Sin ambages ni firuletes
Ayer, mientras mano sobre mano me aburría por una autopista dejando que me llevase un cochón todo automatismos de próx ima generación, resistiendo a duras penas las innecesarias e incluso indeseables tentaciones antitedio que brindaban sus vistosas pantallas, pantallitas y pantallotas, me puse a meditar acerca de la evolución de la instrumentación, ¡que tiene coña!
Sin ensañarme analizando la utilidad de tener a pedir de boca y al alcance de la mano y de la vista (literalmente, ya que la selección y el acceso se hacen por reconocimiento de voz, mandos manuales y sensores táctiles) cuantas opciones informativas ofrecen ahora las instrumentaciones, sí ref lexioné acerca de las otrora muy necesarias que no venían de serie, mientras hoy que las tenemos son clamorosamente superf luas.
Cuando los coches andaban entre justitos y escasísimos de potencia y prestaciones, para desenvolverse con cierta soltura había que exprimir su mecánica, y eso hacía muy aconsejable un cuentarrevoluciones para mantener el régimen adecuado; pero como también suponía una exigencia mecánica que ponía en jaque el engrase y la refrigeración, los correspondientes manómetro y termómetros eran más que caprichos ornamentales que «hacían deportivo». Y cuando las baterías requerían bastante atención y la generación eléctrica corría a cargo de dinamos nada sobredimensionadas, el voltímetro y el amperímetro tampoco estaban de más.
Disponer de relojes o escalas graduadas para controlar esos parámetros permitía aprovechar bien las marchas, reducir en el momento idóneo, ahuecar el pie –o cambiar– para dar un respiro al motor antes de que la presión y las temperaturas de sus f luidos vitales fuesen alarmantes, y demás cosillas que hacían de la conducción una actividad divertida en vez de una pasividad vegetativa.
Sin embargo, ¿qué tenían entonces los salpicaderos? Pues como mucho un velocímetro/cuentakilómetros, alguna aguja «marca algo» (combustible, temperatura…) y algún chivato que anunciaba el desastre cuando ya era casi inevitable. Y para colmo, esos últimos con bombillas de vida efímera, y lo demás con una precisión más orientativa que informativa. Ojo, que ni exagero ni