ENID BLYTON
Enseñó a los niños a ser valientes y respetuosos, pero también pecó de racista y sexista. ¿Con qué nos quedamos? Gracias a las reediciones, solo con lo mejor.
Enid Blyton (Londres, 1897) hizo feliz a millones de niños, excepto a sus propias hijas. Al menos, a la pequeña, Imogen, que confesó que su madre había sido en realidad “arrogante, insegura, pretenciosa y sin una pizca de instinto maternal”. Parece que para su otra hija, que desmintió esta versión, Blyton siempre tuvo tiempo, pero incluso ella concedió que había sido la favorita de las dos. Imogen sigue viva y ya no odia a su madre, pero sí le da pena. Ha entendido que Blyton, que más que una adulta con simpatía hacia la infancia seguía siendo una niña en el cuerpo (y con las habilidades para escribir) de un adulto.
INFANCIA CONGELADA
Enid dejó de crecer a los 13 años. A esa edad, su padre, a quien ella adoraba, puso fin a las constantes y brutales discusiones con su esposa yéndose de casa con su secretaria. Para la autora, ya entonces acostumbrada a inventar poemas e historietas para evadirse de esas penosas situaciones, no debió de costarle mucho, de cara al público, seguir la versión oficial que la madre les obligaba a contar: que su padre estaba de viaje. Sin embargo, en el plano emocional, esto se convirtió en una pauta. Helena Bonham Carter, que la interpretó en una película (Enid), opina que lo suyo casi rozaba lo patológico: “Era alérgica a la realidad. Si algo no le gustaba, lo ignoraba o reescribía su vida”. Se dice, también, que el trauma le afectó físicamente, ya que cuando quiso tener hijos le dijeron que tenía el útero de una niña de 12 o 13 años.
AL MARGEN DE LOS ADULTOS
Ese escapismo en el que era experta le vino bien, no obstante, para inventar las mejores historias de aventuras al mar- gen de los adultos; el sueño de cualquier niño. Blyton empezó a cosechar sus primeros éxitos a los 23 años, que para ella no era tan pronto como pueda parecer, pues para entonces llevaba ya una década intentando publicar. Antes de cumplir la treintena ya tenía una revista semanal, Sunny Stories, donde publicaba sus series y se comunicaba con sus fans. De hecho, fueron ellos, a través de una encuesta, los que eligieron el nombre de su casa, Green Hedges. La autora promovió cuatro clubs de fans (y lectura) para que su legión de seguidores se reuniese y, de paso, recaudase fondos para buenas causas (para los animales o para crear hogares para niños pobres). En cuanto a sus ideas, Blyton sería una rancia (ha sido criticada por racista y sexista, pues sus malos siempre eran extranjeros sucios, y sus mujeres, dóciles y serviciales), pero en cuanto al marketing, llevaba años de ventaja.