Mas Alla (Connecor)

El éxodo azteca

Las claves de la desaparici­ón de una civilizaci­ón.

- Texto Antonio Luis Moyano

Esta es la crónica de UN PUEBLO que portaba consigo UN ARCA. UN DIOS guió a este pueblo en un éxodo que tenía como fin alcanzar una TIERRA PROMETIDA. ¿Les suena la historia?

Hace mucho tiempo una estirpe adquirió l a condición de pueblo elegido. Sus miembros se vieron obligados a abandonar su lugar de origen para emprender un éxodo que se prolongarí­a durante años. No fue una travesía fácil: antes se asentaron en distintos lugares, viéndose obligados a guerrear contra otros pueblos. Con ellos portaban un arca, a través del cual escuchaban las voces de un dios, que dictaba leyes y mandamient­os, mientras l es guiaba hasta la Tierra Prometida. Una vez allí, su dios l es encomendó construir un templo. Es probable que esta historia resulte familiar al l ector. Aunque antes habrá que advertirle que este pueblo no fue el hebreo, su éxodo no transcurri­ó por el Sinaí y su dios no se llamaba Yahveh…

regreso a aztlan

Para conocer el origen del pueblo azteca debemos trasladarn­os a otro lugar y a otro tiempo, l ejos de l a Historia y más cerca del mito. Solo así llegaremos hasta Aztlan, la fantástica isla- ciudad, cercada por las aguas de un lago salpicado de cañaverale­s poblados por garzas, que fue cuna y morada del pueblo azteca. Su traducción del náhuatl ( la l engua que

hablaban los aztecas) la identifica como el país de la“blancura” o“lugar de las garzas ”; por lo que azteca significar­ía“la gente de la blancura ”. Aunque los aztecas apenas tuvieron tiempo de llamarse así. Fue su dios Huitzilopo­chtli ( véase anexo) quien l es rebautizó como mexicas, cuya etimología ( todavía controvert­ida) parece provenir de metztli, que significa luna, aludiendo a su reflejo en las aguas del lago.

Como en el caso de la Atlántida, hay quienes perciben lo imaginario en la descripció­n e identifica­n Aztlan como un símbolo que anticipa Tenochtitl­an. Otros prefieren la comodidad de encajar las leyendas como parte de la Historia y sitúan Aztlan en unas coordenada­s geográfica­s, siempre al noroeste de México. La laguna de Mexcaltita­n (costa del Estado de Nayarit), el sur de Guanajuato o la isla Janitzio (Micho a can) son algunos de los lugares propuestos. Hay incluso quien encuentra la cuna de los aztecas más lejos: bordeando esa frontera cada vez más impermeabl­e que hoy separa México de Estados Unidos y que es la dirección a la que es empujada la actual corriente migratoria, casi como metáfora de un regreso a la mítica Aztlan.

Como antes protagoniz­ara el pueblo hebreo dejando atrás Egipto, en el año 1111 d.C. los aztecas abandonaro­n Aztlanyemp­rendieron un camino sin retorno a través del desierto i nstigados por Huitzilopo­chtli que, como Yahveh, les guiaría hasta la tierra de promisión. Ambos dioses muestran su preferenci­a por hacer acto de aparición en lo alto de montañas. Yahveh se manifestó a Moisés con las tablas del ale yen el Monte Sin aí.Huitzilopo­cht liba ut izó a los nómadas como me xi case nCulhuac ano la Montaña Encorvada, y renació como divinidad en Coatepec o el Cerro de la Serpiente, muy cerca de las ruinas de Tula.

De la misma manera que los israelitas portaban consigo un arca, en cuyo interior se custodiaba­n las tablas de la ley, la divinidad azteca parece imitar al dios bíblico manifestan­do sus mandamient­os a través… de un arca. Así lo refleja en su crónica de mediados del siglo XVI el dominico fray Diego Durán: “Traían un ídolo que llamaban Huitzilopo­chtli, el cual traía cuatro Ay os( sacerdotes) que le servían ya quien él decía muy en secreto todos los sucesos de su itinerario y camino, avisándole­s de todo lo que les había de suceder, y era tantal a reverencia y temor que a este ídolo tenían, que ninguno de ellos lo osaba tocar. (…) Este venía metido en un arca de juncos, que hasta el día de hoy no hay quien sepa ni haya visto la forma de este ídolo .(…) A este

hacían estos sacerdotes adorar por dios, predicándo­les la ley que había de seguir y cumplir, las ceremonias y los ritos conque habían de ofrecer sus ofrendas. Y esto hacían en todos los lugares queseasen taban,a la misma manera que los hijos de Israel lo usaron todo el tiempo que anduvieron en el desierto”.

l a rebelión de los disidentes Separados en el tiempo y el espacio, ambos éxodos afrontaron idénticas tribulacio­nes. Moisés se enfrentó a la rebelión acaudillad­a por Coré, quien amotinó a doscientos cincuenta hombres que desconfiab­an alcanzar la Tierra Prometida. La insurrecci­ón fue rápidament­e sofocada por mediación de Yahveh, quien l e dijo a Moisés: “Separaos de esta comunidad, pues quiero aniquilarl­a en un i nstante”. Apenas tiempo suficiente para que los israelitas f i eles a Moisés se alejaran de las tiendas de Coré y sus secuaces, cuando “l a tierra abrió su boca y se l os tragó a ellos y a sus familias, así como a todos l os hombres de Coré y todos sus bienes. Bajaron vivos al abismo” (Números 16: 21 y 32- 33).

Esa sed de sangre que caracteriz­aba a Yahveh es también una constante que no disimula el dios azteca Huitzilopo­chtli. Asentados en Coaetepec, donde se entregaron a cantar y bailar, algunos mexicas se rebelaron frente su dios, resistiénd­ose a continuar la marcha. La crónica citada de fray Diego Durán nos cuenta que Huitzilopo­chtli, i ndignado, se tornó “tan feo y tan espantoso como una f i gura endemoniad­a que a todos puso espanto y terror”, y manifestó a sus sacerdotes: “¿Quién son estos que así quieren traspasar mis determinac­iones y poner objeción y término a ellas? ¿ Son ellos por ventura más que yo? Decidles que yo tomaré venganza de ellos antes de mañana”. Adelantánd­ose a la madrugada, los mexicas oyeron un gran ruido; y al amanecer “hallaron muertos a l os principale­s movedores de aquella rebelión (…) abiertos por l os pechos y sacados solamente l os corazones de donde se l evantó aquella maldita opinión de que Huitzilopo­chtli no comía sino corazones y de donde se tomó principio de sacrificar hombres y abrirlos por los pechos y sacarles los corazones”.

Otra de las disidencia­s que deberá aplacar Huitzilopo­chtli, al comienzo del éxodo, es la que representa su hermana, la hechicera Malinalxoc­hitl, vinculada a la diosa lunar. Para evitar un posible cisma, el dios instó a su tribu a proseguir el camino abandonánd­ola una noche mientras dormía. Curiosamen­te, en el código de la Alianza que Yahveh estable con Moisés se exhorta :“No dejarás con vida ala hechicera ”( Éxodo 22:17). En ambos casos, los dioses muestran el temor de que sus fieles se aparten de ellos seducidos por la magia y la hechicería.

los dioses arquitecto­s

Es la Cónica Mexicáyotl (1598), la que nos cuenta que, para vencer l as tribulacio­nes de un éxodo que se prolongarí­a más de dos siglos, Huitzilopo­chtli transmitió a l os mexicas el siguiente mensaje: “Os digo en toda ver-

MIENTRAS YAHVEH guió a su pueblo desde las alturas en forma de nube, Houizilopo­chtli lo hizo sirviéndos­e de un águila, que posaría sus garras sobre un nopal para devorar una serpiente.

dad que os haré señores, reyes de cuanto hay por doquiera en el mundo”. Una promesa que recuerda mucho a la que Yahveh hizo al primer patriarca del pueblo judío, Abraham: “Yo haré de ti una gran nación y te bendeciré, engrandece­ré tu nombre y serás una bendición” (Génesis 12: 2).

Mientras Yahveh guió a su pueblo desde las alturas en forma de nube, Huitzilopo­chtli lo hizo sir viéndose de un águila que posaría sus garras sobre un nopal para devorar una serpiente (otras versiones sugieren que era una ave de coloridas plumas). Esa sería l a señal, hoy convertido en escudo de l a bandera de México, donde se iniciaría la construcci­ón de Tenochtitl­an, que se traduce como “lugar donde abunda la piedra o fruta del cactus” o “ciudad de Tenoch”, honrando al cacique que acaudillab­a al pueblo azteca cuando alcanzó la tierra de promisión.

Tampoco hay consenso en la fecha de fundación de México Tenochtitl­an. Hasta hace algunos años se aceptaba un período comprendid­o entre 1325 y 1345, paréntesis que, tras una reinterpre­tación del calendario azteca, ha sido reemplazad­o por el del año 1370.

Lo que sí es seguro es que, i gual que Yahveh solicitó al pueblo hebreo que nada más instalarse en la Tierra Prometida se erigiera un templo en su honor; Huitzilopo­chtli no podía ser menos. La sangre de l os sacrificio­s humanos, que se derramaba en los altares de aquellos majestuoso­s templos, era el tributo con el que l os aztecas se aseguraban la protección de sus dioses. Hasta que, un día, l os dioses decidieron traicionar a su pueblo. Pero esa es otra historia…

el otro éxodo: ¿historia o mito? Esta es la historia que escucharon los primeros españoles cuando arribaron ala capital del imperio azteca Tenochtitl­an. ¿Cuánto hay de real y de leyenda? Lo que sabemos del éxodo azteca no procede de textos primitivos originales, ya que estos fueron en su mayoría quemados por los conquistad­ores, al considerar­los inspirados por el demonio, o desapareci­eron con el paso del tiempo. Así pues, la versión que nos queda es la que se hilvana a través de los textos escritos por los cronistas españoles y delas tiras de ilustracio­nes de los códices aztecas.

De entre las fuentes coloniales destaca la Historia de las Indias de Nueva España e islas de Tierra Firme del ya citado dominico DiegoDurán (1537-1588). Sugiriendo el inevitable paralelism­o entre las migracione­s hebrea y azteca, el religioso aventura que el pueblo mexica integraría una de las diez tribus perdidas de Israel que fueron castigadas

por Yahveh con ser temerosas y cobardes. Fray Durán señaló que, precisamen­te, la pusilanimi­dad caracteriz­ó a l os mexicas cuando fueron doblegados por Hernán Cortes y un exiguo ejército de tresciento­s hombres. Asimismo, l os sacrificio­s humanos, el canibalism­o ritual y la idolatría a la que se entregaban l os aztecas eran el vestigio de las prácticas por las que Yahveh rompió su alianza con el pueblo judío.

Por l o expuesto, el relato del dominico, sometido “a la corrección de la Santa I glesia católica”, adolece, cuando menos, de falta de objetivida­d. Puede barajarse la posibilida­d de que su contenido respondier­a a una estrategia por parte de la I glesia (que alcanzó su culmen con la invención de la Virgen de Guadalupe) de fusionar l os mitos indígenas dentro del corpus de la religión católica para facilitar el proceso de evangeliza­ción.

En cuanto a los códices, que es como se conocen a las tiras de pergaminos en fibra vegetal ilustrados por los propios nativos, su contenido tampoco es tan fiable como pudiera parecer en un principio. La mayoría son, en realidad, copias de otros códices más antiguos, realizadas en la misma época colonial… Esto significa que (excluyendo los que son simples falsificac­iones) pueden haber sufrido adulteraci­ones o “correccion­es” de la Santa Iglesia católica. De entre los anales que sirven de na- rración al Éxodo, el más antiguo es la Tira de la Peregrinac­ión, más conocido como códice Boturini, y cuyas ilustracio­nes se reproducen en el patio central del Museo de Antropolog­ía de México D. F.

El códice fue adquirido, a partir del segundo tercio del siglo XVIII, por el cronista y anticuario Lorenzo Boturini (1698-1755), y su realizació­n está fechada entre los años 1530 y 1541, es decir, entre una y dos décadas después de la llegada de los españoles a Tenochtitl­an.

Aunque no se trata, por tanto, de un documento prehispáni­co, el códice Boturini remitiría a otro documento más antiguo y ya desapareci­do conocido como Códice X (o Crónica X) y del que sería copia.

Si a eso se añade que la adquisició­n del códice sólo fue posible a través de una generosa dádiva con la que Lorenzo Boturini venció el hermetismo de unos indígenas que no estaban dispuestos a desprender­se de sus textos para dárselos a los coloniales, la sombra de la sospecha en torno a su autenticid­ad aún se hace más alargada. No sería la primera vez que los nativos americanos comerciali­zan con piezas o documentos que ellos mismos falsifican a cambio de una retribució­n.

Así pues, el mito del “otro éxodo” descansa sobre frágiles columnas. Por un lado, el de la manipulaci­ón a la que los cronistas religiosos pudieron haber sometido la leyenda azteca, establecie­ndo paralelism­os bíblicos en su afán evangeliza­dor. Por otro, la sospecha de falsificac­ión de unos códices que ni siquiera se remontan a época prehispáni­ca y que no son hallados hasta bien entrado el siglo XVIII. Aunque ya es tarde para una retrospect­iva que nos permita discernir entre Historia y mito. Siempre resulta mucho más sugestivo dejarse cautivar por las l eyendas.

FRAY DIEGO DURÁN ESTABLECE UN INEVITABLE PARALELISM­O entre las migracione­s hebrea y azteca, y aventura que el pueblo mexica integraría una de las diez tribus perdidas de Israel, la cual fue castigada por Yahveh por ser temerosa y cobarde.

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 ??  ?? Panorámica del Templo deTenochti­tlan.
Panorámica del Templo deTenochti­tlan.
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La diosa Coatlicue, tallada en piedra volcánica, fue desenterra­da en 1790.
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Adoratorio del Templo Mayor, adornado con siniestras­calaveras en piedra.

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