Motor Clásico

Semana de Monterey

Cuando agosto se acercaba a su final, en la península california­na de Monterey asistí a la Motoring Classic Car Week. Una semana espectacul­ar, que incluye carreras en el circuito cercano de Laguna Seca y se remata con el impresiona­nte Concurso de Eleganci

- UNAI ONA (TEXTO Y FOTOS)

Más allá de Pebble Beach

Desde hace años, teníamos mi chica y yo unas ganas i r r ef r en a ble s de apr o v e - cha r la s v ac ac iones pa ra i r a Ca l i for nia y asist i r en persona a la mayoría de los eventos, englobados en un radio de sólo 15 km. Además de ahorrar para costearnos el viaje, en casa hubo que preparar la semana de antemano como si se tratase de un puzzle y ser selectivos, porque algunas citas se solapan. Par ir abriendo boca, el martes 21 comienzó todo con un concurso de elegancia en Carmel-by-the-Sea, en el que participab­an 175 coches fabricados entre 1940 y 1973. Eso sí, con Ferrari y Porsche se hacía una excepción, ya que podían inscribirs­e ejemplares hasta 1989. Esa misma tarde tenía lugar el Classic Motorsport­s Monterey Cruise-In, y ya el miércoles comenzaba el verdadero rompecabez­as, con cuatro concursos de elegancia diferentes, seis subastas y la llegada a Pebble Beach de los primeros participan­tes.

Vimos pronto que era esencial madrugar, para evitar en la medida de lo posible unos atascos monumental­es, y el jueves acudimos al Pebble Beach Tour d’Elegance, uno de los pases más completos y elegantes de la semana. En él tomaban parte 179 automóvile­s (desde un PopeHartfo­rd de 1910 a un Bryant de 1967) que cubrían un recorrido de 27,3 km en el que bordean los acantilado­s de Monterey, gozando de las vistas impactante­s de la costa del Pacífico. Entre ellos, pudimos contemplar y oír en marcha los más impolutos deportivos junto a automóvile­s de lujo supremo y especímene­s raros, incluidos cinco Tucker 48 y dos Osca Siluro de los tres que se conservan. De regreso a Pebble Beach, todos quedaron expuestos ante un público que accedía de forma gratuita, mientras la organizaci­ón invitaba a los participan­tes a un brindis con champán.

El viernes nos tocaba hacer un breve paréntesis. No todo son coches y bien merecía la pena acercarnos a San Francisco (180 km), donde visitamos el archiconoc­ido Golden Gate y, ya de noche, la isla de Alcatraz. Bien temprano, el sábado repetimos el que ha sido hasta ahora mi «meca» personal: el circuito de Laguna Seca y su célebre «Sacacorcho­s», esta vez para asistir a la otra mitad de las carreras del Rolex Monterey Motorsport­s Revival que nos quedaban por ver.

ADEMÁS DEL CONCURSO, LA SEMANA REÚNE MÚLTIPLES EVENTOS DEL MOTOR CLÁSICO

LA «ROLEX REUNION SCHEDULE» CITÓ A 564 DEPORTIVOS DE 15 CATEGORÍAS

El tiempo se para y no doy crédito a lo que veo cuando bajan de un camión un Ferrari 250 TR, que acicalan allí mismo para el concurso. Un paseo por el paddock para curiosear entre los 564 coches y los participan­tes me invitaban a ver de cerca sus monturas, tomar unos refrescos y chapurrear mi patético inglés. Y directo a la famosa curva, que tenía muestras de las primeras salidas de pista de la jornada, y me llamaban la atención las rarezas (Allard, Kurtis,…). Sin duda alguna, Laguna Seca es mi favorito: acción y olor a octanos.

E l dom i ngo l legaba la g u i nda del pastel con el Concurso de Elegancia. Por suerte, la prensa tiene la hora de entrada a partir de las seis de la mañana, momento en el que entramos después de dejar el coche en un parking lejano, pero comunicado con docenas de «shuttles» de la organizaci­ón yendo y viniendo continuame­nte. Con los pies sobre el cuidado césped del campo de golf, planté los ojos enseguida en las cuatro filas de clásicos, que reposan mirando hacia el océano. A la vera del acantilado, se mantenían inmóviles los vehículos de los grupos monográfic­os, formados este año por deslumbran­tes modelos de los marajás, tres Scarab de competició­n o… ¡trece! Tucker, incluido el prototipo y con el propio Francis Coppola —director de la película de culto «Tucker, un hombre y su sueño» (1988)— al volante del suyo.

Las otras cuatro monografía­s congregaba­n automóvile­s de lujo carrozados por el neoyorquin­o Rollston en los años veinte y treinta, rápidos deportivos construido­s entre 1919 y 1923, siete Citroën DS y SM carrozados por Chapron y la propia fábrica, así como descapotab­les americanos futuristas de los años cincuenta.

Al fondo, me sorprendió la nutrida selección de dieciséis OSCA, en la que predominab­an las barquetas, prototipos y ex competidor­es de las Mille Miglia. Allí estaban dos de los tres Siluro que quedan y sólo faltaba el de nuestro buen amigo Carlos de Miguel. Las siguientes filas a examinar incluían coches de presidente­s de los EEUU, Ferrari cerrados y de competició­n, monoplazas dispares de las carreras de Indianápol­is y autos de competició­n que superan los cien años, hasta un total de 209 concursant­es procedente­s de 17 países, que competían en 27 categorías distintas.

A las 10:30 horas se abrió, por fin, a la gran marea de público, que se llenó por completo a pesar del precio de la entrada, 325 dólares en la web oficial hasta el 31 de julio o 375 dólares en la taquilla. Sacar una foto se hacía misión imposible y a las 13:30 daba comienzo el interminab­le desfile de concursant­es. Tuve que lidiar con la organizaci­ón, ya que sólo doce fotógrafos tienen acceso al trocito destinado a la prensa. No sé si fue porque reconocían el nombre de Motor Clásico o por mi insistenci­a, pero logré mi propósito, aunque fuese de cuclillas.

Tras cuatro horas y unas buenas agujetas, apareciero­n los tres finalistas, premiados por el jurado como «Best of Show»: la limusina Duesenberg J de 1929 carrozada por Murphy, el Talbot Lago T26 Grand Sport que Figoni y Falaschi vistieron en 1948 con una espléndida carrocería fastback coupé y la berlineta Alfa Romeo 8C 2900B de 1937, elaborada por el carrocero milanés Touring.

Tras una pequeña espera la berlineta Alfa Romeo se adelantó para hacer el paseíllo triunfante: era el ganador. Aplausos, satisfacci­ón de sus dueños, champán y confeti… Incluso para mí, como para Preston Tucker, era un sueño cumplido. Un sueño del que tardaré tiempo en despertar. mc

AUNQUE LA ENTRADA CUESTA 375 $, LA ZONA DEL CONCURSO QUEDA REPLETA DE GENTE

 ??  ??
 ??  ?? Distinción de honor. Además de los tres «Best of Show», hubo premios para otros automóvile­s, entre ellos al Ferrari 410 S Spidr de 1956, carrozado por Sergio Scaglietti. Excelencia­s variadas. Sobre estas líneas, im tourer Lanchester 21 HP, pertenecie­nte al marajá de Nawangar, y un sedán Ruxton de 1930, restaurado con sus llamativos colores originales.
Distinción de honor. Además de los tres «Best of Show», hubo premios para otros automóvile­s, entre ellos al Ferrari 410 S Spidr de 1956, carrozado por Sergio Scaglietti. Excelencia­s variadas. Sobre estas líneas, im tourer Lanchester 21 HP, pertenecie­nte al marajá de Nawangar, y un sedán Ruxton de 1930, restaurado con sus llamativos colores originales.
 ??  ?? El carrocero Hartmann realizó extravagan­cias tan espectacul­ares como esta, sobre la base de un Cadillac V16 Serie 90.
El carrocero Hartmann realizó extravagan­cias tan espectacul­ares como esta, sobre la base de un Cadillac V16 Serie 90.
 ??  ?? Cuatro horas de disfrute. La presentaci­ón era un deleite para los entusiasta­s, que gozaban del Lamborghin­i Espada de la imagen y de otros doscientos modelos de excepción. Contraste de estilos y de épocas. Arriba, escena del Concorso Italiano, celebrado el sábado en el campo de golf Black Horse. Abajo y en Pebble Beach, el elegante dueño del cabriolet Lincoln L-137 de 1926, carrozado por Brunn.
Cuatro horas de disfrute. La presentaci­ón era un deleite para los entusiasta­s, que gozaban del Lamborghin­i Espada de la imagen y de otros doscientos modelos de excepción. Contraste de estilos y de épocas. Arriba, escena del Concorso Italiano, celebrado el sábado en el campo de golf Black Horse. Abajo y en Pebble Beach, el elegante dueño del cabriolet Lincoln L-137 de 1926, carrozado por Brunn.

Newspapers in Spanish

Newspapers from Spain