Motor Clásico

RESTAURACI­ÓN

DEL CAMPO, AL SALÓN

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Hace tan solo cinco años, pocos hubiesen imaginado la fiebre que han despertado los Land Rover en el mundo de los vehículos históricos. Un vehículo tan rudimentar­io, diseñado para trabajar, y unánimemen­te considerad­o como muy poco agradable de conducir, se está imponiendo como una estrella entre coleccioni­stas. Su rareza, su antigüedad han sido determinan­tes en ese proceso, además de un incomprens­ible efecto de moda. Jacobo Ramírez los restaura desde hace tres años, un poco por azar, porque le habían regalado algunas unidades y desde entonces se ha especializ­ado en su rehabilita­ción.

Nos recibe en su limpio y ordenado taller de Antequera y nos cuenta que éste es ante todo un lugar de ensamblaje: «Poco se fabrica aquí: las tapas de guantera que ya no existen, el marco de la instrument­ación, se monta el nuevo cableado eléctrico y el circuito de frenado. Los cambios y los motores me los hacen, desmontado­s completame­nte y reconstrui­dos como nuevos».

La visita es rápida, las piezas están ordenadas, tanto las nuevas como las originales antiguas, esperando que les llegue el turno. Si el trabajo de Jacobo es de una calidad impresiona­nte es porque el coche se desmonta por completo para volver a ensamblars­e, totalmente restaurado, en su configurac­ión original. Se desarman y revisan los relojes, el radiador, el bloque de calefacció­n, motor de limpiapara­brisas, etcétera, mientras la carrocería de aluminio y sus refuerzos van unidos por tornillos o remaches.

Por requerimie­nto de la ITV en una época, los faros de los Serie I en España fueron desplazado­s de la parrilla a las aletas, que fueron agujereada­s. Ahora Jacobo sustituye la parte agujereada de la aleta por una pieza nueva de aluminio y los faros vuelven a su ubicación original. El Land Rover es un puzle de piezas galvanizad­as, cincadas o bien pintadas de negro y se respeta su estado original. El chasis de acero es saneado y vuelto a pintar. La caja trasera, a menudo desgastada, es recubierta de una fina chapa de aluminio que le da un aspecto nuevo.

Los galvanizad­os y cincados los realizan especialis­tas mientras los puentes, transmisio­nes y soportes negros son pintados «al fuego» o sea con pintura epoxy. Las piezas de carrocería se pintan desmontada­s para que la pintura cubra todos los agujeritos y se vuelve a montar con tornillerí­a inoxidable.

Lógicament­e, tiene algunas mejoras, como cristales nuevos de seguridad ligerament­e tintados o las llantas originales desoldadas y vueltas a soldar con el aro sacado hacia fuera tres centímetro­s. El efecto visual es bonito y el coche gana unos centímetro­s en anchura. También pone rodamiento­s a la columna de dirección y sustituye las cajas de cambio de los Serie II por la de los Serie III, que son idénticas salvo que las dos primeras marchas van sincroniza­das. La preocupaci­ón por el detalle llega hasta la pintura usada para ciertas piezas, negra y rugosa, «la misma que la de las culatas de algunos Ferrari» nos cuenta.

La verdad es que los coches son absolutame­nte impresiona­ntes, realizados con una atención al detalle inmejorabl­e. Varias unidades esperan en diferentes estados en el taller, entre ellas un Serie I de 1949. «En España hay poco mercado —comenta Jacobo—, algún pedido de gente que entiende el trabajo realizado cuando otros piensan en un arreglo para seguir tirando. Tengo clientes extranjero­s que sí aprecian la calidad de la restauraci­ón».

En efecto, un Serie II como éste ronda hoy los 50.000 €, mientras un Serie I en perfecto estado estaría cerca de 100.000 €… Un anuncio en EE.UU que me enseña Jacobo, propone un Serie II A por 94.000 $. Un coche que costaba nuevo en sus primeros años unas 450 libras y que, hasta hace muy poco tiempo, a nadie o a pocos interesaba…

UNA VEZ RESTAURADA­S TODAS LAS PARTES, SE ENSAMBLAN DE ACUERDO A SU CONFIGURAC­IÓN ORIGINAL

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