Comer sin sal
S iempre certero, me decía esta semana Miguel Rico que jugar sin Andrés Iniesta es como comer sin sal. Lo comprobamos en Bilbao y en Atenas, donde el Barça desplegó un fútbol más soso de lo habitual. Demasiado plano, apocado, descontrolado en algunas fases, sin apenas creación en la medular y a expensas de un Leo Messi (casi) infalible y un Luis Suárez ofuscado a la espera de recuperar el olfato goleador. Se mantiene la solidez defensiva, Ter Stegen se sale y continúan soplando a favor los resultados, puntal básico del crecimiento de un equipo deprimido hace dos meses. Nada que reprochar al trabajo de Ernesto Valverde, pero ha llegado el momento de pasar de pantalla. De crecer después de mantenerse.
D esde la confianza de los números, cabe esperar más atrevimiento, más alegría y más cocina elaborada en fase ofensiva. Si puede ser, con sal. Con la vuelta al equipo de Andrés Iniesta, está garantizada la salinización. Todo es más fácil y el Barça, más reconocible. Es tan obvio como que al mago Andrés le faltan socios semejantes en el centro del campo, perfiles distintos a los de Rakitic y Paulinho. Una carencia que ya sabíamos antes y durante el verano, y que ahora vuelve a flotar en la superficie. Sergi Roberto era la gran esperanza, pero su ida y vuelta al lateral derecho ha frustrado el plan esperado.
A hora que el jugador de Reus está de baja por otra inoportuna lesión muscular y que Ernesto Valverde no puede seguir experimentando con André Gomes, también lesionado, tendrán más continuidad Gerard Deulofeu y Denis Suárez y, ¿por qué no? quizás llegó la hora de probar con Carles Aleñà. Aparte del simbolismo de la marca La Masia, Aleñà tiene lo que le falta al equipo. Es un tío con descaro, con gol y con salero