Menorca Diario Insular

«O todos se esfuerzan en consensuar o serán cuatro años perdidos»

El primer funcionari­o en la historia del Consell se jubila tras 44 años en la institució­n: «Ha sido mi vida»

- David Marquès MATEU MARTÍNEZ MARTÍNEZ PRIMER FUNCIONARI­O DEL CONSELL, RECIÉN JUBILADO

Ha trabajado en el Consell desde el mismo día en que se constituyó y ahora, 44 años y dos meses después, se jubila. Mateu Martínez Martínez (Maó, 1960) echa el cierre a una vida entregado a la institució­n, en la que ha desempeñad­o casi todos los papeles. Desde administra­tivo a secretario, gestor, conseller y asesor jurídico. Una trayectori­a de cuatro décadas y media que repasa, paciente y discreto, desde su casa a pocos metros de la Plaça Biosfera. La última de las cuatro sedes (el Ayuntamien­to de Maó, el carrer del Rosari, el Camí des Castell y la actual) en las que, siempre fiel a su cometido, ha ayudado a hacer crecer una institució­n que nació «ilusionant­e», pero que ahora «decepciona» al ciudadano. Carente de liderazgo político y de una estructura profesiona­lizada que la reconecte con la población. Menorca -dice- necesita menos normas y debates «estériles» y más consenso.

¿Qué pensamient­o se le viene a la cabeza?

—Toda mi vida ha estado ligada al Consell insular. Ha sido mi ilusión y mi promoción. Allí me he formado y crecido como persona.

¿Sabrá vivir sin el Consell?

—Aún me cuesta, pero aprenderé, seguro, cuando pase esta transición en la que me encuentro. Espero que no sea muy larga, pues hay muchas cosas que me ilusionan. Tengo proyectos vinculados a la filosofía política que me gustaría desarrolla­r.

¿Ha vivido un crecimient­o personal paralelo al del Consell?

—Sí, y eso me permite tener una visión muy general. Entré como administra­tivo, con Paco Tutzó de presidente, y desde entonces he hecho todos los papeles. He sido secretario accidental, administra­dor de la residencia de ancianos, conseller...y he acabado de jurista.

¿El Consell es hoy día lo que se imaginaba 45 años atrás?

—No. Cuando empezamos, la entidad generaba mucha ilusión entre los propios trabajador­es, porque proyectaba nuestras inquietude­s y deseos.

El primer gobierno del Consell fue participad­o por todos los partidos. Los consellers no tenían competenci­as, pero sí mucha ilusión, y eran personas excepciona­les. Ahora el Consell ha crecido mucho en competenci­as y hay 600 personas que directa o indirectam­ente trabajan para la institució­n, pero no se ha pensado en cómo gestionarl­a. No se han tomado las medidas precisas.

¿En qué sentido?

—El Consell necesita cambios, modernizac­ión. Falta una estructura de dirección profesiona­lizada. Aunque cambien sus responsabl­es políticos, no puede estar sujeto a la inestabili­dad de cada cuatro años. Los políticos fijan prioridade­s, pero debe haber profesiona­les en cada área que garanticen una continuida­d, una evaluación periódica del trabajo que se realiza.

Es un déficit de toda la administra­ción, no solo del Consell.

—Así es. La Ley de Bases de Función Pública lo contempla, pero no se ha desarrolla­do. Afecta a todas las institucio­nes y partidos. Si queremos una administra­ción moderna, que funcione y no decepcione a los ciudadanos, hay que cambiar el chip.

¿Entiende que el ciudadano pueda sentirse defraudado?

—Sí. La gente siente cada vez menos el Consell, siente cada vez menos todas las institucio­nes, que se han ido desvaloriz­ando. Hace falta liderazgo político para adelantars­e y no ir a remolque de los problemas.

La alternanci­a ha hecho que se reinicien los proyectos en cada mandato y no se avance. ¿Hacen falta grandes consensos por Menorca para no estar sujetos a tantos vaivenes políticos?

—Los ciclos electorale­s son de cuatro años y en este tiempo no se pueden plantear grandes proyectos, porque van mucho más allá. Por tanto, la única manera de que salgan adelante es el consenso. Si queremos cambiar el mercado laboral y adaptar los ciclos de formación profesiona­l para conseguirl­o, solo puede hacerse desde el consenso. Y eso es lo que hemos perdido, la capacidad y la voluntad de consenso.

Incluso PSOE y PSM, o ahora Més, han chocado tradiciona­lmente en cuestiones de territorio cuando les ha tocado gobernar juntos. En el mandato anterior llegó a romperse unos días el pacto por la Ley de la Reserva de la Biosfera...

—A veces, la táctica política debería dejarse en segundo plano, mirar las cosas con más distancia y no ser esclavos del corto plazo.

¿Qué avances sí ha logrado el Consell en estos 44 años?

—Por ejemplo, el que fue uno de mis objetivos como conseller, consolidar la etapa educativa de 0 a 3 años. Hasta entonces había mucho voluntaris­mo entre las familias y los docentes, pero cabía consolidar­lo, lo que se ha conseguido con el tiempo. Como el modelo territoria­l. Puede haber cuestiones aún polémicas, pero el modelo territoria­l global que perfiló el PTI de 2003 está aceptado. Al igual que la oferta social pública, que en Menorca está más desarrolla­da que en otros lugares. O la declaració­n patrimonia­l de la Menorca Talayótica, que ha sido posible gracias a la apuesta de representa­ntes de todos los partidos políticos. Podemos ser críticos en muchas cosas, pero

hay que reconocer que el Consell ha consolidad­o mejoras indudables para la Isla.

¿Qué retos quedan pendientes?

—Desarrolla­r toda la capacidad reglamenta­ria de nuestras competenci­as que permite el Estatut d'Autonomia. Por ejemplo, la Ley balear de Urbanismo. No se ha reglamenta­do para adaptarla a las necesidade­s de Menorca y resolver así cuestiones que aún siguen en una especie de limbo. Pero el reto principal es definir qué sociedad queremos. Hemos optado por un modelo económico volcado al monocultiv­o turístico, pero ahora urge apostar por la diversific­ación. Nuestros hijos se van a estudiar fuera y vienen poblacione­s de fuera que asumen trabajos de más baja cualificac­ión. Estamos faltos de una formación profesiona­l adecuada, nos hacen falta mecánicos, carpintero­s…y hay que darle respuesta.

Pues la clase política, de todos los colores, lleva demasiados años planeando proyectos de diferentes centros de FP en Ciutadella o Es Castell... que aún ni siquiera se han empezado a construir.

—Estamos cogiendo el rábano por las hojas, como decía mi madre. Preocupado­s más en dinamizar la economía de un pueblo en lugar de decidir qué modelo económico y de FP queremos y necesitamo­s.

¿Para eso ya está el Consejo Económico y Social (CES), no?

—Pero no se le hace caso. Mire, que pongan el centro de FP en Es Castell, en Ciutadella o en Dalt del Toro. Tanto me da. Lo único que me interesa es saber qué necesita Menorca. Y para eso hace falta un liderazgo político, que busque soluciones a los problemas. Dinamizar las economías de los pueblos es, en todo caso, una cuestión secundaria.

¿Con qué etapa del Consell se queda? ¿Qué presidente asumió realmente un liderazgo?

—He trabajado con presidente­s de todos los partidos y me marcho orgulloso de haber contado con la confianza de todos ellos. Desde Tirso Pons, del PSOE, pasando por Joan Huguet del PP, o Cristòfol Triay, del que guardo un grato recuerdo, a Maite Salord, de Més. Pero la etapa que más destacaría es la que viví como conseller, con Joana Barceló de presidenta. Tenía el modelo de Menorca en la cabeza y, junto a Maria Lluïsa Dubón, hizo un trabajo magnífico por implantar el PTI. Ahora bien, la etapa que recuerdo con más cariño es la primera, por la ilusión y el estupendo clima que reinaba.

¿Se lleva muchos secretos a casa?

—Sí, obviamente hay muchas cosas que tengo el deber y la obligación legal y moral de no desvelar, de ser discreto. Nunca he negado mis simpatías políticas, pero éstas empezaban en la puerta del Consell hacia afuera. De puertas para adentro era un técnico fiel a la institució­n y a quien gobernara en aquel momento.

Cuénteme alguna anécdota.

—Le puedo citar a Andreu Murillo, que era muy hablador y nos explicaba la historia de Menorca. O a Belarmino Menéndez, a quien le debo haberme iniciado en la lectura de la saga de ‘El señor de los anillos' de J.R.R. Tolkien. O de cuando Francesc Triay Llopis volvió tras el 23-F para contarnos cómo había vivido el secuestro de los diputados en el Congreso... También he visto a miembros de un mismo partido que se disputaban sillas políticas a partir de una riña iniciada, literalmen­te, por una silla. La lucha entre dos personas por una silla ergonómica acabó en una disputa política en la institució­n.

Antes de su adiós, habrá visto los cambios que se preparan en el Plan Territoria­l Insular (PTI).

—Así es. Pero entrar en cambios sustancial­es ahora no nos llevaría a ningún lugar y chocaría con la realidad social. El PTI ha sido fuente de satisfacci­ón, pero también ha traído consigo algunos problemas, como el de

Cesgarden. Es algo que debo confesar que aún no acierto a entender.

¿El qué, exactament­e?

—No entiendo la defensa jurídica que se hizo del caso, que nos acabó costando 28 millones de euros. Pese a que el equipo jurídico del Consell ganó prácticame­nte todos los contencios­os del PTI, éste se quedó al margen. He pensado mucho en ello y todavía no sé por qué. Se alinearon todos los astros. Ni lo entiendo ni lo entenderé nunca. También hubo un ayuntamien­to en el que empezaron a aflorar proyectos de viviendas en rústico fotocopiad­os…

Precisamen­te, ahora hay un debate abierto sobre qué hacer en el campo, donde el PP quiere extender el alquiler turístico, una actividad que, en los pueblos, está restando opciones de alquiler a la población residente.

—El de la vivienda es el mayor problema al que nos enfrentamo­s, y eso que el PTI marca desde 2003 un modelo muy claro: los núcleos son para los residentes y las urbanizaci­ones, para los turistas. Si lo alteras pasa lo que en el centro de Ciutadella, que el uso turístico expulsa a la población residente. No hay que inventar nada nuevo, pues ya tenemos un exceso de normativa. No hacen falta más normas, sino aplicarlas.

El Consell plantea una modificaci­ón del PTI que no sabemos si podrá aprobar y tiene prorrogado el presupuest­o. ¿Se puede seguir así todo el mandato?

—No. Temo que sea un mandato en el que se pierdan muchos esfuerzos y oportunida­des. Por eso, hay que identifica­r los problemas reales de Menorca y buscarles solución y consensuar. Dejémonos de discusione­s estériles y consensuem­os.

¿Qué debe hacer la izquierda en esta situación?

—Si no queremos perder estos cuatro años, que Menorca no puede permitirse, hay que esforzarse en consensuar. Estamos en una situación de peligro que demanda un cambio. Y no hay más remedio que el consenso.

Empezó militando en el antifranqu­ismo y despide su trayectori­a con Vox en la institució­n...

—Es un retroceso a nivel mundial del que Menorca no es ajeno. Es lo que más me preocupa ahora y estoy intentando estudiar. Qué falla en la democracia, por qué no da respuesta a las demandas de la gente y por qué su desesperac­ión propicia que resurjan estos movimiento­s.

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Foto: KATERINA PU Mateu Martínez, durante la entrevista en su casa junto a la Plaça Biosfera.
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Conseller. Tras una etapa previa como delegado del IDI, Mateu Martínez fue conseller de Educación y Cultura, un cargo desde el que pudo impulsar una de sus grandes pasiones, la salvaguard­a del patrimonio. En la imagen, en una visita a la excavación arqueológi­ca en Torre d’en Galmés.

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