La vida griega de Valverde
Mañana se reencuentra con Olympiacos, donde fue un ídolo desde la sencillez En Atenas explotó su pasión por la fotografía e inauguró una exposición
A unos 15 kilómetros al este del centro de Atenas, en el barrio de Glyfada, vivía Ernesto Valverde tranquilo y rodeado de gente opulenta de la capital griega. Allí, cerca de la playa, residía también el famoso magnate Aristóteles Onassis. Sin embargo, su estilo de vida en sus tres temporadas (200809 y 2010-12) como entrenador de Olympiacos siempre estuvo alejado del lujo. El hoy técnico del Barça se reencontrará mañana con el campeón heleno, en cuyo banquillo triunfó con tres Ligas y dos Copas y se erigió en ídolo para su afición con su sencillez por bandera. También su respeto hacia los rivales le hizo ganarse la simpatía de todos los estamentos, incluidos los seguidores más radicales. El Txingurri nunca alimentó la tensión desde la banda o en la sala de prensa sin desconsideraciones hacia los árbitros y colegas de profesión.
Apenas 10 o 15 minutos de coche tardaba para acudir a la ciudad deportiva del club en la zona de Renti, muy cerca también del puerto de El Pireo y del estadio Georgios Karaiskakis, a tiro de piedra este del infernal Pabellón de la Paz y la Amistad, donde también acudió con su asistente Jon Aspiazu a partidos de Euroliga del Olympiacos de basket. Allí, en primera fila, no se separaba de su cámara. Estar alejado por momentos de su familia le hizo profundizar en su pasión por la fotografía hasta el punto de abrir la exposición ‘Medio Tiempo’ a finales de su segunda etapa en Atenas en el centro de arte contemporáneo Ileana Tounta, a solo dos calles del Apostolos Nikolaidis, antiguo estadio del Panathinaikos. A su inauguración le acompañó Evangelos Marinakis, presidente de Olympiacos y uno de los navieros más poderosos de Europa. Desde mayo de 2017 es dueño también del Nottingham Forest, 14º en la Segunda inglesa.
Valverde, que acabó sus estudios en el Instituto de Estudios Fotográficos de Catalunya (IEFC) en Barcelona mientras jugaba con Espanyol (1986-88) y Barça (1988-90), recopiló sus mejores instantáneas. Entre ellas, retratos de la vida cotidiana, estancias vacías de hoteles, otros lugares solitarios, seguidores con bengalas en la mano mirándole y captados desde la ventana del autocar e incluso un jugador suyo, el argelino Rafik Djebbour, pistola en mano. Tampoco faltaron imágenes de su familia o de vendedores ambulantes de sandwiches.
Siempre cercano al pueblo y coreado por su afición, no tuvo que ir de incógnito para hacer turismo por el Partenón y demás joyas de Atenas y del resto de Grecia, de donde solo tiene palabras de agradecimiento. En tierras helenas suele disfrutar cada año de sus vacaciones. Delfos y Peloponeso le encantaron y tiene apuntados más parajes por descubrir. Solía ir al restaurante del cocinero de Olympiacos en el barrio costero de Drapetsona, junto a El Pireo
Acabó entendiendo el griego pero no para hablarlo bien en rueda de prensa. Precisó dos traductores (uno de griego y otro de inglés) y mandaba sin alzar la voz. El díscolo Sebastian Leto se las tuvo con él y lo zanjó a su manera. Valverde no necesitaba más que levantar un dedo para anunciar una multa de 1.000 euros. Con dos dedos, 2.000 euros. Mensaje más que captado. Y así triunfó. No siguió más tiempo por haber tocado techo allí aunque la violencia del fútbol influyó también. En una visita al PAOK Salónica le rozó una piedra. Fueron días tristes en tres años de máxima felicidad. Cuando vuelva a Atenas el día 30 le silbarán los oídos: “Efharisto (Gracias) Ernesto”
Residía cerca de la playa, hacía turismo sin problemas y cada verano regresa al país