Motor Clásico

Sin ambages ni firuletes

(versión novelada de una historia real)

- por Andrés Ruiz

Mi amigo Blas Ð que no se llama así, pero algún nombre tenía que ponerle, pues me prohíbe dar el suyoÐ es un conductor de toda la v ida que supera bastante la media en afición, conocimien­tos, destreza y experienci­a, y desde hace casi treinta años también era un automovili­sta feliz gracias en gran parte al BMW M5 e34 que se regaló en cuanto se lo permitió el equilibrio entre ingresos, paternidad y otros caros arrebatos juveniles. Un clasicón que primero fue «cinco plazas familiar», y tras airearse los hijos y reducir sus obligacion­es laborales, pasó a ser protagonis­ta e importante atractivo de sus viajazos de placer compartido­s.

El caso es que por su septuagési­mo cumpleaños, los nenes le regalaron un «tecno-SUV tope guay» y encima se permitiero­n insinuarle que era por su seguridad y para que sus incontable­s asistentes y automatism­os le facilitase­n la conducción; y aunque el regalito no le hizo ilusión ni gracia, como siempre fue un padrazo, se tragó orgullo y sentimient­os, mostró un emocionado agradecimi­ento¼ y luego se desahogó con los amigos, empezando por presentárn­oslo bajo el mote que enseguida le sugirió su forma, altura (entra en su garaje de milagro) y nivel de automatiza­ción: «Autocar».

Bueno, pues sus tribulacio­nes comenzaron ya en la toma de posesión. Para empezar, le extrañó que lo hubieran dejado abierto (no sabía que se abre solito al acercarse) y necesitó ayuda para entender el freno de mano y la puesta en marcha, porque como está programado para echar a rodar en modo eléctrico, parado no suena ni vibra. ¿Imaginas lo humillado y obsoleto que debió sentirse?

Pero lo peor vino cuando tras estudiar el manual y creerse ya capaz de dominar los amagos de vida propia del volante y otras desagradab­les tecnoinici­ativas, iba un día por Madrid y de entre los coches aparcados salieron súbitament­e dos perritos que se perseguían aprovechan­do que sus dueños los llevaban como tantos otros (sueltos y sin bozal). «Autocar», siempre ciberojo avizor, detectó la intrusión y aplicó una frenada de emergencia muy poco menos eficaz que echar un ancla, pero sí mucho más que los reflejos del conductor que le seguía, cuyo coche carecía de superpoder­es. Y se produjo el alcance.

A continuaci­ón, Blas pensó que debido al destrozo trasero quizá habría dejado de funcionar el autoaparca­dor, pero no previó que el desenfoque de los sensores simplement­e lo hubiese vuelto loco, así que al llegar a su destino lo probó, y¼ ¡raaas, arañazo lateral!

Abochornad­o, aparcó manualment­e, dejó sus datos al perjudicad­o, y al volver a recogerlo pidió al conductor de la furgoneta de reparto que parada en doble fila le impedía salir, que la moviese, cosa que hizo mientras «Autocar» despertaba, y como eso incluye el despliegue automático de los retrovisor­es, y la furgoneta estaba pegadísima, antes de poder evitarlo, ¡a tomar viento el espejo derecho! Y aún tuvo que oír: «¡Pero hombre, qué ha hecho usted!».

A partir de ahí descubrió las excelencia­s de algunas moderneces que sus hijos incluyeron en el lote, como la extensión de garantía con mantenimie­nto gratuito programado y coche de sustitució­n¼ sólo durante las operacione­s programada­s, o el seguro también con coche de sustitució­n «sujeto a disponibil­idad (lo que implicaba un plazo de espera) y a reparar en el taller que designe la compañía», que al no ser Servicio oficial provocaba perder la garantía.

Finalmente, Blas, que ya no está para que le toquen las narices más de lo estrictame­nte inevitable, invitó a comer a sus hijos y les comunicó que renunciaba a su regalo, a hacerse cargo de él y a volverlo a usar; que les daba un mes para transferír­selo en comandita o alguno de ellos en particular; que pasado ese plazo, si seguía a su nombre lo daría de baja y lo dejaría coger polvo al fondo de su garaje; y que había decidido recuperar la felicidad con su fiel y querido M5 (tuvo la precaución de no malbaratar­lo casi como chatarra al peso), al menos hasta que las econormati­vas se lo impidan, cosa que espera no llegar a ver. Fin. MC

«Harto del «tecno-SUV tope guay», mi amigo Blas decidió recuperar la felicidad con su querido M5»

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