El éxodo azteca
Las claves de la desaparición de una civilización.
Esta es la crónica de UN PUEBLO que portaba consigo UN ARCA. UN DIOS guió a este pueblo en un éxodo que tenía como fin alcanzar una TIERRA PROMETIDA. ¿Les suena la historia?
Hace mucho tiempo una estirpe adquirió l a condición de pueblo elegido. Sus miembros se vieron obligados a abandonar su lugar de origen para emprender un éxodo que se prolongaría durante años. No fue una travesía fácil: antes se asentaron en distintos lugares, viéndose obligados a guerrear contra otros pueblos. Con ellos portaban un arca, a través del cual escuchaban las voces de un dios, que dictaba leyes y mandamientos, mientras l es guiaba hasta la Tierra Prometida. Una vez allí, su dios l es encomendó construir un templo. Es probable que esta historia resulte familiar al l ector. Aunque antes habrá que advertirle que este pueblo no fue el hebreo, su éxodo no transcurrió por el Sinaí y su dios no se llamaba Yahveh…
regreso a aztlan
Para conocer el origen del pueblo azteca debemos trasladarnos a otro lugar y a otro tiempo, l ejos de l a Historia y más cerca del mito. Solo así llegaremos hasta Aztlan, la fantástica isla- ciudad, cercada por las aguas de un lago salpicado de cañaverales poblados por garzas, que fue cuna y morada del pueblo azteca. Su traducción del náhuatl ( la l engua que
hablaban los aztecas) la identifica como el país de la“blancura” o“lugar de las garzas ”; por lo que azteca significaría“la gente de la blancura ”. Aunque los aztecas apenas tuvieron tiempo de llamarse así. Fue su dios Huitzilopochtli ( véase anexo) quien l es rebautizó como mexicas, cuya etimología ( todavía controvertida) parece provenir de metztli, que significa luna, aludiendo a su reflejo en las aguas del lago.
Como en el caso de la Atlántida, hay quienes perciben lo imaginario en la descripción e identifican Aztlan como un símbolo que anticipa Tenochtitlan. Otros prefieren la comodidad de encajar las leyendas como parte de la Historia y sitúan Aztlan en unas coordenadas geográficas, siempre al noroeste de México. La laguna de Mexcaltitan (costa del Estado de Nayarit), el sur de Guanajuato o la isla Janitzio (Micho a can) son algunos de los lugares propuestos. Hay incluso quien encuentra la cuna de los aztecas más lejos: bordeando esa frontera cada vez más impermeable que hoy separa México de Estados Unidos y que es la dirección a la que es empujada la actual corriente migratoria, casi como metáfora de un regreso a la mítica Aztlan.
Como antes protagonizara el pueblo hebreo dejando atrás Egipto, en el año 1111 d.C. los aztecas abandonaron Aztlanyemprendieron un camino sin retorno a través del desierto i nstigados por Huitzilopochtli que, como Yahveh, les guiaría hasta la tierra de promisión. Ambos dioses muestran su preferencia por hacer acto de aparición en lo alto de montañas. Yahveh se manifestó a Moisés con las tablas del ale yen el Monte Sin aí.Huitzilopocht liba ut izó a los nómadas como me xi case nCulhuac ano la Montaña Encorvada, y renació como divinidad en Coatepec o el Cerro de la Serpiente, muy cerca de las ruinas de Tula.
De la misma manera que los israelitas portaban consigo un arca, en cuyo interior se custodiaban las tablas de la ley, la divinidad azteca parece imitar al dios bíblico manifestando sus mandamientos a través… de un arca. Así lo refleja en su crónica de mediados del siglo XVI el dominico fray Diego Durán: “Traían un ídolo que llamaban Huitzilopochtli, el cual traía cuatro Ay os( sacerdotes) que le servían ya quien él decía muy en secreto todos los sucesos de su itinerario y camino, avisándoles de todo lo que les había de suceder, y era tantal a reverencia y temor que a este ídolo tenían, que ninguno de ellos lo osaba tocar. (…) Este venía metido en un arca de juncos, que hasta el día de hoy no hay quien sepa ni haya visto la forma de este ídolo .(…) A este
hacían estos sacerdotes adorar por dios, predicándoles la ley que había de seguir y cumplir, las ceremonias y los ritos conque habían de ofrecer sus ofrendas. Y esto hacían en todos los lugares queseasen taban,a la misma manera que los hijos de Israel lo usaron todo el tiempo que anduvieron en el desierto”.
l a rebelión de los disidentes Separados en el tiempo y el espacio, ambos éxodos afrontaron idénticas tribulaciones. Moisés se enfrentó a la rebelión acaudillada por Coré, quien amotinó a doscientos cincuenta hombres que desconfiaban alcanzar la Tierra Prometida. La insurrección fue rápidamente sofocada por mediación de Yahveh, quien l e dijo a Moisés: “Separaos de esta comunidad, pues quiero aniquilarla en un i nstante”. Apenas tiempo suficiente para que los israelitas f i eles a Moisés se alejaran de las tiendas de Coré y sus secuaces, cuando “l a tierra abrió su boca y se l os tragó a ellos y a sus familias, así como a todos l os hombres de Coré y todos sus bienes. Bajaron vivos al abismo” (Números 16: 21 y 32- 33).
Esa sed de sangre que caracterizaba a Yahveh es también una constante que no disimula el dios azteca Huitzilopochtli. Asentados en Coaetepec, donde se entregaron a cantar y bailar, algunos mexicas se rebelaron frente su dios, resistiéndose a continuar la marcha. La crónica citada de fray Diego Durán nos cuenta que Huitzilopochtli, i ndignado, se tornó “tan feo y tan espantoso como una f i gura endemoniada que a todos puso espanto y terror”, y manifestó a sus sacerdotes: “¿Quién son estos que así quieren traspasar mis determinaciones y poner objeción y término a ellas? ¿ Son ellos por ventura más que yo? Decidles que yo tomaré venganza de ellos antes de mañana”. Adelantándose a la madrugada, los mexicas oyeron un gran ruido; y al amanecer “hallaron muertos a l os principales movedores de aquella rebelión (…) abiertos por l os pechos y sacados solamente l os corazones de donde se l evantó aquella maldita opinión de que Huitzilopochtli no comía sino corazones y de donde se tomó principio de sacrificar hombres y abrirlos por los pechos y sacarles los corazones”.
Otra de las disidencias que deberá aplacar Huitzilopochtli, al comienzo del éxodo, es la que representa su hermana, la hechicera Malinalxochitl, vinculada a la diosa lunar. Para evitar un posible cisma, el dios instó a su tribu a proseguir el camino abandonándola una noche mientras dormía. Curiosamente, en el código de la Alianza que Yahveh estable con Moisés se exhorta :“No dejarás con vida ala hechicera ”( Éxodo 22:17). En ambos casos, los dioses muestran el temor de que sus fieles se aparten de ellos seducidos por la magia y la hechicería.
los dioses arquitectos
Es la Cónica Mexicáyotl (1598), la que nos cuenta que, para vencer l as tribulaciones de un éxodo que se prolongaría más de dos siglos, Huitzilopochtli transmitió a l os mexicas el siguiente mensaje: “Os digo en toda ver-
MIENTRAS YAHVEH guió a su pueblo desde las alturas en forma de nube, Houizilopochtli lo hizo sirviéndose de un águila, que posaría sus garras sobre un nopal para devorar una serpiente.
dad que os haré señores, reyes de cuanto hay por doquiera en el mundo”. Una promesa que recuerda mucho a la que Yahveh hizo al primer patriarca del pueblo judío, Abraham: “Yo haré de ti una gran nación y te bendeciré, engrandeceré tu nombre y serás una bendición” (Génesis 12: 2).
Mientras Yahveh guió a su pueblo desde las alturas en forma de nube, Huitzilopochtli lo hizo sir viéndose de un águila que posaría sus garras sobre un nopal para devorar una serpiente (otras versiones sugieren que era una ave de coloridas plumas). Esa sería l a señal, hoy convertido en escudo de l a bandera de México, donde se iniciaría la construcción de Tenochtitlan, que se traduce como “lugar donde abunda la piedra o fruta del cactus” o “ciudad de Tenoch”, honrando al cacique que acaudillaba al pueblo azteca cuando alcanzó la tierra de promisión.
Tampoco hay consenso en la fecha de fundación de México Tenochtitlan. Hasta hace algunos años se aceptaba un período comprendido entre 1325 y 1345, paréntesis que, tras una reinterpretación del calendario azteca, ha sido reemplazado por el del año 1370.
Lo que sí es seguro es que, i gual que Yahveh solicitó al pueblo hebreo que nada más instalarse en la Tierra Prometida se erigiera un templo en su honor; Huitzilopochtli no podía ser menos. La sangre de l os sacrificios humanos, que se derramaba en los altares de aquellos majestuosos templos, era el tributo con el que l os aztecas se aseguraban la protección de sus dioses. Hasta que, un día, l os dioses decidieron traicionar a su pueblo. Pero esa es otra historia…
el otro éxodo: ¿historia o mito? Esta es la historia que escucharon los primeros españoles cuando arribaron ala capital del imperio azteca Tenochtitlan. ¿Cuánto hay de real y de leyenda? Lo que sabemos del éxodo azteca no procede de textos primitivos originales, ya que estos fueron en su mayoría quemados por los conquistadores, al considerarlos inspirados por el demonio, o desaparecieron con el paso del tiempo. Así pues, la versión que nos queda es la que se hilvana a través de los textos escritos por los cronistas españoles y delas tiras de ilustraciones de los códices aztecas.
De entre las fuentes coloniales destaca la Historia de las Indias de Nueva España e islas de Tierra Firme del ya citado dominico DiegoDurán (1537-1588). Sugiriendo el inevitable paralelismo entre las migraciones hebrea y azteca, el religioso aventura que el pueblo mexica integraría una de las diez tribus perdidas de Israel que fueron castigadas
por Yahveh con ser temerosas y cobardes. Fray Durán señaló que, precisamente, la pusilanimidad caracterizó a l os mexicas cuando fueron doblegados por Hernán Cortes y un exiguo ejército de trescientos hombres. Asimismo, l os sacrificios humanos, el canibalismo ritual y la idolatría a la que se entregaban l os aztecas eran el vestigio de las prácticas por las que Yahveh rompió su alianza con el pueblo judío.
Por l o expuesto, el relato del dominico, sometido “a la corrección de la Santa I glesia católica”, adolece, cuando menos, de falta de objetividad. Puede barajarse la posibilidad de que su contenido respondiera a una estrategia por parte de la I glesia (que alcanzó su culmen con la invención de la Virgen de Guadalupe) de fusionar l os mitos indígenas dentro del corpus de la religión católica para facilitar el proceso de evangelización.
En cuanto a los códices, que es como se conocen a las tiras de pergaminos en fibra vegetal ilustrados por los propios nativos, su contenido tampoco es tan fiable como pudiera parecer en un principio. La mayoría son, en realidad, copias de otros códices más antiguos, realizadas en la misma época colonial… Esto significa que (excluyendo los que son simples falsificaciones) pueden haber sufrido adulteraciones o “correcciones” de la Santa Iglesia católica. De entre los anales que sirven de na- rración al Éxodo, el más antiguo es la Tira de la Peregrinación, más conocido como códice Boturini, y cuyas ilustraciones se reproducen en el patio central del Museo de Antropología de México D. F.
El códice fue adquirido, a partir del segundo tercio del siglo XVIII, por el cronista y anticuario Lorenzo Boturini (1698-1755), y su realización está fechada entre los años 1530 y 1541, es decir, entre una y dos décadas después de la llegada de los españoles a Tenochtitlan.
Aunque no se trata, por tanto, de un documento prehispánico, el códice Boturini remitiría a otro documento más antiguo y ya desaparecido conocido como Códice X (o Crónica X) y del que sería copia.
Si a eso se añade que la adquisición del códice sólo fue posible a través de una generosa dádiva con la que Lorenzo Boturini venció el hermetismo de unos indígenas que no estaban dispuestos a desprenderse de sus textos para dárselos a los coloniales, la sombra de la sospecha en torno a su autenticidad aún se hace más alargada. No sería la primera vez que los nativos americanos comercializan con piezas o documentos que ellos mismos falsifican a cambio de una retribución.
Así pues, el mito del “otro éxodo” descansa sobre frágiles columnas. Por un lado, el de la manipulación a la que los cronistas religiosos pudieron haber sometido la leyenda azteca, estableciendo paralelismos bíblicos en su afán evangelizador. Por otro, la sospecha de falsificación de unos códices que ni siquiera se remontan a época prehispánica y que no son hallados hasta bien entrado el siglo XVIII. Aunque ya es tarde para una retrospectiva que nos permita discernir entre Historia y mito. Siempre resulta mucho más sugestivo dejarse cautivar por las l eyendas.
FRAY DIEGO DURÁN ESTABLECE UN INEVITABLE PARALELISMO entre las migraciones hebrea y azteca, y aventura que el pueblo mexica integraría una de las diez tribus perdidas de Israel, la cual fue castigada por Yahveh por ser temerosa y cobarde.