HISTORIAS VERDES
La máxima expresión de la desolación es un lugar bello y atractivo, que te atrapa y doblega tu voluntad. Es el desierto, y ejerce un poder de fascinación sobre el ser humano. Fruto de ese sentimiento nació el París-Dakar.
Thierry Sabine. Castillos en la arena.
Thierry Sabine fue el hombre que puso en marcha el París-Dakar, una carrera que es más que una carrera, que sobrevive a su creador, aunque sea en un lugar distinto y en un tiempo diferente, pero que conserva toda la esencia de Sabine, incluido el nombre, sabiendo adaptarse al medio y reinventarse en cada edición.
Resulta fácil imaginarse a Sabine, de niño, convertido en un ávido consumidor de los libros de Tintín, atrapado por las maravillosas historias de Hergé, con el cuidado que ponía a la hora de dibujar toda clase de vehículos. Y Sabine quizá soñó con emular las epopeyas de los grandes exploradores franceses que en el inicio del siglo XX emprendieron la exploración del desierto. La pugna que sostuvieron Renault y Citroën en los años veinte, detalladamente reflejada en la literatura del motor gala, despertó el interés de Sabine, que, ávido de nuevas experiencias y de dar rienda suelta a ese explorador que todos llevamos dentro, decidió embarcarse en el Cote-Cote, el Rally Abidjan-Niza, una aventura creada por Jean-Claude Bertran en 1974.
Sabine era un entusiasta de las competiciones de motor, compitió indistintamente en coches y motos, y hasta disputó en un par de ocasiones las 24 Horas de Le Mans. Visto con la perspectiva de los años, el Cote-Cote parecía una verdadera locura. En la edición de 1976, los participantes tenía marcado un plazo de tiempo para completar el recorrido, entre el 25 de diciembre de 1975 y el 11 de enero de 1976, algo más de dos semanas para cubrir más de 7.000 kilómetros, de la costa atlántica a la costa mediterránea, atravesando el desierto de Níger y Mali. Salieron treinta motos y acabaron sólo cuatro. Aquello cautivó de tal manera a Sabine, que se apuntó a la siguiente edición, más larga y exigente: 8.500 kilómetros a cubrir entre el 29 de diciembre de 1976 y el 16 de enero de 1977.
PERDIDO EN EL DESIERTO
En aquella carrera coincidió con algunos nombres míticos de los raids: Cyril Neveu, Gilles Comte, «Fenouil», los hermanos Sarrazin, o René Metge. A lomos de una Yamaha XT500 que por toda preparación contaba con un par de alforjas para llevar sendas latas de gasolina, una riñonera, una bolsa de depósito y un saco, y con la discreta equitación de la época y un casco «jet», Sabine encaró una aventura complicada, en la que la competición se regía por la regularidad, con un tiempo determinado para cubrir la distancia, penalizando por el tiempo de más que se invirtiera en realizarlo. Por ejemplo, la primera etapa, Abidjan-Niamey, se debía realizar en 58 horas, lo que implicaba dos noches al raso.
En la etapa Dirku-Madama, al atravesar el Tènèrè, Sabine equivocó la ruta y se perdió. En su desesperación por encontrar el rumbo correcto sufrió una caída y sus precarios instrumentos de navegación, una brújula y un reloj, se rompieron en el accidente. Tras pasar dos días y dos noches solo y perdido en el desierto, en medio de la más absoluta desolación, Sabine toma una decisión: abandonar su moto y buscar ayuda. Luchar por sobrevivir.
Así lo relató años después en su libro París-ArgelDakar: «son ya dos días y dos noches perdido en el desierto, bajo un sol que comienza a hacerme perder la razón. La total ausencia de sombra es una sensación opresora, que engendra un sentimiento parecido al de la claustrofobia. Entonces decido alejarme de mi moto. En calcetines y succionando las piedras para provocarme saliva, comprendo que mi vida vale cada vez menos. Y es entonces cuando prometo que si salgo con vida de esta experiencia barreré cuanto de superficial contenga mi existencia».
Hizo una gran cruz con piedras en el suelo para llamar la atención a los equipos aéreos de
rescate. Así fue como un avión consiguió divisarlo. Se puede decir que el día de su rescate, aquella mañana de enero de 1977, fue su nueva fecha de nacimiento, un alumbramiento producido en pleno desierto, que fue gentil y le perdonó la vida, regalándole nueve años más de existencia. Desgraciadamente, no lejos de aquel sitio donde comenzó su leyenda, Sabine encontraría la muerte el 14 de enero de 1986.
RENACE SABINE, NACE EL DAKAR
Aquellos dos días en el desierto marcaron definitivamente su espíritu. Sabine decidió volver al desierto y brindar a quien quisiera seguirle la oportunidad de descubrir lo que él conoció y experimentó. Fue así como durante casi dos años madura la idea de organizar una carrera a través de territorios impenetrables de los desiertos del Tènèrè o el Sahara. Y esa idea cobra forma el 26 de diciembre de 1978, cuando 87 motos y 89 coches se dan cita en la Plaza del Trocadero de París, al borde del Sena y frente a la Torre Eiffel, para emprender el primer Rally ParísArgel-Dakar. Sabine, con un impecable uniforme blanco, de pies a cabeza, los despide uno a uno. En esa primera edición, 74 vehículos llegaron a Dakar. Cyril Neveu lograría la victoria scratch, imponiéndose a los coches. De hecho, los tres primeros clasificados fueron motoristas: Neveu, Comte y Vassard. La carrera todavía está lejos de alcanzar la magnitud que ahora tiene, pero resulta ser un éxito.
El Dakar consiguió unir bajo el mismo espíritu de la competición a corredores profesionales con los pilotos amateur que se inspiran en el evocador mito de Sabine. No había clase ni condición; el desierto se encargaba de igualar a todos. Ése era el espíritu de la competición, la esencia del mensaje que Sabine quería transmitir.
Las ideas de Sabine impregnan la carrera y al que compite en ella. Vista desde fuera, su obra era una verdadera locura: lanzar a cientos de personas de un lado al otro de África con los limitados instrumentos de orientación de la época. Desde la distancia y conociendo como es ahora la carrera podemos decir sin exagerar que era cosa de locos seguir a aquel hombre de blanco. La caravana del Dakar hizo de Sabine su mesías, y creía en su palabra. Y si Sabine decía que se podía hacer, aquello se hacía.
La relación de Sabine con los participantes fue como la de un buen padre con sus hijos: preocupación constante, pero máxima exigencia. A veces parecía enloquecer y pedirles demasiado, y los pilotos respondían con quejas a un recorrido infernal, o a etapas interminables, de muchos cientos de kilómetros, de sol a sol, donde encontrar el rumbo acertado o el paso adecuado resultaba tan complejo como descifrar un enigma.
Pero Sabine sabía cómo persuadirles, y más de una vez tuvo que hacer frente a sus protestas. Era capaz de sacarlos de quicio, de volverles locos, pero también sabían que sería capaz de darlo todo por ellos. Hasta la vida. El 14 de enero de 1986 una tormenta de arena sacude a la caravana en pleno
TRAS DOS DÍAS TIRADO EN EL DESIERTO EL SOL ME HACE PERDER LA RAZÓN
Tènèrè, en la etapa Niamey-Gouma-Rharous, que estaba dividida en dos especiales. La tormenta arreció por la tarde y Sabine salió en su helicóptero en busca de pilotos perdidos, intentando reagruparlos y orientarlos en medio del vendaval. Esa misma mañana, antes de la salida, había arengado a los pilotos: «hoy comienza el Dakar: ya no hay pistas, ni horizonte, ni balizas…».
La visibilidad era escasa. En medio de la tempestad se divisa una luz que parece los faros de un vehículo. Avanzando hacia ella, el helicóptero choca contra una duna, la única en 150 kilómetros a la redonda, y se estrella violentamente. Los cinco ocupantes fallecen: Sabine, el piloto FrançoisXavier Bagnoud, el cantante Daniel Balavoine, la periodista Nathaly Odent, y el técnico de RTL Jean-Paul Le Fur.
La noticia tardó en conocerse debido a la complicación de las comunicaciones. Cuando los organizadores se levantaron de madrugada para iniciar la jornada, descubren lo sucedido y se lo comunican a los pilotos, que realizan esa jornada neutralizados hasta Bamako debido a la delicada situación en la frontera de Mali con Bourkina-Fasso, al borde de la guerra. Allí Patrick Verdoy toma las riendas de la carrera y decide llevarla adelante, como así había decidido Sabine que se hiciera, si él desaparecía.
Han pasado casi 33 años de aquello, y el Dakar sigue adelante. Ha devorado a su hijo, pero su espíritu permanece. MV