Vuelve agosto
Aveces, el fútbol es una máquina del tiempo. Roma nos ha devuelto al mes de agosto, convirtiendo en un espejismo la gran trayectoria del equipo en la Liga y la Copa. La ilusión del barcelonismo se ha cortocircuitado de forma abrupta y dolorosa, aflorando las mismas dudas sobre el proyecto que surgieron tras la debacle en la Supercopa de España. Nos hacemos las mismas preguntas existenciales, cuestionamos la calidad, profundidad y edad de la plantilla, la planificación de la temporada, la dosificación de las vacas sagradas, la aportación de los fichajes y los pecados de soberbia. Todo, al mismo tiempo que asistimos resignados a un ‘déjà vu’ infinito del Real Madrid en Europa.
A diferencia de agosto, cuando el técnico representaba la esperanza, ahora Valverde ya ha gastado una vida. No sé cuantas le quedan, lo que está claro es que en Roma se dejó parte de la credibilidad que se ha ganado a pulso durante una temporada que empezó envenenada. Su mérito para remontarla es indiscutible, su lógica serena ha sido necesaria para apaciguar un club que ardía al final del verano, pero quedar fuera de la Champions, perdiendo como se ha perdido, ha sido un golpe tremendo e inesperado. El Barça jugó como un equipo menor con un planteamiento conservador alejado de su identidad. El engañoso 4-1 fue una trampa mortal. Valverde hizo un Emery, transformó la prudencia en miedo y quedó paralizado.
Señalar sólo a Valverde sería hacer un diagnóstico de mirada corta. Por tercer año consecutivo, el Barça no pasa de cuartos, dato más que suficiente para repartir las culpas. Una vez más, sea por lo que sea, la columna vertebral (Piqué, Busquets, Messi, Iniesta...) ha llegado justita a abril. ¿Mala gestión del entrenador o mala configuración de la plantilla? Un pez que se muerde la cola. Un círculo vicioso y maldito que nos vuelve a situar en agosto. El Real Madrid aspiraba a todo y el Barça, a poco. Ocho meses después, el doblete es posible, pero la final de Kiev marcará la temporada. Tan cierto como triste. Y como injusto