Giro copernicano
La visita al Museo Mazda Colección Frey, situado en Augsburgo, tuvo un momento muy dulce cuando nos permitieron conducir este RX-7 de primera generación. Un recorrido por la ciudad y sus afueras fue suficiente para descubrir sus muchas bondades y pocos de
Basta con mirarlo para sentirse a leg re y marav i l la rse con las v irtudes de lo sencillo. Un coupé depor t ivo de bol si l lo diríamos hoy, con dimensiones reducidas que le dan un aspecto de juguete. En su diseño nada ex t rav aga nte, todo lo contrario, hay líneas limpias en las que destacan un largo capó motor y una amplia luneta trasera que también hace de portón, un conjunto casi demasiado discreto. Un tributo a su época son los faros escamotables, de ópticas redondas enmarcadas en un formato cuadrado, subrayados por el piloto de posición y el intermitente horizontales, que son el mayor parecido del Mazda R X-7 con el Porsche 924 al que tanto se le comparó en su época. Pero el aspecto es muy diferente dentro del parecido y el R X-7 disfruta de una imagen algo más exótica que el alemán.
Al sentarme tras el volante la sorpresa es doble: una postura de conducción muy lograda y una sensación de espacio placentera. Todo cae a mano, tanto el generoso volante de cuatro radios como el selector del cambio, perfectamente situado y con un pomo alargado muy ergonómico y agradable al tacto. La postura de conducción está ig ualmente en el punto de equilibrio: piernas estiradas, pero sin ir tendido, pedales en el eje del volante, asiento muy bien resuelto, ligeramente envolvente, con buena sujeción y cómodo. La puerta cierra con una sonoridad metálica sorprendente, de las de antes; se antoja sólida y el g uarnecido es de época, absolutamente mínimo. La simplicidad del interior se extiende a la instrumentación: tres relojes imprescindibles, una pequeña consola central, pocos