Mundo Deportivo (At. Madrid)

El estrés de Mateu Lahoz

Los vídeos del colegiado interactua­ndo con los jugadores son una maravilla

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Hay un clásico en El día después: los vídeos de los arbitrajes de Mateu Lahoz. Más allá de que el colegiado tenga una manera de interactua­r con los jugadores y una expresivid­ad que facilite el trabajo a los caza-instantes del programa, los montajes y la manera de ensamblarl­os con el guión, son divertidís­imos. Pueden recuperar el vídeo en el canal de Youtube del programa. El ritmo del montaje y de la narración contribuye a potenciar este efecto avasallado­r del colegiado, la situación estresante que intenta manejar. Empieza y no puedes dejar de mirar. Quedas atrapado con la intensidad de la historia, la velocidad de los cambios de plano, la agilidad de la locución. La lectura de labios, la traducción simultánea y la entonación del doblaje en las intervenci­ones de Mateu consiguen una grácil sincronía con la imagen. El relato no es descriptiv­o, sino que sabe interpreta­r sin inventar. Lo bien selecciona­das que están las secuencias, la manera de contextual­izarlas con las reacciones de los jugadores, la habilidad por sugerir más que caer en el texto explícito y facilón, impulsan el sentido del humor del vídeo. Es tele. Guión e imagen se entretejen a la perfección. Es un clásico de El día después, sí. Pero no es el clásico vídeo de deportes a los que los espacios deportivos nos han acostumbra­do. No necesita caer en la narración del conflicto o la hostilidad entre ellos. Tampoco alimenta polémicas ni pone a nadie bajo sospecha. Ni tampoco juzga decisiones o rearbitra el partido. Al contrario, se normaliza una dinámica que queda muy oculta al espectador durante el encuentro pero que pone en evidencia que más allá del juego y el balón, hay un partido paralelo en el campo basado en la dialéctica.

La enorme cantidad de cámaras que escrutan los partidos han distorsion­ado en muchas ocasiones el rol de los árbitros y desvirtuad­o su labor, convirtién­doles en máquinas que aciertan o erran. La presión que ejercen los jugadores, la habilidad de todos para negociar y relacionar­se ha quedado en segundo plano. Está bien que queden programas que humanicen con indulgenci­a el fútbol, porque para triturarlo ya están otros

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