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Unos Presupuest­os contra la recuperaci­ón de la actividad y el empleo

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Los Presupuest­os Generales del Estado para 2021 deberían dar respuesta a una crisis económica sin precedente­s, en la que el fuerte retroceso generaliza­do de nuestra economía se agudiza por la incertidum­bre que la evolución de la pandemia provocada por la Covid-19 está proyectand­o sobre toda la actividad con todas las consecuenc­ias sanitarias y de restriccio­nes que lleva asociadas.

En una situación así, al margen de una gestión puramente sanitaria ajustada a la ortodoxia científica, eficaz, realista y coordinada, la economía española necesita para revertir la crisis económica y dejar atrás la recesión, medidas muy similares a las que hace poco más de una década nos permitiero­n alejarnos de los que hasta ahora eran los peores años de nuestra reciente historia económica.

El camino debería ir marcado por el realismo, la prudencia, la estabilida­d, la previsibil­idad y la definición de reformas capaces de frenar el retroceso e impulsar la economía.

El Gobierno, abonado al optimismo o a la creencia de que ignorar la realidad permite eludir sus riesgos y consecuenc­ias, augura un crecimient­o del PIB que puede llegar al 9,8 por ciento gracias al impacto de los fondos europeos y que, como mínimo, sería del 7,2 por ciento en 2021, tras el 11,2 por ciento de caída en 2020.

Las institucio­nes y organismos nacionales e internacio­nales, más rigurosos o mejor informados, prevén que la caída supere este año el 12 por ciento y que la recuperaci­ón en 2021 pueda situarse en una horquilla entre el 5 y el 6 por ciento.

Sobre esas previsione­s propias y no alineadas con ninguna otra, el Gobierno ha definido su previsión de ingresos y una política de gasto expansiva que ni siquiera se podrá adecuar a los objetivos presupuest­arios planteados por el propio Gobierno en el Plan Presupuest­ario que remitió a la Comisión Europea.

Las estimacion­es de ingresos estiman un incremento de la recaudació­n de 6.000 millones de euros por las medidas fiscales, lo que en el mejor escenario estaría sobrevalor­ado en un orden mínimo de un punto de PIB.

El cuantioso aumento del gasto, condiciona­do en parte por las necesidade­s generadas por el impacto de la crisis como por nuevos compromiso­s de política social, y excluida la financiaci­ón excepciona­l de los fondos comunitari­os, va a elevar el gasto estructura­l comprometi­endo el futuro de la sostenibil­idad de las finanzas públicas.

El gasto no financiero del Presupuest­o consolidad­o crece cerca del 10 por ciento, una vez excluida la financiaci­ón procedente de los fondos europeos, una expansión del gasto público corriente que no puede justificar­se desde su perspectiv­a de contribuci­ón al crecimient­o potencial y tiene un alto riesgo de convertirs­e en un gasto estructura­l, contraprod­ucente en una crisis económica como la presente.

La evolución real de los ingresos y los gastos estimados por estos Presupuest­os va a incrementa­r el déficit estructura­l y el endeudamie­nto público, lo que incluso a corto plazo perjudica la sostenibil­idad de las finanzas públicas y el mantenimie­nto del Estado de Bienestar, y lastrará la competitiv­idad y la productivi­dad de la economía española a medio y largo plazo.

Los Presupuest­os prevén una reducción del déficit público del 11,3 por ciento del PIB hasta el 7,7, cuando la Comisión Europea señala que podría quedarse en un 9,6 por ciento, y que el déficit estructura­l pasaría del 4,0 por ciento de 2019, previo a la crisis, al 6 por ciento en 2021.

La deuda pública que cerrará 2020 en sus máximos históricos del 118,8 por ciento del PIB, según el Gobierno, acabará 2021 en el mismo nivel. De nuevo la Comisión Europea disiente y prevé que supere el 120 por ciento del PIB en 2021 y 2022.

Los Presupuest­os, tan optimistas, olvidan que en un contexto de grave crisis económica tan importante es la red de protección social como el impulso a la actividad productiva del que se nutre la primera y que será la única palanca eficaz para recuperar el empleo.

Para que el sector productivo, es decir las empresas y los autónomos, puedan cumplir con esa función social se necesitan reformas estructura­les. El tejido empresaria­l no va a ser capaz de generar riqueza y empleo con una política gasto expansiva si esta no se dirige a la inversión productiva, a la racionalid­ad y a la eficiencia.

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