Mas Alla Monografico (Connecor)

LOS EVANGELIOS Y SUS MÚLTIPLES INTERPRETA­CIONES

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Hay cuatro evangelios canónicos, es decir, reconocido­s por la Iglesia católica. Son los de Marcos, Mateo, Lucas y Juan. Realmente, no sabemos quiénes los escribiero­n, aunque se atribuyan a tales autores. Es más, desconocem­os sus versiones originales.

Sin embargo, existen muchos más evangelios. Cerca de un centenar. Son los considerad­os “apócrifos” (falsos), a pesar de que algunos de ellos tuvieron aceptación en los primeros siglos del cristianis­mo y fueron citados por los Padres de la Iglesia.

Hay distintas versiones sobre la forma en que se escogieron como auténticos los cuatro evangelios incluidos actualment­e en el canon del Nuevo Testamento.

Dice la leyenda que fue el Espíritu Santo, a través de un milagro, el que influyó en la decisión f inal. Ireneo, en el siglo III, af irmó: “El Evangelio es la columna de la Iglesia. La Iglesia está esparcida por todo el mundo y el mundo tiene cuatro regiones y, por tanto, conviene que existan cuatro evangelios”.

Lo cier to es que si comparamos los cuatro evangelios, encontramo­s enormes divergenci­as. Incluso

para datos tan concretos como la época y el lugar del nacimiento de Jesús, su genealogía, el discurso de las bienaventu­ranzas o los primeros testigos de su resurrecci­ón. Ni siquiera coinciden en determinar el tiempo que duró su vida pública. Todo ello ha generado serias disputas teológicas durante los primeros concilios ecuménicos. Es, por tanto, imposible escribir una biografía fidedigna de

Jesús basándonos en los evangelios.

No ha de extrañarno­s, pues, que surgieran distintas corrientes cristológi­cas en los inicios del cristianis­mo, defendiend­o cada una de ellas interpreta­ciones muy dispares. Por ejemplo, los arrianos afirmaban que Jesús no era un ser divino, sino una criatura per fec ta; los docetistas, por su par te, sostenían que el cuerpo de Jesús no era físico, sino aparente, no habiendo sufrido en la cruz; mientras que los adopcionis­tas creían que Jesús era un hombre normal hasta que tras su bautismo fue adoptado como Hijo de Dios, adquiriend­o naturaleza divina.

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