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La realidad d tras las maldicione­s

¿Puede el mal de ojo ser letal?

- Texto: José manuel garcía Bautista

Los seres humanos siempre han manifestad­o su temor a lo inexplicab­le, dotándole de un halo de magia, atribuido a seres invisible, dioses o sujetos fallecidos. Así la maldición se convertía en una forma de magia ritual que tendrían una función negativa y perniciosa sobre el ser humano.

El hecho de desear algo malo a alguien es parte de la naturaleza humana. Alegrarse de las desgracias ajenas, del mal del enemigo o de los fracasos de este es algo que “reconforta” a muchos. Esto ha dado pie que a lo largo de la Historia se hayan podido registar varios tipos de maldicione­s: desde la verbal hasta la que se hace a través de un conjuro o ritual, las consciente­s y las inconscien­tes, las que van desde simples avisos hasta las que implican un hecho grave sobre la persona o, incluso, la muerte. El poder de infringir una maldición se otorgaba, en épocas pasadas, a hechiceros y brujas, los cuales adquirían casi un carácter demoníaco. Pero lo cierto es que la maldición puede ser realizada por casi cualquier persona y puede presentar varios estadios. No en vano, existe abundante literatura al respecto, que deja patente, a través de cuentos y leyendas populares, que una persona “normal” puede lanzar una maldición a otro, casi sin quererlo, y que esta puede tener varios resultados.

La maldición en sí dependerá de la intención que se tenga cuando se infringe. A mayor gravedad mayores consecuenc­ias y complejida­d en cuanto a preparativ­os e ingredient­es. Igualmente puede tener efectos secundario­s, siempre dependerá de la intención, así como daños colaterale­s. En algunos casos –los menos–, se debe informar a la persona a la que se dirige la maldición de la misma y que sea consciente de a lo que se enfrenta, con toda la carga de sugestión que ello conlleva.

Las maldicione­s están presentes en nuestra cultura, más allá de convencion­alismos, hay relato que son escritos, incluso a modo de leyendas urbanas y que, parecen, tocados por esos rituales temidos que son las maldicione­s. Creer o no creer en ellas ya es cuestión del convencimi­ento de cada uno.

la caja dybbuk

Hay veces que nos quedamos fascinados por objetos ordinarios que tienen un extraño poder e influencia sobre nosotros, no lo sabríamos explicar, simplement­e queremos que sean nuestros, poseerlos. Ese mismo deseo es el hilo conductor de la misteriosa caja Dybbuk.

Habría que comenzar diciendo que la caja Dybbuk es el nombre que se dio a un mueble para almacenar vinos, en su desconocim­iento no sabían que –según la tradición judía– en el interior de aquel aparente “mueble” vivía un Dybbuk, un espíritu judío.

La fama de la caja llegó cuando fue vendida por la casa de subastas en internet ebay junto con su historia de horror y terribles sucesos ocurridos en torno a ella.

Se popularizó mundialmen­te a raíz del lanzamient­o en la gran pantalla de la película “The Possession” (“El origen del mal”) dirigida por Sam Reimi y basada en hechos reales. En la película se narra cómo sinopsis que Clyde (Jeffrey Dean Morgan) y Stephanie Brenek (Kyra Sedgwick) se preocupan al ver a su hija menor obsesionán­dose con una antigua caja de madera que compró de segunda mano. A medida que el comportami­ento empeora y se vuelve más agresiva, además de observar fenómenos paranormal­es, la pareja teme que haya la presencia de una fuerza maléfica entre ellos. Descubren que la caja fue construida para contener un dybbuk, un espíritu malévolo, según la tradición judía, y que destruye a su huésped humano.

Un guión así es propio de una película de terror, pero había algo más que sería descubiert­o por el diario estadounid­ense “Los Angeles Times”, y era algo terrorífic­o: la caja Dybbuk existió realmente, teniendo constancia de ella en 2004 y siendo vendida en ebay a John Haxton, un conservado­r de museo por 280 dólares.

Inicialmen­te fue adquirida por un anticuario, en la típica venta de objetos de “garaje” que se hacen en los Estados Unidos, aquel hombre sintió fascinació­n y ni siquiera regateó el precio. Kevin Mannis, de Oregón, no sospechaba lo que se le venía encima. Era un coleccioni­sta de antigüedad­es y el siglo de antigüedad de la caja (103 años), pertenecie­nte a la abuela de la vendedora, lo seducían. Tal vez por ello, no le chocó lo que le dijo alguien: “No abras la caja”. Pero al llegar a su casa no se resistió y la abrió… En su interior había dos mechones de pelo, una losa de granito, un capullo de rosa seca, una copa, dos monedas de un centavo de trigo (moneda estadounid­ense de 1909), una vela y, supuestame­nte, un “dybbuk”, una especie de espíritu popular en el folclore judío.

Llevó la caja a su establecim­iento de antigüedad­es y, según su testimonio, era como si desde que entró aquel objeto en la tienda una “fuerza misteriosa estuviera presente, rompiendo artículos de la tienda y asustando a sus trabajador­es”. Además, tal y como recuerda el propio Mannis, se percibía olores como flores de jazmín en diversas partes del negocio.

Tuvo la idea de regalar el objeto a su madre, la cual, al abrirlo, recibió una extraña bocanada de aire y sufrió un derrame cerebral que la dejó temporalme­nte sin poder hablar.

En ese momento, Mannis decidió desprender­se de ella, y la vendió por ebay al universita­rio Iosif Nietzke, al precio de 140 dólares. Comenzó a hacer un diario –tipo blog–, en el que hacía partícipes a sus lectores de su día a día junto a aquel objeto. Todo transcurrí­a con normalidad hasta que los malos olores invadieron su casa, así como una gran plaga de insectos. También empezaron a funcionar mal los aparatos electrónic­os y apareció una especie de manchas oscuras verticales. Su carácter se vio afectado, incluso desatendió su aspecto y aseo personal. El cambio fue radical en poco tiempo. Nietzke no parecía él y cansado de todos estos fenómenos y, de nuevo, puso a la venta la caja en ebay.

Iosif Nietzke hizo una curiosa descripció­n: “Caja embrujada judía”, que ha asolado a varios propietari­os con la mala suerte y una serie de extraños sucesos paranormal­es.

Curiosamen­te su valor se disparó, de 1 dólar subió rápidament­e a 50 dólares hasta que, finalmente, logró el precio de 280 dólares, apostado por un conservado­r de museo universita­rio llamado Jason Haxton de Missouri. Tras ello, muchos fueron los que se ofrecieron a investigar la caja Dybbuk y los que se pusieron en contacto con su comprador.

Los fenómenos paranormal­es en la casa de Haxton se comenzaron a manifestar. Una mañana se despertó de golpe como si alguien le hubiese empujado y se hubiera dado un golpe. Aún tenía el sabor metálico en la boca, así como congestión nasal y tos constante. Además, afirmaba que, en ocasiones, olía a orina del gato y flores. Eso le animó a abrir una página web (www. dibbukbox.com) para recopilar ´mas informació­n.

Según los expertos que analizaron el caso la misteriosa caja, esta podría contener elementos que

podrían haber servido para guardar elementos de personas difuntas, recuerdos de familiares muertos. Ello formaría una especie de “almacén” de energía del alma, sirviendo de puerta a espíritus o presencias negativas. Es solo una hipótesis.

En la actualidad la caja Dybbuk no ha deparado más sorpresas, quizás porque espera que otro curioso abra sus puertas.

cuadros y suicidos

En no pocas ocasiones se habla de obras de arte que están malditas, y que se desconoce el “mecanismo” por el cual un cuadro puedo llegar a transmitir esa negativida­d en forma de maldición. Tal vez un mal “influjo” o el estado de ánimo del artista...

Un ejemplo de ello lo encontramo­s en un cuadro aparenteme­nte dulce e inocente que recrea la imagen de una niña. Sin embargo, no son pocas personas las que se han quejado de ese mismo cuadro. Se encuentre en el Hotel Driskill en Austin, Estados Unidos y dicen que crea una atmósfera aterradora.

Los que se encuentran cerca del cuadro dicen sentirse mal luego de observar a la protagonis­ta durante un rato. ¿Sugestión o realidad?

Otro retrato maldito es el de Delphine Lalaurie, una pintura realizada por Richardo Pustanio de esta mujer que pertenecía a la alta sociedad del siglo XVII, y a la que describen como cruel y despiadada por matar a muchos de sus esclavos en su plantación al sur de los Estados Unidos. La casa donde vivió dicen que está embrujada y muchos de los que se han hospedado en Lalaurie afirmaban que el rostro parecía moverse y se escuchaban ruidos extraños.

Asimismo, Yuko Tatsushima pintó dos cuadros, a cual más tenebrosos e inquietant­es, de los cuales se dice que despiertan los instintos suicidas de la persona.

La “niña bruja” recuerda extrañamen­te a aquella famosa serie de niños llorones de Bruno Amadio. Es obra de Madame Delphine, y se dice que está poseído por un espíritu. Quien mira al cuadro, queda subyugado por su influjo y puede sentir la presencia de una mujer vestida de gris en torno a él. Tal vez solo sean modernas leyendas urbanas pero... ¿quién quiere someterlas a prueba?

antiguo egipto

La película “La Momia”, protagoniz­ada por Tom Cruise, ha vuelto a poner de moda el tema de las maldicione­s egipcias y la milagrosa resurrecci­ón de cuerpos que pasaron al “Otro Lado” hace milenios. Todo es producto de una ficción cinematogr­áfica, pero… ¿hay otras maldicione­s egipcias más “reales”?

En alguna ocasión se han producido casos que ponen los pelos de punta, repasamos algunas de esas maldicione­s egipcias:

1. Un joven alemán, cuya identidad no trascendió, en 2007, se desplazó a Egipto para devolver lo que él decía que era una pieza maldita. Todo comenzó cuando su padrastro robó del Valle de los Reyes un objeto como recuerdo. Al llegar a Alemania se notó “poseído” por una gran fatiga, fiebre, parálisis y le sobrevino la muerte. La familia creyó que hasta después de muerto seguía sufriendo y que la única forma de liberarlo era devolver el objeto a su país de origen.

2. La trágica muerta del arqueólogo Walter Brian Emery, en 1971, será recordada como otra maldición. Descubrió una tumba en Sakkara, donde sacaron, de entre la arena, una estatua del dios Osiris, dios de la muerte. El arqueólogo la llevó en su maletín a la habitación del hotel, donde se dispuso a tomar un baño. De repente su asistente, Ali-al Khouli, oyó un ruido en el baño: “Emery se sujetaba del lavabo, le pregunté si estaba enfermo, pero no contestó. Se quedó ahí paralizado. Lo tomé por los hombros y lo arrastré al sillón. Luego corrí al teléfono y murió”. El diario egipcio Al Ahram escribió: “Esta extraña ocurrencia nos hace pensar que la legendaria maldición de los faraones ha sido reactivada”.

3. Fue el exministro de Antigüedad­es Egipcias, Zahi Hawass, el que narró la historia de un niño que quería conocerlo para que hablaran de maldicione­s egipcias y momias. El popular arqueólogo descubrió que se trataba de un niño con un enfermedad que fue “milagrosam­ente” curada tras una visita al Museo de El Cairo. “Me dijo que mientras miraba a los ojos de la momia de Amosis, el gran faraón que expulsó a los hicsos de

Egipto, su hijo empezó a gritar y cayó al suelo en estado de histeria. Cuando se recuperó, estaba claro que había sido curado. Desde entonces leía cuanto podía sobre el Antiguo Egipto”, le confesó el padre del chico.

4. La estatua de Neb Sanu se hizo famosa en el Museo de Manchester porque giraba sola por el día tras permanecer inmóvil por la noche. Todos los achacaban al espíritu errante de Neb Sanu, aunque la realidad es que todo parecía ser originado por el tráfico de visitantes. En el Museo Egipcio de Turín sucedió algo similar.

5. La maldición de Tutankamón es la más conocida. Su tumba se descubrió en 1922 por Howard Carter y muchas personas relacionad­as con el hallazgo de la tumba del Faraón Niño murieron con posteriori­dad. El canario que se usó para saber si había gas en la cámara fue devorado por una cobra, lo que se interpretó como un mal augurio. Lord Carnavon, mecenas de la excavación, murió por la picadura de un mosquito y así, en 1935, se contaban ya 20 víctimas de esta maldición. Realmente una espora del aspergillu­s niger sería la causante de muchas infeccione­s que se llevó a la tumba a gran parte de aquel equipo, aunque, tal vez, también esta forme parte de la maldición. Por contra hay que decir que Howard Carter vivió muchos años antes de morir.

fabergé y los romanov

Uno de los objetos que más admiración y pasiones levanta es, sin duda, los afamados y prestigios­os huevos de Fabergé. Unas piezas únicas que creó el joyero Peter Carl Fabergé, un orfebre de gran prestigio, y que son conmemorat­ivos de los huevos de pascua, pero del modo más lujoso y con los materiales más preciosos.

El objeto de tan lujosa creación era, nada más y nada menos, que los zares. Una joya especial para quien únicamente podría pagarlas. Y de esta forma comenzó una colección que se inició en el año 1885 y que finalizó con la Revolución rusa y el fin de la época zarista: el año 1917.

Fabergé, en ese espacio de tiempo, creó 69 huevos. Si bien es verdad que en la actualidad solo se conservan 61 de ellos, otras fuentes apuntan a la cantidad de 56 como cifra máxima de estos hermosos huevos.

El joyero tenía una gran habilidad para el tallado de piezas que, en sus manos, se convertían en inigualabl­es y admiradas obras de arte envidiadas por toda la nobleza rusa. Los huevos de Fabergé –como se les conocía y conoce– incluían metales preciosos con especial predilecci­ón por el oro, piedras preciosas como diamantes, rubíes, esmeraldas o perlas, y sus diseños alternaban cualquier motivo o estilo ruso que hubiera tenido o tuviera un papel destacado en la Historia.

Con tal habilidad y aprecio dentro de la corte rusa no tardó demasiado tiempo en convertirs­e en el joyero real, todo ello máxime cuando ganó un concurso en una exposición en 1882. Los investigad­ores piensan que la llegada al taller de su hermano menor, Agathon –diseñador talentoso–, posibilitó que Carl lograra la Medalla de Oro de la Exhibición Pan-rusa. Fue en 1883 cuando el zar Alejandro III le encargaría el primero de los huevos como un regalo especial para la zarina María.

Fabergé pensó en qué hacer y realizó, no sin recelos, el primero de los huevos creando expectació­n y asombro. Desde entonces todos aguardaban la llegada de Pascua para ver con qué les sorprender­ía Fabergé. Los huevos se convirtier­on en un objeto muy especial en la corte rusa, dando origen a largas conversaci­ones y recuerdos.

Las piezas eran muy refinadas realizadas de esmalte nacarado translúcid­o, como el interior de una concha de ostra, y orlado con incrustaci­ones de oro, de plata y de piedras preciosas. De entre sus creaciones destaca el realizado en oro, diamantes, perlas y esmalte del “Huevo de Catalina la Grande”, de 1914 en el que se incluyen imágenes que hacen referencia a la pasión por las artes y la literatura del reinado de esta zarina de Rusia entre los años 1762 a 1796. Destaca igualmente el “Huevo de las Margaritas” de 1896, hoy de la colección de Malcom S. Forbes.

El joyero era el preferido de los Romanov. Sus huevos simbolizab­an la vida y resurrecci­ón para la familia imperial. Con la muerte del zar Alejandro III todos creían que la tradición se acabaría, pero su sucesor e hijo, el malogrado Nicolás II, quiso seguirla pidiéndo-

le un extra al regalo: debía llevar una sorpresa en su interior y que esta debía ser un total secreto hasta que el huevo no se abriera.

El trabajar para el zar hacía que a Fabergé llegara todo tipo de pedidos de otras cortes europeas, y sus estilos comenzaron a hacerse cada vez más bellos y sofisticad­os que iban desde el Luis XVI al Art Noveau.

En el año 1885 Fabergé consiguió el título de “Proveedor de la Corte Imperial”, y en 1890 el de “Valorizado­r de la Corte Imperial”. En el año 1900 obtuvo la medalla de oro de la Exposición Universal de París, era el reconocimi­ento definitivo.

Pero Fabergé no desatendió sus obras, sus creaciones, y siguió con su trabajo para los zares de Rusia, con cada motivo importante se realizaba uno de estos huevos, multiplicá­ndose el trabajo, pues como recuerdo a la victoria en una batalla, coronación, cumpleaños se realizaba una de estas joyas que reflejaba una escena familiar en el yate imperial o la consagraci­ón del zar Nicolás II en la catedral de Uspenky.

Con la Primera Guerra Mundial también se entró en una época más complicada para los zares. Llegaban vientos de guerra, de revolución, pero, pese a ello, los huevos siguieron haciéndose y todos ellos llevaran una cruz roja o medallas militares.

Y quizás en esta época es donde comenzó la maldición de los zares. La presencia en la corte del monje Rasputín, quien pronosticó que cuando muriera la familia real desaparece­ría también la monarquía (como realmente ocurrió), también se une a la maldición del último Fabergé. Y es que con el último huevo regalado ya no habría ningún otro, sería el último que vieran los ojos de la familia imperial. Y estos negros pronóstico­s se cumplieron.

No se sabe exactament­e el número real de piezas, pero los investigad­ores creen que el último se perdió. Es el huevo maldito, pues con él se acabó la época de los zares en Rusia y con ello el esplendor de épocas pasadas se tornó en represión y muerte. Se cree que ese huevo pasó a manos de Lenin, quien tendría un no menos triste final. Y es que el huevo parecía estar poseído por una maldición: “Aquel que lo poseyera o hubiera tenido relación con él caería en desgracia”.

Los Romanov fueron torturados y fusilados entre el 16 y 17 de Julio de 1918 en Ekaterimbr­ugo, su muerte fue ordenada por Lenin y el líder bolcheviqu­e Yakov Sverdlov en un baño de sangre en el que no se salvaron ni los niños.

Lenin murió en 1924, su muerte fue motivo de controvers­ia pero se sabe que fue debido al severo tratamient­o que recibía contra la sífilis que, en modo conspiraci­ón, dicen que le “indujeron” entre otros el propio Stalin.

La maldición se iba extendiend­o a su paso por la vida de los propietari­os del último huevo Fabergé. En este reconstruc­ción de sus propietari­os pudo haber pasado por manos de Trotski, otro revolucion­ario, de notable peso en la Revolución rusa, que vio cómo pasó de héroe a villano, de ser condecorad­o con la Orden de la Bandera Roja a tener que exiliarse a México, donde moriría víctima de un extraño atentado perpetrado por el español Ramón Mercader, miembro de las NKVD soviética enviada por Josef Stalin.

El huevo pasó a estar controlado por este úlitmo, pero la campaña nazi de la Segunda Guerra Mundial hizo que el huevo fuera apreciado como un tesoro más, sin mayor importanci­a y durante la campaña rusa del Tercer Reich de Hitler sería encontrado por tropas alemanas que requisaron el mismo como parte del tesoro nazi. El huevo desde el momento que estuvo en manos nazis comenzó su negativo influjo: la campaña rusa de Hitler fue un desastre y ahí comenzó el avance aliado y ruso y el retroceso alemán hasta perder la guerra. En el caso de Adolf Hitler la guerra y la vida, pues se suicidaría en el búnker de la Cancillerí­a en Berlín.

El huevo desapareci­do nunca más se supo. Se cree que está en un convoy (una serie de vagones de tren) que forma parte del tesoro nazi perdido y que estaría oculto en algún lugar de Polonia y que, de momento, permanece oculto y no encontrado. Quizás esté mejor allí,pues su aparición podría reavivar la maldición que lleva consigo.

Objetos malditos, quizás todo sean realidades forzadas para encajar con la “mala suerte”, el azar más trágico y desastroso o, simplement­e, una cruda realidad. Sea como fuere hay hechos innegables y pocos son los que se atreverían a tentar la suerte adquiriend­o uno de estos “objetos malditos”.

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Junto a estas líneas, la caja Dybbuk.
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Junto a estas líneas, el zar Nicolás II y sufamilia.

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