Mundo Deportivo (At. Madrid)

Una crisis de liderazgo

- Domènec García

a última debacle del Barça vino a romper una racha de victorias en la Liga que había alimentado la ilusión por conquistar la Supercopa. Era imprescind­ible volver a los títulos. Pero a la hora de la verdad un equipo desmotivad­o cayó ante un rival con fe y convicción en su desempeño y también, en parte, por culpa de un árbitro (el execrable Gil Manzano) que favoreció siempre el fútbol macarra del infractor.

Si en toda final hay que ofrecer un plus de rendimient­o, en La Cartuja los de Koeman ofrecieron lo contrario, con fallos colectivos e individual­es. Vamos, como en Cádiz, Vitoria, Wanda y en casa ante Eibar, que costaron un montón de puntos en la Liga, por no remontarno­s a Lisboa o Liverpool. Pasan los entrenador­es y el equipo reincide en fallos de cuarta regional, como ocurrió en primer empate al minuto del 1-0 o en el segundo, a un minuto del final, tras una falta tan mal defendida como innecesari­a, que ya había costado poco antes un gol, anulado por el VAR.

El Barça no estaba bien mentalizad­o para jugar esa final. Koeman no excita ni motiva, tanto como pueden hacerlo un Guardiola oun Klopp, por ejemplo. Y Messi tampoco es en el campo un capitán tipo Puyol, que corrige y ordena. En el tiempo previo a la prórroga, mientras los vascos cargaban energías e ilusión en un corro, los azulgrana, brazos en jarras, ponían cara mustia de estar esperando en la parada de autobús.

Triste y sin rumbo, el Barça perdió la final de la Supercopa tras un primer tiempo impresenta­ble, un segundo con ligera mejoría y una prórroga de nervios e impotencia. Con crisis aguda de liderazgo, tantos y tan graves errores le abocaron al fracaso

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