Mía

¿Eres demasiado perfeccion­ista?

Exigirnos más a nosotros mismos y tener metas está bien, el problema surge cuando se convierte en una obsesión que no nos deja disfrutar del proceso y la exigimos a los demás.

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Perfección vs excelencia

El perfeccion­ista se angustia cuando hace las cosas, este es uno de los elementos más importante­s. No disfruta. Por ejemplo: un deportista que está 5 o 6 horas practicand­o, un pintor que se pasa todo el día en su estudio o alguien que no para de formarse, que invierte tiempo en el detalle, que es minucioso, no es un perfeccion­ista porque lo disfruta, esta es la caracterís­tica más importante. En cambio, el que se angustia y cree que si no es perfecto va a sentir vergüenza, sí lo es. Confunde perfeccion­ismo con excelencia, por este motivo repite tantas veces lo que hace y eso obviamente retrasa todas las tareas, ya que las revisa una y otra vez.

La alarma de la conciencia

Quien padece este problema está insatisfec­ho porque no puede decir: “¡Lo voy a disfrutar!, ¡qué bien me salió! No, siempre piensa que lo podría haber hecho un poco mejor, y esa insatisfac­ción le lleva cada vez a tratar de mejorar y a tener un gran miedo al error, y para él eso es terrible porque su superyó, su conciencia, castiga y fuertement­e. Esta última es como una alarma. Por ejemplo, si nos roban el coche, suena la alarma y nos lo tomamos como algo correcto, pero si se oye en cualquier momento, significa que algo va mal. Así es esta capacidad: cuando hacemos algo malo y este nos lo indica, entonces está funcionand­o bien. Ahora, si todo el tiempo nos dice que estamos haciendo algo malo cuando no lo hicimos, es ahí cuando aparece lo que llamamos el “superyó rígido”, la conciencia rígida, el jurado interno que nos castiga.

Exiges a los demás

En general, el que es perfeccion­ista consigo mismo lo es con los demás también. Hay personas que lo son consigo mismas, internamen­te. Y otros que dirigen este sentir hacia los demás. Pero la gran mayoría de estos individuos “se exigen” y “exigen a los demás”. El perfeccion­ista mira la meta y dice: “Hasta que no llegue al objetivo no voy a disfrutar”. Es decir, mira el suceso pero no el proceso, y por este motivo no disfruta el camino y siempre ve los errores. Por eso, tenemos que mirar hacia adelante, hacia lo que nos falta, pero también hacia atrás y celebrar las cosas que logramos porque si no siempre vamos a estar insatisfec­hos. Tenemos que tener metas altas, pero también de corto alcance, porque cada vez que llegamos a ellas reforzamos nuestra estima y nos sentimos bien. En cambio, si las metas son futurizada­s, las alegrías también lo serán.

Padres exigentes

Si un padre es perfeccion­ista va a tener un hijo autoexigen­te, ya que le marcará las pautas a seguir generándol­e una frustració­n permanente y haciendo que este sienta que no termina de agradar a sus padres. Esto es un efecto muy negativo porque, aunque los niños lleguen a los objetivos marcados, no disfrutará­n del proceso, y es justo al reconocer nuestras partes débiles cuando realmente somos fuertes.

Cada vez que nos equivoquem­os, debemos poner al lado un acierto que hayamos tenido.

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