Gasolina

Guardo un gran recuerdo de una una jornada marinera que pasé, hace muchos años, en la Costa Brava, con unos amigos y un ex jugador del Barça que nos invitó a navegar en un yate que tenía en Roses. No entiendo demasiado, pero era un pedazo de yate. Antes de salir paró a repostar y, nunca lo podré olvidar, ingenuo de mí: llenar el depósito le costó 650 euros. No sé si lo llenó, puso el combustible suficiente para pasar el día. Desde entonces, tengo claro que comprarse un yate es un lujo; mantenerlo, otro.

Algo parecido le pasa al Barça en la actualidad. El mejor yate del mundo amarra en el Camp Nou, pero para lucirlo (si no, ¿para qué quieres un yate?) hace falta ir llenando el depósito de un motor que cada vez chupa más. Hay muchos otros yates full equip rebosantes de combustible a mar abierto, pero ninguno tiene un tridente reluciente en la proa, aunque todos lo envidian. Para mantener lejos las tentaciones de los piratas es imprescindible conseguir todos los litros de gasolina posibles antes de que el tridente pierda brillo. Y ahí, el Barça lo está bordando. Rakuten es gasolina. Nike es gasolina. Las TV son gasolina. Los guiris son gasolina. Los japoneses, carne de fan/cliente, serán gasolina.

El mundo global está lleno de gasolineras y el Barça no duerme buscando surtidores. Los capitanes de la nave lo tienen claro y por eso han puesto rumbo a la isla de los 1000 millones, una zona de confort donde el incremento de la masa salarial será absoluto, pero no porcentual. Está por ver si será sostenible, porque ¿y cuándo lleguen a la tierra prometida, podrán quedarse? ¿Y cuándo ese tridente reluciente se oxide...? En esta era de fútbol capitalista e inflacionado, de marejada constante, mirar más allá del horizonte no tiene demasiado sentido. Carpe diem. De momento, depósito lleno para ir pasando gracias al trabajo bien hecho y a la generosidad de Piqué y Mikitani, pareja del año. Rakuten dabuten. Puestos a tener un yate, por lo menos, que navegue con gasolina limpia.