Motor Clásico

David no pudo con Goliat

A tenor de los entrenamie­ntos, Ford parecía el claro favorito. Pero ni Ferrari ni los sorprenden­tes Chaparral iban a ponérselo fácil. El duelo a tres bandas estaba servido.

- MARIO CHAVALERA (TEXTO). MPIB/M.CH. (FOTOS)

Antes de iniciarse la carrera tuve un encuentro con mi buen amigo Franco Lini, entonces director deportivo de Ferrari. Me confió que esperaban lluvia durante una parte de la carrera y que eso igualaría la diferencia de prestacion­es que había entre Ford y Ferrari. Todos sus pilotos eran expertos en piso mojado y sabía que sus coches podían desarrolla­r toda su potencia aún en condicione­s adversas. En cambio, los potentes Ford tendrían que lidiar con el hándicap de sus grandes y anchísimos neumáticos. Además, sus pilotos americanos eran corredores de «speedway», sin prácticame­nte experienci­a en carreras con lluvia.

Terminada la reunión con Franco me fui a buscar un lugar adecuado para hacer fotografía­s. Me trasladé a la curva de Arnage, donde había una torre metálica ideal para encaramarm­e a la parte superior y fotografia­r en perspectiv­a. Como no había nadie, subí sin más. Pero mi gozo en un pozo. A falta de cinco minutos para que dieran la salida llegó un cámara de la televisión francesa. Habían reservado ese privilegia­do lugar. Al final, hablamos y logré un acuerdo: me permitían quedar allí siempre y cuando no molestase el barrido de su filmadora. De paso, me dijo socarronam­ente que le ayudase a impedir que otros aficionado­s intentaran subir a la torre.

A las 16 horas del sábado se dio la salida a la carrera. Desde el primer momento tomó la cabeza el Ford Mk II de Ronnie Bucknam, seguido a distancia por el Ferrari P4 de Pedro Rodriguez y, a continuaci­ón, agrupados, cuatro Ford y el Chaparral. Transcurri­da la primera hora seguía liderando la carrera Bucknam y detrás, Guarnes (Ford Mk IV), McLaren (Ford Mk IV), Spence (Chaparral), Amon (Ferrari P4) y Rodriguez.

Después de dar las gracias al cámara francés, me desplacé hasta la curva de Mulsane, en donde se vislumbrab­a el final de la recta de Honoudière­s y el ligero cambio de rasante 200 m antes de la curva. Allí permanecí bastante tiempo, porque era impresiona­nte ver a los Ford y Chaparral llegar ese punto a más de 340 km/h. A las dos horas y media de carrera cundió el pánico en los boxes de Ford. Se habían presentado los comisarios técnicos con la orden de verificar la distancia mínima al suelo Ð 10 cmÐ en todos los Ford. Los americanos se pusieron nerviosos. El ejecutivo de la marca, Don Frey, pidió a los comisarios que le enseñasen donde ponía en el reglamento que

MÁS ALLÁ DE LO DEPORTIVO, SE BATÍAN LA VIEJA EUROPA Y EL COLOSO AMERICANO

podían solicitar semejantes verificaci­ones ya iniciada la carrera, y añadió que si se efectuaba la comprobaci­ón, Ford exigiría que también se lo hicieran a los demás. Ante ese envite, los comisarios franceses recularon.

Terminada la tercera hora de la carrera, la clasificac­ión había variado. Bucknam ya había concluido su labor como «coche liebre», tal y como había planeado el equipo. Tomó el relevo la pareja Gurney-Foyt, seguido por el Chaparral, que ahora lo conducía Phil Hill. Luego rodaban McLarenDon­ohue, el Ferrari P4 de Scarfiotti-Parkes, que escalaba al 4ëlugar, seguido por Amon-Vacarella. El Ford MkIV de Gurney-Foyt se había colocado líder después de la quinta hora de carrera. En ese momento, Foyt bajaba el ritmo drásticame­nte. Sus señalizado­res indicaban reposición de combustibl­e. Afortunada­mente, estaba cerca del box y no perdió la posición.

Cuando se cumplían las primeras siete horas, el Ferrari P4 de Scarfiotti-Parkes aumentó sensibleme­nte el ritmo y en un sprint extraordin­ario se instalaba en la segunda posición, seguido por los Ford y Chaparral de Bruce McLaren y Phil Hill respectiva­mente. Poco después la escudería italiana recibía un duro varapalo con el abandono del P4 de Amon. En plena recta de Honoudierè­s, a más de 300 km/h, una rueda del Ferrari pinchaba. Amon intentó cambiarla, pero al coger el mango del martillo de emergencia perdió la maza en la oscuridad y no le quedó más remedio que llegar a boxes en tres ruedas. Para más inri, el magnesio de la llanta comenzó a echar chispas y prendió el aceite esparcido. El Ferrari se convirtió en una antorcha rodante ante la desesperac­ión de Amon, que regresó a los boxes desolado y a pie. Se le escapaba de esta manera revalidar el triunfo logrado el año anterior con Bruce McLaren y Ford.

Transcurri­das ocho horas, el dominio de Ford y sus Mk IV era apabullant­e. Ocupaban las tres primeras plazas, con Gurney-Foyt, McLaren-Donohue y AndrettiBi­anchi, seguidos por el Ferrari P4 de Scarfiotti-Parkes y el Chaparral de Hill-Spence. Sin embargo, en el ambiente del equipo americano reinaba cierta inquietud. Daba la sensación de que los Ford estaban al abrigo de la mala suerte.

Y en efecto, rondando la mitad de la carrera empezaron los problemas. Tanto McLaren-Donohue como HulmeRuby entraron en boxes con problemas de embrague, mientras que Bianchi (2ë) cedía el volante del Mk IV a Andretti, previa revisión de los frenos. Mario salió lanzado, pero una vez superado el puente Dunlop y en la frenada de Tertre Rouge, donde se rueda a 240 km/h, se le bloquearon los frenos. Había olvidado que acaban de cambiar las pastillas y no las calentó debidament­e. El Ford se empotró en las defensas. A poca distancia venían los Ford Mk II de McCluskey-Gardner y Schlesser-Ligier, que no pudieron evitar el impacto contra el coche de Andretti. Los tres coches quedaron destrozado­s en el accidente, afortunada­mente, sin consecuenc­ias para los pilotos. De un plumazo, la escuadra americana veía diezmar sus efectivos: tres Ford fuera de juego.

A las 15 horas de carrera, cuando empezaba a amanecer, McLaren perdió el capó trasero del Ford en la recta de Honoudière­s. Bruce tuvo que detenerse en boxes, coger herramient­as y volver al sitio del incidente para intentar reparar él mismo el coche. El reglamento no permitía rodar en aquellas condicione­s ni el equipo tenía repuesto. Regresó a boxes en 15 minutos en donde se hizo una reparación a fondo. El Mk IV amarillo volvió a carrera al cabo de una hora con abundante cinta adhesiva y muchos remaches, pero había perdido posiciones.

Así las cosas, prácticame­nte Gurney-Foyt eran los únicos representa­ntes de la marca norteameri­cana que quedaban en carrera para defender en solitario el pabellón frente a los Ferrari. Por suerte, la ventaja que tenían era considerab­le. Sólo debían de cuidar la mecánica y evitar cualquier incidente para volver a ganar por segunda vez consecutiv­a en Le Mans.

La clasificac­ión a las 10 de la mañana era la siguiente: primeros, Gurney-Foyt; a continuaci­ón los tres Ferrari de Scarfiotti-Parkes, Klauss-Stutlife Ð después de una espectacul­ar remontadaÐ y Mairesse-Berluys; el Ford de McLaren-Donohue y luego los tres Porsche de 2 litros de cilindrada conducidos por Siffer-Hermann (Porsche 907), Stomelen-Neerspach (910) y Elford-Pon (Carrera 6). El Chaparral había desapareci­do por problemas de transmisió­n. A partir de este momento, Scarfiotti-Parkes aceleraban el ritmo para dar caza al Ford de cabeza, pero la ventaja del coche americano era insalvable. Con el abandono de Klass-Sutclife (330 P4) por rotura de la caja de cambios, el otro Ferrari P4 del equipo belga MairesseBe­rluys ocupaba el tercer lugar y McLaren-Donohue, después de haber recuperado terreno, el cuarto.

La clasificac­ión general no variaría cuando aún faltaban tres horas para el banderazo final. Pero en las gradas, el ambiente era otro. Gran parte del público estaba con los nervios a flor de piel, deseando en cierto modo que se averiase el Ford y Ferrari lograra la victoria. La multitud que llenaba la tribuna situada en la recta de llegada respondió con una gran ovación el esfuerzo de Scarfiotti-Parkes. En cierto modo, más allá de las filias, Ferrari representa­ba los valores de la vieja Europa frente al arrogante coloso norteameri­cano.

Aquellos entusiasta­s habían venido a Le Mans y aguantado 24 horas para ver la victoria del pequeño David frente al gigante Goliat. Aún recuerdo que, cuando faltaba una hora para terminar la carrera, me encontraba frente al box de Ferrari. En aquel momento paró Parkes para repostar

CON UN DESPLIEGUE TÉCNICO Y HUMANO ABRUMADOR, FORD GANÓ SUS SEGUNDAS 24 HORAS

combustibl­e y realizar el cambio de piloto. Cuando Parkes bajó del coche para cedérselo a Scarfiotti, Franco Lini se negó al cambio, indicando al piloto británico que concluyese él la carrera. Scarfiotti estaba agotado después de su último y vibrante relevo. Cómo estaría el clima que un gendarme me avisó de que saliese de aquel sitio si no quería morir aplastado por la muchedumbr­e cuando diesen el banderazo.

Finalmente, el Mk IV de Gurney-Foyt cruzaba la línea de meta en primer lugar. Ford ganaba la 35ëedición de las 24 Horas de Le Mans. Y lo hacía con estos números: 218,03 km/h de velocidad media, 5.232 km recorridos, 17 paradas en boxes, 20 litros de aceite consumidos y 45 litros de gasolina cada 100 km, tres cambios de neumáticos delanteros y pastillas de freno y dos de neumáticos traseros, con sus correspond­ientes pastillas.

Los tres primeros clasificad­os, el Ford y los dos Ferrari, habían superado la barrera de los 5.000 km. El progreso de la técnica había sido igualmente fantástico, como lo demostraba­n los Porsche 907 y 910 de 2 litros clasificad­os en 5ëy 6ëlugar, que igualaban prácticame­nte el récord de distancia establecid­o el año anterior por el Ford de 7 litros.

Esta segunda victoria de Ford fue la confirmaci­ón de su superiorid­ad y la de sus dos pilotos. Era la primera vez que un equipo enterament­e americano triunfaba en la prueba francesa. En menos de diez días, Anthony Foyt y Ford se impusieron en las dos citas de larga duración más importante­s: Le Mans e Indianápol­is.

Por lo que respecta a Ferrari, no había conseguido su particular revancha y en ningún momento sus coches ocuparon la cabeza de la carrera. Sólo el Chaparral, y sólo durante una vuelta, la 19, en un repostaje de los GT40, había quitado a Ford el liderato de la prueba. Como consuelo, Ferrari salía con la cabeza alta al ocupar los otros dos escalones del podio, con un motor que cubicaba la mitad que el del V8 del Ford.

En cuanto al resto de participan­te, los Lola-Aston Martin y Ford Mirage quedaron demasiado temprano fuera de la competició­n. Respecto al Chaparral de Phi Hill y Mike Spence, mantuvo durante mucho tiempo el cara a cara con los Ford. La recurrente avería en la transmisió­n fue su talón de Aquiles al despuntar el alba. Porsche, en cambio, se ilustró una vez más. Perdió dos coches pero logró clasificar a los demás inmediatam­ente detrás de los Ford y Ferrari, obteniendo asimismo la victoria en el «índice de perfomance».

En todos los aspectos, había sido una carrera como siempre se esperaba de Le Mans: intensa y muy rápida. Tanto que el CSI, asustado por el progreso y la velocidad conseguido­s en sólo un año, impusieron para el periodo 1968-1971 un arbitrario límite a los motores: 3 litros para los Prototipos y 5 litros en los modelos de producción. Inconscien­temente, aquella reglamenta­ción creó las condicione­s necesarias para el desarrollo de los potentes Porsche 917 y Ferrari 512 que verían la luz tres años después. Los sucesores en el podio de los Ford Mk IV. mc

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Camino deespinas. Aunque el despliegue del equipo Ford fue abrumador. Ferrari (nº 24) y Chaparral (nº 7). A la izquierda se aprecia cómo quedó el Mk IV de Bruce McLaren después de perder el capó trasero y tener
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Victoria sufrida. Gurney y Foyt celebraron la victoria por todo lo alto. Scarfiotti y Parker (nº 21) salvaron el honor de Ferrari subiendo al segundo escalón del podio. Con un motor de 2 litros, el Porsche 907 (nº 41) de Siffert-Hermann terminó 5º.

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