Erradicar el insulto
Ahora que los grandes altavoces están todos alineados vale la pena ir un poco más hacia adelante. La condena del racismo y la lucha contra esa lacra debe ser constante pero también es el momento, como ayer apuntó acertadamente Xavi, de erradicar el insulto de los campos de fútbol. Es posiblemente un problema de sociedad y de educación y hay que aprovechar la oportunidad para mejorar el deporte en su relación entre los deportistas y los aficionados. Porque si realmente se toma en cuenta y se pone el foco pueden desaparecer también las actitudes lamentables que se producen en los campos de la base, con chavales jugando a fútbol, y gente en la grada insultando a los árbitros y a los niños.
HAY MOMENTOS EN QUE HAY QUE SER
contundentes. Este es uno. El insulto se ha acabado instalando en la sociedad como un elemento con el que hay que convivir porque las redes lo multiplican y lo airean. En los campos de fútbol ha llegado a ser considerado como un desahogo y que el pago de la entrada daba derecho a poner a caldo a cualquier actor del espectáculo porque la afición era “soberana”. No hay soberanía en el insulto. De ningún tipo. Quien se escuda en la liberación personal, descarga de tensiones o en la libertad de expresión para insultar a otra persona solo hace un ejercicio de cobardía amparándose en conceptos sin argumento.
EL FÚTBOL Y EL DEPORTE DEBEN CONDENAR
el racismo y el insulto. Sin instrumentalizarlo para una campaña electoral o para disimular vergüenzas. Se debe hacer de forma natural, sin sombras ni estrategias paralelas de comunicación, porque carcome los pilares de la sociedad, de la igualdad, de la justicia, de la dignidad. Ha llegado el momento de ser contundente y aprovechar la ocasión. Sin mezclar nada. Una cuestión es la condena unánime y legítima y otra es colocar a cada cual en su sitio, sin combinar víctimas y verdugos. Los insultos contra Vinicius hacen daño a toda la sociedad. La actitud del jugador merece un aplauso en la denuncia y una crítica en los gestos de desprecio a compañeros de profesión y a aficionados. Y el club y las instituciones deben también saber separarlo