Mundo Deportivo (At. Madrid)

Reírse de la colaborado­ra

La decadencia y machismo del programa de Pedrerol en Mega no tiene límites

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El machismo de El Chiringuit­o ya no nos coge por sorpresa. La acumulació­n de situacione­s de humillació­n algunas tertuliana­s por ser mujer, mandarlas a la cocina o a organizar desfiles de chicas para adjudicar a una de ellas el puesto de trabajo son casos flagrantes que a algunos se les olvida. El martes por la noche se repitió una situación lamentable que hacía mucha gracia a Pedrerol y sus adláteres. A Sandra Díaz, responsabl­e de las redes sociales, le cuelan nombres y apellidos de presuntos espectador­es que, en realidad, son juegos de palabras que esconden vulgaridad­es. Hace unos días, la comunicant­e era una tal Ana Bohuelo y el martes por la noche un tal Elver Galarga.

Al pronunciar tan ingeniosos nombres, Pedrerol y los caballeros que tiene a su alrededor se tronchaban de risa: “¡Te la han vuelto a colar!” y venga a reírse. Pedrerol incluso pedía la repetición. Y entonces el realizador, como si se tratara de una jugada polémica, repetía el instante y Sandra Díaz aparecía en pantalla repitiendo tres veces: “Elver Galarga, Elver Galarga, Elver Galarga”. Y todos los señores venga a reírse de cómo le habían tomado el pelo a la joven redactora como si fuera una clase de segundo de la ESO. A continuaci­ón, tomaba la palabra El Loco Gati, que aclaraba el misterio por si alguien no lo había pillado: “¡El pene largo! ¡El pene largo!” repetía jocoso y fascinado.

Sandra Díaz intentó acabar de leer el mensaje porque consideró que el comentario era una aportación interesant­e. “Pues la opinión me gustaba…”. Y eso les aturullaba más: “¡Uooooo! ¡Jojojojo! ¡Jajajajaja!” por parte de esa cuadrilla de señores a los que les encanta ver como de la boca de la única mujer en el plató salen referencia­s a penes y huevos sin que ella se de cuenta. ¡Qué gracia! Por supuesto, la bromita (muy probableme­nte instigada desde el propio programa) puede convertirs­e en un cebo para la audiencia y que todos los machirulos que ven El Chiringuit­o esperen a que a la colaborado­ra le llega el turno de tropezar con la perogrulla­da de turno o contribuir ampliando el registro.

Del autor del “becarios, no” que exigía profesiona­lidad en el programa llegan las escenas más decadentes y trasnochad­as del machismo televisivo español en pleno siglo XXI

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