Auto-reflexiones
Cuando hace unos meses Alex Romaní anunció que las Classic Series tendrían una cita fuera de Cataluña y que esta iba a ser en el circuito del Jarama el corazón me dio un vuelco. Para un chaval que creció en los años 70 leyendo Fórmula, Motor Joven y Solo Moto, la histórica pista madrileña iba estrechamente unida a una serie de nombres de coches, de motos y de pilotos rebosantes de significado; incluso los de las distintas curvas. Siempre me pareció especial.
El pasado junio tuve la oportunidad de conocerlo por dentro. Hasta entonces sólo había ido a cubrir eventos retrospectivos como periodista pero nunca rodé por él en coche o moto. Tal vez suene raro dada mi profesión, pero es así. Aparte del interés sentimental, sentía curiosidad por «catar» un trazado clásico (fue diseñado a mediados de los años 60 por John Hugenholtz, autor de los circuitos de Zandavoort y Suzuka) y por ello más adecuado para algunos de los modelos con los que — algunos— participamos en este campeonato, en nuestro caso un Datsun 240 Z de 1971 en estado original y de estricta serie, solo con una preparación mínima.
El cont raste con los escena r ios habit ua les del campeonato «Circuit de Catalunya, Parcmotor de Castellolí, A lcarràs…, Calafat es un caso aparte— resulta sorprendente. Concebidos para las carreras de coches, motos y hasta camiones actuales, permiten alcanzar grandes velocidades, disponen de amplias escapatorias y visibilidad asegurada en casi cualquier punto. Son pistas más anchas, más rápidas y también más seguras, pero no tan emocionantes. Ojo, que en el Jarama también se disputan pruebas contemporáneas, pero su concepto es otra historia.
Salvando todas las distancias, que son muchas, el Jarama y el Autódromo de Terramar tienen un punto en común: ambos quedaron obsoletos antes de lo previsto, superados por el avance técnicos de la competición. A principios de los 80, el trazado madrileño fue juzgado demasiado limitado para la F1 (el último Gran Premio se disputó en 1981); el Mundial de Motociclismo se