Motor Clásico

No son lo que parecen

Nacidos como pequeños deportivos a principios de los años 20, estas dos unidades vendidas originalme­nte en España pasaron por todo tipo de penalidade­s hasta llegar a nuestros días convertido­s en pintoresca­s copias de lo que nunca fueron.

- FRANCISCO CARRIÓN (TEXTO). J.F. PACHECO (FOTOS)

Hay que tener mucha afición y un punto de locura para adquirir coches como estos, en los que más del 50 por ciento de las piezas orig inales se han perdido con el paso del tiempo. Es más, en el caso de la furgoneta, poco más que el chasis y los órganos mecánicos siguen siendo los originales. El «roadster» Ð por llamarlo de alguna maneraÐ tuvo una transforma­ción no tan agresiva y, al menos en el frontal, aún conserva algo de las líneas originales, pero en general, poco tienen que ver con cómo salieron de una fábrica sita a las afueras de París a inicios de los años 20. Distan tanto de aquel airoso aspecto «deportivo» original que hemos incluido varias fotos de época para ilustrar al lector profano en estas lides.

Sin embargo, aún hay algo que podría justificar su compra y restauraci­ón. Ambos vehículos, cuando nacieron, pertenecía­n a una estirpe muy en boga durante los felices años 20, cuando la fiscalidad estatal de la mayoría de países europeos hizo que una pléyade de pequeños fabricante­s se lanzasen a producir pequeños y ligeros vehículos de menos de 1.100 cc. Con soluciones simples y mecánicas de tinte deportivo, hicieron las delicias de toda una nueva generación de jóvenes aficionado­s a la velocidad que aún no podían aspirar a un Bugatti u otros modelos similares, pero que al volante de estos divertidos artefactos participar­on en innumerabl­es carreras de la época.

Sin duda, la marca que tuvo más éxito y dejó una mayor impronta en la historia del automovili­smo en la categoría de los ciclecares Ð como se les denominaÐ fue Amilcar, fundada en 1921 por Emile Akar y Joseph Larny con la ayuda del ingeniero Edmon Moyet, autor de otros modelos de gran éxito como el Citroën 5CV.

El primer modelo fue llamado CC, y se basaba en un simple chasis de largueros rectos unidos por tres traviesas. De las delanteras y traseras pendían sendas parejas de medias ballestas (semicantil­ever), y sólo había frenos al eje trasero. El propulsor también era rudimentar­io, pues se trataba de un pequeño cuatro cilindros en línea de válvulas laterales con un cigüeñal sobre dos puntos de apoyo y engrase por barbotaje, sin bomba.

A pesar de lo mal que suena sobre el papel, desde muy pronto los Amilcar se mostraron muy fiables y rápidos, pues con un peso Ð ya carrozados­Ð que apenas llegaba a los 450 kg y un motor que alcanzaba las 3.000 revolucion­es triunfaron en tantas competicio­nes que la marca se vio obligada a crear un departamen­to propio de competició­n y a presentar modelos algo más potentes denominado­s CV y CS, que en realidad eran lo mismo pero dotados de diferencia­l, en lugar del anterior puente rígido y motores con pistones de mayor tamaño. Finalmente se añadió a la gama el C4, un modelo igual a los anteriores, pero con un chasis de mayor tamaño, que con las mejoras mecánicas

ESPAÑA FUE, SEGURAMENT­E, EL SEGUNDO MERCADO DE AMILCAR, DETRÁS DE FRANCIA

de los CV y CS se mantuvo en producción hasta casi los años 30.

El éxito de la marca en Francia enseguida llegó a otros países, y al tiempo que se comenzaron a fabricar bajo licencia en Italia y Alemania, en España un avispado empresario de origen francés llamado Jean Mauvais se hizo con la representa­ción de la marca para gran parte de nuestro territorio. Enseguida se dio cuenta de que no había mejor promoción que la competició­n, y comenzó a inscribir Amilcar en diversas pruebas deportivas españolas, alcanzado importante­s triunfos. Vencieron en su categoría en la subida a Guadarrama de 1923 y 1924, en la inauguraci­ón del R.M.C.E en 1923 y varias veces en la Rabassada, pilotados por el propio Mauvais o el famoso piloto español de la época Oscar Leblanc, entre otros.

Las oficinas centrales estaban en la calle Serrano número 8 de Madrid, pero más tarde se abrieron talleres en la calle Conde de Aranda, në 3, también de la capital. Mauvais tenía agentes en prácticame­nte todas las provincias españolas, y en sus catálogos anteriores a 1925 Ð cuando se presentaro­n los más sofisticad­os CGS y CGSsÐ los precios iban desde las 6.200 hasta las 8.950 pesetas, dependiend­o de la carrocería y versión. Y a ello había que sumarle 200 pesetas más si los coches se recogían en cualquier punto diferente a la frontera de Irún, donde los despachaba la empresa de transporte­s internacio­nales «Viuda de A. Fernandez e Hijo».

Pues bien, nuestros dos protagonis­tas debieron entrar por allí, y siguieron caminos muy diferentes. La furgoneta, correspond­iente al modelo C4, fue uno de los 695 vehículos matriculad­os en Bilbao en 1925, y tal y como consta en los cartoncill­os de su ajada documentac­ión, originalme­nte montaba una carrocería tipo «Torpedo Dos Plazas». El otro, del modelo CC, debió partir a tierras catalanas, pero carece de documentac­ión y la matricula que lleva en su frontal no es la original. Eso sí, ha sido descubiert­o en un anticuario barcelonés que lo encontró por aquellas tierras hace ya muchos años.

Ambas unidades debieron llevar una vida parecida. Al principio disfrutand­o de los «Felices años 20» y quizá incluso participan­do en algún evento deportivo. En los 30, y dado el inestable clima social de nuestro país, las competicio­nes de automóvile­s sufrieron un parón considerab­le Ð y mucho más a nivel amateurÐ , hasta que llegó la triste Guerra Civil de 1936. Comenzaron así tiempos difíciles donde la requisa de los coches particular­es fue una práctica común. Al terminar la contienda el parque móvil español estaba en su mayor parte dañado, si no puramente destrozado.

Bastantes coches requisados fueron reclamados y devueltos Ð daba igual en qué estadoÐ a sus propietari­os originales, si era posible, mientras que muchos otros fueron directamen­te subastados, enteros o como chatarra. Los años 40 fueron duros debido al aislacioni­smo autárquico Ð autoimpues­to y sobrevenid­oÐ , de manera que era prácticame­nte imposible conseguir automóvile­s nuevos, y es aquí donde entraron en juego los avispados artesanos

AMILCAR FUE EL FABRICANTE DE CICLECARES QUE ALCANZÓ MAYOR ÉXITO INTERNACIO­NAL

españoles que crearon verdaderos mejunjes como los que traemos a estas páginas. Con pocos medios, tirando de restos de vehículos ya obsoletos y en condicione­s de conservaci­ón muy precarias, fueron capaces de crear medios de transporte que al menos solventaba­n las necesidade­s básicas del momento.

Muchas transforma­ciones de esa época fueron del tipo «Rubia», así llamadas castizamen­te por sus laterales en maderas de color claro. Seguían la moda estadounid­ense, pero también respondían a la falta de metales disponible­s para carrozar. Con todo, a veces se conseguían resultados razonablem­ente armoniosos como el de nuestro protagonis­ta, que según consta en su documentac­ión fue transforma­do y rematricul­ado en Madrid en 1945 «con los materiales procedente­s del vehículo matrícula BI¼» (sic).

El recarrozad­o fue completo y realmente es difícil darse cuenta de que lo que hay debajo es un Amilcar de los años 20. La calandra delantera es una Emile Tonneline, un fabricante francés de accesorios para Citroën Traction, que debía proceder del desguace de uno de estos coches. El parabrisas viene de un Ford Y de los fabricados por Motor Ibérica de Barcelona en los años 30, y las llantas son unas Nacional Pirelli que conservan sus tapacubos originales de la misma marca, aunque estos están desmontado­s y en el interior del vehículo. Esta última transforma­ción se las trae, pues todos los Amilcar de esa época montaban de origen llantas de radios con una única tuerca central (sistemas Rudge o RAF, a elegir), y para montar estas Pirelli tuvieron que modificar y refabricar los bujes. Así, desde fuera sólo podríamos verle de Amilcar el eje delantero (desprovist­o de frenos) o el volante.

El cabriolet no sufrió una transforma­ción tan profunda, y en su frontal podemos ver el conjunto radiadorca­landra-tapón originales, e incluso la coraza tiene aún en su parte superior el logo original de Amilcar, una pieza casi imposible de encontrar hoy en día. Los ejes aún conservan el sistema central de sujeción con tuerca central, pero las llantas originales de radios de alambre fueron sustituida­s por unas de¼ ¡Fiat Balilla! Esta adaptación es muy interesant­e, pues los «técnicos» de la época tuvieron que recortar el centro de las llantas italianas, dotadas en origen con cuatro tornillos, para luego soldar y acoplar el buje original de las llantas del Amilcar. Si miramos de cerca el buje de la llantas, justo detrás de las tuercas cromadas, aún aparece alguno de los agujeros en los que se insertaban los radios.

LA CARROCERÍA TIPO «RUBIA» FUE UNA IDEA IMPORTADA DE ESTADOS UNIDOS

La carrocería t ipo Cabriolet-Roadster es del todo artesanal y «made in Spain», muy segurament­e basada en el aspecto de los Amilcar Tipo M que se fabricaban a mediados de los años 30. Sin embargo, si las aletas frontales o el capó están medianamen­te bien resueltas, del torpedo hacia atrás el diseño y la realizació­n se vuelven toscos y poco estéticos. Realmente parece un cochecito de feria que poco tiene que ver con las preciosas líneas que los CC lucían en su época de esplendor.

El estado actual de estas dos unidades es, como se puede apreciar en las fotos, muy diferente, pero no tanto como podría parecer a primera vista. La furgoneta está intacta con respecto a cómo debía lucir en los años 40 Ð con los evidentes signos del paso del tiempo, eso síÐ a pesar de que hace pocos años incluso fue donado a la Universida­d Politécnic­a de Madrid para que los estudiante­s de ingeniería «experiment­asen», cosa que afortunada­mente nunca llegó a ocurrir, y a día de hoy incluso la magneto original se encuentra en su sitio.

El cabriolet, aunque por fuera da mejor impresión, lo cierto es que también tiene la mecánica sin restaurar y le falta la magneto. Fue sujeto de una mala restauraci­ón muy somera y llevada a cabo por un anterior propietari­o con más ilusión que conocimien­tos, como demuestra la pintura aplicada casi a brochazos o los intermiten­tes delanteros procedente­s de un Seat de los años 60.

A ambas unidades les falta toda la instrument­ación original, que normalment­e consistía en una llave de contacto/luces marca Ducellier de forma cuadrangul­ar, más un reloj horario y un velocímetr­o de marca O.S. Todos estos elementos son hoy en día fáciles de encontrar, pero muy caros, pues normalment­e se anuncian como válidos para todo tipo de ciclecares¼ y también para Bugatti.

No en vano, los Amilcar eran conocidos en su época como «El Bugatti del pobre», y hoy en día, perfectame­nte restaurado­s y originales rondan o superan los 35.000 €. Es por ello que a pesar de sus malas condicione­s, y gracias a sus sencillas mecánicas, no es descabella­do pensar en devolverle­s a su estado original. Compensarí­a económicam­ente¼ pero perderíamo­s creaciones tan genuinamen­te españolas como esa carrocería «Rubia», testimonio de la difícil época que les tocó vivir. mc

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 ??  ?? Autociclos con pretension­es.
Autociclos con pretension­es.
 ??  ?? Conocidos como los «Bugatti del pobre», los Amilcar tenían soluciones técnicas duraderas, eran ligeros e hicieron las delicias de jóvenes con ambiciones deportivas. También hubo ejemplares vestidos con carrocería­s más suntuosas y pesadas.
Conocidos como los «Bugatti del pobre», los Amilcar tenían soluciones técnicas duraderas, eran ligeros e hicieron las delicias de jóvenes con ambiciones deportivas. También hubo ejemplares vestidos con carrocería­s más suntuosas y pesadas.
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