cerebro el y la experiencia mística
¿tienen las Experiencias místicas una base neurobiológica? recientes investigaciones apuntan en esa dirección. Es más, se han localizado las regiones cerebrales que se activan durante las experiencias espirituales. la cosa se vuelve más compleja, si cabe,
La noticia se ha difundido por doquier: un equipo científico de la Universidad de Yale, en colaboración con el Spirituality Mind Body Institute, de la Universidad de Columbia (EE.UU.), ha determinado que las experiencias espirituales tienen una base neurobiológica. La región cerebral implicada sería la corteza parietal, un área involucrada en la conciencia de sí mismo y de los demás. Según el trabajo publicado a finales de mayo en la revista Cerebral Cortex, cuyo título es Correlatos neurales de experiencias espirituales personalizadas, han sido estudiados 27 sujetos para reunir datos sobre sus experiencias espirituales. Posteriormente, fueron sometidos a escáneres por resonancia magnética funcional, mientras escuchaban por primera vez grabaciones basadas en sus experiencias personalizadas. Los científicos observaron patrones similares de actividad en la corteza parietal a medida que los suje- tos experimentaban sensaciones o experiencias de carácter espiritual. “Las experiencias espirituales son estados que pueden tener profundos impactos en las vidas de las personas”, asegura Marc Potenza, profesor de psiquiatría e integrante del equipo de científicos de Yale (EE.UU.). “Comprender las bases neuronales de las experiencias espirituales puede ayudarnos a comprender mejor sus roles en la resiliencia y la recuperación de la salud mental y los trastornos adictivos”, añade.
El hecho de que se haya observado una correlación significativa entre la actividad del lóbulo parietal inferior izquierdo y las experiencias espirituales, ¿acaso nos está sugiriendo que las vivencias místicas no son más que alucinaciones producidas por determinados mecanismos neuronales? ¿ Sería, por tanto, la fe en Dios reductible a una mera función cognitiva del cerebro para mitigar el temor a la muerte y a su vez proporcionarnos alguna ventaja evolutiva, como sostienen ciertos neurólogos?
experiencias místicas
“Y de pronto... Solo una felicidad que parecía infinita. Solo una paz que parecía eterna. (...) Ninguna cosa en mí que ese silencio, que esa luz, como una vibración feliz, como una alegría sin sujeto, sin objeto, ¡ninguna otra cosa en mí, en la noche oscura, que la presencia deslumbrante de todo! Paz. Una paz inmensa. Simplicidad. Serenidad. Alegría. Estas dos últimas palabras podrían parecer contradictorias, pero no se trata de palabras: era una experiencia, un silencio, una armonía. (...) Me sentía bien. ¡Sorprendentemente bien! Tan bien que no sentía la necesidad de decírmelo, ni siquiera el deseo de que no se terminara. Ya no había palabras, ni carencia ni espera: puro presente de la presencia. (...) Ya no había ego, ni separación, ni representación: únicamente la presencia silenciosa de todo. Ya no había juicios de valor: tan solo lo real. Ya no había tiempo: tan solo el presente. Ya no había la nada: tan solo el ser. (...) Solo había todo, y la belleza de todo, y la verdad de todo, y la presencia de todo. Eso era suficiente. ¡Eso era mucho más que suficiente! (...) ¿La muerte? No era nada. ¿La vida? Era solo esta palpitación del ser en mí. ¿La salvación? Era solo una palabra, o era eso mismo. Perfección. Plenitud. Beatitud. ¡Qué gozo! ¡Qué felicidad! ¡Qué intensidad!”.
Quien relata esta experiencia no es un místico. Ni siquiera es creyente. Es un ateo. Se trata del filósofo francés André Comte- Sponville, autor de un extraordinario ensayo titulado El alma del ateísmo. Introducción a una espiritualidad sin Dios (2006). Esa singular experiencia la vivió una noche cuando paseaba por un bosque del norte de Francia. Tenía unos 25 años. Él no habla de éxtasis, sino más bien de éntasis, es decir, “la experiencia de una interioridad (pero que me contiene y que yo no contengo), de una inmanencia, de una unidad, de una inmersión, de un adentro. ¿Una visión? En todo caso no en el sentido en el que se entiende ordinariamente. No he vivido nada más simple. No he vivido nada más natural. ¿Un misterio? Sin duda, pero indisociable de una evidencia. ¿Una revelación? Si se quiere. Pero sin mensaje ni secreto”, afirma. Para él, fue el momento más hermoso que haya vivido nunca y el más espiritual. “Que yo no crea en Dios no me impide poseer una espiritualidad ni me dispensa de servirme de ella”, puntualiza.
Desde que en 1902 apareció publicada Las variedades de la experiencia religiosa, influyente obra del psicólogo y filósofo William
EL HECHO DE QUE SE HAYA OBSERVADO UNA CORRELACIÓN entre la actividad del lóbulo parietal inferior izquierdo y las experiencias espirituales, ¿acaso nos está sugiriendo que las vivencias místicas no son más que alucinaciones producidas por determinados mecanismos neuronales?
James que recoge las conferencias Gifford que pronunció en Edimburgo, las experiencias místicas, como las vividas por Teresa de Ávila, han sido estudiadas desde una perspectiva científica, con el objeto de desentrañar la naturaleza de las mismas y el papel que juega la mente humana. “Para un psicólogo las tendencias religiosas del hombre deben ser como mínimo tan interesantes como cualquiera de los distintos hechos que forman parte de su estructura mental”, aseveró. No obstante, no redujo tales vivencias a un simple proceso cerebral. Consideraba, más bien, que pertenecían a un nivel más profundo de nuestra naturaleza, por tanto, a un ámbito muy difícil de apreciar desde los parámetros médicos establecidos. “Defender la causalidad orgánica de un estado de ánimo religioso, para rebatir su derecho a poseer un valor espiritual superior, es ilógico y arbitrario”, adujo.
Este tipo de experiencias espirituales, que transitan entre el sentimiento oceánico, la consciencia cósmica y la comunicación íntima con la divinidad, a veces se producen inesperadamente, de forma súbita, sin necesidad de una meditación previa, ni de rezos, ni de nada que, de algún modo, las propicien. Llama la atención que sean tan convincentes y reales para quienes las protagonizan. Así lo contaba alguien cuyo relato fue recogido por el reputado psicólogo estadounidense: “Estos encuentros se producían repentinamente y sin haberlos pedido, y parecían consistir simplemente en la eliminación temporal de los convencionalismos que normalmente rodean y cubren mi vida... Una vez ocurrió mientras contemplaba el paisaje
las experiencias místicas, como las vividas por teresa de ávila, han sido estudiadas desde una perspectiva científica, con el objeto de desentrañar la naturaleza de las mimas y el papel que juega la mente humana en su aparición y desarrollo.
quebrado y ondulado que se extendía en un ancho abrigo sobre el que aparecía el océano en el horizonte, desde la cima de una montaña. Otra vez, en el mismo lugar, cuando por debajo de mí no podía ver más que la expansión ilimitada de una nube blanca, en cuya superficie lisa parecía que unos cuantos picos se hundiesen, incluyendo aquel en que me encontraba. Lo que sentí en estas ocasiones fue una pérdida temporal de identidad, acompañada de una iluminación que me reveló un significado más profundo de la vida del que yo solía otorgarle. Es aquí donde encuentro la justificación para decir que era fruto de la comunicación con Dios”.
neuroteología
La neuroteología – vocablo acuñado por Aldous Huxley en 1962– o neurociencia de la espiritualidad es la moderna disciplina encargada de estudiar los procesos neuronales relacionados con las experiencias religiosas o místicas. Si realmente existen unas raíces neurobiológicas capaces de explicar las experiencias de conteni- do espiritual, ello supondría un fuerte varapalo para quienes sostienen que dichas vivencias demuestran la existencia de un mundo celestial al que determinadas personas, como los ascetas y santos, tienen acceso. ¿Son, pues, esas experiencias fruto exclusivo de la actividad cerebral o hay algo más que se les escapa a los científicos? De todos modos, el propósito de la neuroteología no es cargarse las creencias religiosas de nadie. Al menos, así me lo aclaró durante una entrevista el neurólogo malagueño Francisco J. Rubia, autor de dos libros fundamentales sobre la cuestión: La conexión divina (2003) y El cerebro espiritual (2015). “El hecho mismo de que existan estas estructuras no dice nada a favor o en contra de la creencia o no de seres sobrenaturales. (...) La ciencia no se pronuncia sobre creencias particulares”, advierte.
Conviene destacar el hecho de que personas no religiosas, incluso ateas como antes hemos visto, puedan llegar a tener experiencias espirituales o místicas de forma espontánea; o que algunos individuos, mediante la ingesta de cier- tas drogas alucinógenas o enteógenas, también experimenten estados alterados de conciencia asociados a lo espiritual; o que sujetos voluntarios, tras haber recibido estimulación electromagnética en el lóbulo temporal, cuenten prácticamente lo mismo que los místicos de cualquier confesión religiosa. Por tanto, todo indicaría que esa presunta realidad sobrenatural que se alcanza a través de las experiencias espirituales no se halla fuera, sino dentro de nosotros mismos, en algún recóndito lugar de nuestro cerebro. Es más, hay lesiones cerebrales que originan experiencias espirituales (sobre este asunto, consúltense las investigaciones del neuropsiquiatra Arnold Sadwin). ¿Cómo explicar entonces las experiencias espirituales desde la fe cuando todo apunta a que están relacionadas con la activación de ciertas estructuras cerebrales?
En cualquier caso, está demostrado que es posible tener experiencias espirituales sin necesidad de la religión (aunque todavía hay mucha gente incapaz de percibir la gran dife-
la neurociencia de la espiritualidad o la neuroteología –vocablo acuñado por aldous Huxley en 1962– es la moderna disciplina encargada de estudiar los procesos neuronales relacionados con las experiencias religiosas o místicas.
rencia entre espiritualidad y religiosidad). “Si el cerebro crea en gran parte la realidad cotidiana, ¿por qué no va a crear la llamada realidad espiritual?”, se pregunta el doctor Rubia, quien, por cierto, prefiere emplear el término neuroespiritualidad en vez de neuroteología.
A este respecto, la neurocientífica Aída Ortega, del Instituto de Fisiología de l a Universidad Autónoma de Puebla (México), nos recuerda que hay numerosas investigaciones científicas realizadas en lo que l l evamos de siglo y cuyos resultados sugieren que l as experiencias místicas se encuentran mediadas por múltiples regiones cerebrales y sistemas. Ahora bien, la doctora Ortega señala que aquellos que critican estos estudios arguyen que tales experimentos no pueden probar que una revelación mística sea la consecuencia de l a activación de zonas específicas del cerebro, ni pueden negar el valor que para muchos individuos puede tener la i dea de Dios, o la religión misma y sus prácticas. “No obstante, cada día existe una mayor evidencia acerca de que ciertas estructuras cerebrales juegan un papel central en l a experiencia rel i giosa y, por tanto, que esta tiene una base material que puede ser explicada desde l a biol ogía”, subraya.
más allá del cerebro
¿Y si, a pesar de todo, hay algo más? ¿ Podemos descartar con absoluta certeza la posibilidad de que, bajo un estado alterado de conciencia, el místico, el chamán, el médium o quien sea pueda vislumbrar una realidad alternativa o paralela? Aunque existan regiones cerebrales que se activan durante una experiencia espiritual, la psicología transpersonal y la parapsicología contemplan la existencia de otras realidades más allá de nuestro plano físico con las que, de algún modo, podemos interactuar. No hablamos de un mundo sobrenatural, según l o describen las religiones. Hablamos más bien de dimensiones o
todo indica que esta presunta realidad sobrenatural que se alcanza a través de las experiencias espirituales no se halla fuera, sino dentro de nosotros mismos, en algún recóndito lugar de nuestro cerebro. está demostrado que es posible tener experiencias espirituales sin necesidad de la religión.
planos que coexisten con nuestra realidad física – sabemos ya que habitamos un Universo multidimensional–, vibrando en otras frecuencias no detectables por nuestros sentidos físicos cuando estamos en el estado de vigilia, pero sí por la “antena” extrasensorial de nuestra mente inconsciente cuando el individuo está meditando o en éxtasis. Quizá, sea posible de ese modo penetrar en otras regiones espacio- temporales, atisbar a través de un hipotético “agujero de gusano” psíquico lo que hay más allá del mundo visible. Otra cosa distinta es la interpretación que el sujeto haga de l o que presencia bajo ese estado no- ordinario de conciencia, i nfluido por sus creencias, pues cada uno de nosotros percibimos o interpretamos la realidad desde nuestra perspectiva particular.
Si como suele decirse la ciencia se basa en probabilidades y no en certezas, l o que estamos planteando sería una probabilidad más a tener en cuenta. A pesar de l os avances científ i cos, aún estamos l ejos de conocer todos l os misterios que esconde la verdadera naturaleza de la realidad. Es insondable.
Cualquier novedoso descubrimiento en la física cuántica o en la cosmología, multiplica l os interrogantes y nos coloca frente a nuevos enigmas. Por eso, apenas somos capaces de definir qué es la realidad. El eminente psicólogo Carl Jung, por ejemplo, nos condujo a l os profundos abismos de la realidad psíquica, en la que se dan cita l o paranormal, la sincronicidad, las ECM, las visiones de seres arquetípicos y otras anomalías que escapan a nuestra comprensión. Todo ello nos exige revisar a fondo nuestras i deas básicas sobre l a conciencia humana y su conexión con el mundo. De hecho, las investigaciones más vanguardistas, cuyos resultados suponen un desafío radical para el paradigma científico vigente, apuntan a que la conciencia puede funcionar i ndependientemente del cerebro. “Los que sufren una experiencia cercana a la muerte, al i gual que l os chamanes, l os místicos o l os visionarios, parece que visitan otro mundo. Para ellos, su experiencia no es un sueño, sino algo infinitamente más real que la vida de vigilia”, señala el f ilósofo Michael Grosso.
Por su parte, el psiquiatra checo Stanislav Grof, que ha estudiado en profundidad estas cuestiones ligadas a los estados alterados de conciencia, reconoce que las experiencias ex-
el eminente psicólogo carl jung nos condujo a los profundos abismos de la realidad psíquica, en la que se dan cita lo paranormal, la sincronicidad, las ecm, las visiones de seres arquetípicos y otras anomalías que escapan a nuestra comprensión.
traordinarias, como las visiones místicas, no pueden entenderse en el contexto del paradigma materialista newtoniano- cartesiano y socaban los supuestos metafísicos básicos de todo el edificio de la ciencia occidental. Para Grof, las dimensiones de la psique humana son infinitas: “En un esfuerzo por dar cuenta de las experiencias y observaciones de los estados no- ordinarios de conciencia, yo mismo he sugerido una cartografía o un modelo de la psique que contiene, además del nivel biográfico habitual, dos dominios trans- biográficos – el dominio perinatal y el dominio transpersonal–, capaces de dar cuenta de fenómenos como la identificación experiencial con otras personas o con animales, las visiones de seres y ámbitos arquetípicos y mitológicos, experiencias ancestrales, raciales y kármicas, así como la identi- ficación con la mente universal o con el vacío. Se trata de experiencias que han sido descritas en todas las épocas en la literatura religiosa, mística y ocultista”.
En definitiva, aunque valoremos l a notable aportación de l a neurobiología al estudio de las experiencias místicas y su correlación con ciertas zonas del cerebro, no por ello ha de reducirse todo a percepciones erróneas, fantasías y alucinaciones. Adviértase, además, que l os místicos y otros visionarios suelen protagonizar una serie de fenómenos parapsicológicos – i gnorados a causa del fundamentalismo científico–, que son dignos de estudio y que representan un reto primordial para la ciencia moderna, ya que plantean un nuevo paradigma, algo que siempre hace temblar a l os científicos más conservadores y dogmáti- cos, incapaces de explorar más allá de l os estrechos márgenes que ellos mismos i mponen a la ciencia.
Si nuestra conciencia es mucho más que un producto de l os procesos neurofisiológicos de nuestro cerebro, siendo capaz de trascender los límites espacio- temporales y penetrar en otras esferas parafísicas, tarde o temprano será algo que admitirá la ciencia, l o mismo que en otros momentos de su historia ha acogido hechos que anteriormente rechazaba. Y es que aceptar i deas revolucionarias e i ncluso un cambio de paradigma, forma parte inherente del propio progreso científico. Ya l o decía el novelista Marcel Proust: “El verdadero viaje del descubrimiento no consiste en buscar nuevos paisajes, sino en mirar con ojos nuevos”.
aunque valoremos la notable aportación de la neurobiología al estudio de las experiencias místicas y su correlación con ciertas zonas del cerebro, no por ello ha de reducirse todo a percepciones erróneas, fantasías y alucionaciones.