabricó un simple cofre hecho con madera de acacia, en donde no se mencionan ni los querubines, ni el propiciatorio, y menos aún todo el oro con el que fue recubierta. A pesar de todo, resultaba evidente que el Deuteronomio no rechazaba la versión anterior, únicamente la simplificaba, por lo que las hipótesis planteadas por algunos estudiosos del Arca, rechazando la imagen que de ella se nos da en el libro del Éxodo, no resultaron del todo convincentes.
“Entonces me dijo Yavé: ‘Hazte dos tablas de piedra como las primeras y sube a mí a la montaña; haz también un arca de madera; yo escribiré sobre esas tablas las palabras que estaban escritas sobre las primeras que tú rompiste, y las guardarás en el arca. Hice pues un arca de madera de acacia…” (Deuteronomio 10: 1, 2).
Mandato divino
No fue el Arca lo único que Yavé ordenó fabricar al gran legislador israelita, ya que poco después recibió el encargo de dar forma a otros objetos de culto fundamentales para la religión judía. Uno de ellos fue el Candelabro de los Siete Brazos; otro, la famosa Mesa de los Panes de la Presencia, cuyas técnicas constructivas guardan una estrecha relación con las utilizadas para el Arca. Moisés, según los datos proporcionados en el libro del Éxo - do, no fabricó con sus propias manos este objeto de poder.
Siendo como era consciente de la importancia de su cometido, transmitió estos en- cargos a un artesano llamando Besalel, que, según el Libro Sagrado, estaba inspirado por la gracia de Dios.
Moisés dijo a los hijos de Israel: “Sabed que Yavé ha elegido a Besalel, hijo de Uri, hijo de Jur, de la tribu de Judá. Él le ha llenado del espíritu de Dios, de sabiduría, de entendimiento y de saber para toda suerte de obras, para proyectar, para trabajar el oro, la plata y el bronce, para grabar piedra y engastar-
las, para tallar la madera y hacer toda clase de obras de arte. Él ha puesto en su corazón el don de enseñanza, así como en el de Oliab, hijo de Ajisamec, de la tribu de Dan. Los ha llenado de inteligencia para ejecutar toda obra de escultura, de arte, para tejer en diversos dibujos el jacinto, la púrpura, el carmesí y el lino; para ejecutar toda suerte de trabajos y para proyectar combinaciones” (Éxodo, 35: 30 -35).
Cuando Besalel terminó de construir el Arca, Moisés depositó las Tablas de la Ley en su interior. Después fueron entregadas por Dios a su pueblo como el testimonio del pacto que desde entones les uniría, siguiendo l a vieja costumbre en el Próximo Oriente de guardar documentos y tratados i mportantes bajo l a protección de una divinidad que le daba validez. Seguidamente, el Arca pasó a ocupar una situación de privilegio en el sanctasanctórum del Tabernáculo, la tienda por tátil que los israelitas utilizaron como lugar de culto mientras anduvieron errantes por el desierto, y que se convirtió en el lugar en donde se depositaron sus principales objetos de culto, hasta que Salomón terminó erigiendo el Templo de Jerusalén a principios del primer milenio antes de Cristo.
Según Juan Arias, autor de La Biblia y sus secretos, el Arca “constituía una especie de identidad religiosa e, incluso, una forma de unidad nacional. Era como el pararrayos que aquel pueblo ll evaba siempre consigo, como un escudo protector. Era una especie de santuario móvil que acompañó a Israel desde sus orígenes. El Arca fue el signo concreto de l a presencia activa de Dios durante el Éxodo y la conquista de la Tierra Prometida”.
Los secretos de su poder
Llegados a este punto, cabe preguntarnos por los motivos que hicieron del Arca el utensilio más importante de los israelitas durante todo el tiempo que permaneció en su poder. Según el libro del Éxodo, su elaboración se debió a la voluntad de Yavé de contar con un instrumento que le permitiese una comunicación directa con Moisés, y así poder transmitirle todas las normas y las leyes que a partir de ese momento debían de regir sobre su pueblo. Esta primera interpretación parece sorprendente, ya que la lectura atenta de este segundo libro de la Torá judía nos permite saber que esta comunicación entre Dios y su profeta ya había quedado establecida mucho tiempo antes de la construcción de la reliquia.
Así sucedió cuando Yavé le informó a Moisés sobre su misión antes de su marcha a Egipto, y en repetidas ocasiones hasta que el pueblo de Israel llegó al monte Sinaí, y su líder recibió el mandato de construir el gran objeto de poder de la religión yahvista. Algo más tendría que haber, más aún si tenemos en cuenta que las antiguas tradiciones judías aseguraban que el Arca fue el utensilio en donde se llegó a concentrar todo el saber humano y divino, y por eso su búsqueda habría de plantearse en
términos iniciáticos, de forma similar a la de otros objetos como el Santo Grial o la conocida como Mesa del rey Salomón, en cuya superficie se dice que fue grabado el auténtico nombre secreto de Dios, cuya correcta pronunciación podría otorgar a su descubridor el acceso a un grado de sabiduría prácticamente ilimitado.
Frente a esta visión del Arca como instrumento de conocimiento, los nuevos ensayistas que en los últimos años se han ocupado del estudio de la reliquia, han propuesto nuevas hipótesis, basándose, tal vez, en una interpretación demasiado literal de la Biblia, en donde primaría la concepción de la misma como una especie de máquina, elaborada gracias a la posesión de unos inexplicables conocimientos científicos y tecnológicos, que les habría permitido utilizarla como una descomunal fuente de energía, e incluso como una potente arma de guerra con la que derrotar a los numerosos enemigos que acechaban en el horizonte.
En el otro extremo estarían los “negacionistas” que ni si quiera se plantean la existencia histórica de la reliquia, al considerarla un objeto imaginario relacionado únicamente con la narración bíblica, que para ellos no tenía ningún tipo de valor histórico. Frente a estas posturas extremas, otros han optado por tratar de comprender mejor el contexto religioso de los pueblos orientales, para ver si era asumible, o no, la existencia de este tipo de artefactos entre los primeros israelitas. Mientras me documentaba para escribir mi ensayo Operación trompetas de Jericó, pude comprobar cómo entre los pueblos de Próximo Oriente, no solo era frecuente distinguir objetos de estas características, sino que además era bastante habitual. Los hititas, por poner un ejemplo, utilizaban una especie de cofres transportados por sus sacerdotes mediante una serie de pértigas, y en su interior situaban las imágenes de sus dioses más importantes. Algo parecido ocurría en el Egipto faraónico, en donde pude obser var la existencia de una serie de artefactos, prácticamente similares a los descritos en la Biblia que corroboraban la idea de que los israelitas, justo en esa misma época y en ese contexto geográfico, pudieron utilizar ese tipo de arcas de uso tan corriente, en el mismo momento en que escapaban de su cautiverio en Egipto, para iniciar una nueva y decisiva etapa en su historia.