Perpetuar el racismo
Existen inercias a la hora de informar que enquistan el problema de la violencia
Anivel mediático, tanto durante como después del partido, hubo la voluntad general de denunciar claramente y con contundencia el racismo en el fútbol. La reacción fue unánime. Pero también se hicieron evidentes, especialmente al día siguiente, ciertas inercias y determinados mantras que, desgraciadamente, son indicativos de la perpetuación del problema, en los estadios y en todas partes.
Contar racistas para determinar la gravedad: Entrar en cálculos sobre si era un hombre solo, si eran dos, si era un grupo reducido, un sector concreto o una masa considerable para dirimir el nivel de indignación que debe provocarnos el ataque racista es ridículo. Uno es suficiente. Porque reaccionando contra uno solo es cuando se aplica la tolerancia cero y se acaban los pocos y los muchos.
Ampararse en el protocolo antirracista de La Liga: Proteger el fútbol aduciendo la existencia de un protocolo y su aplicación no es garantía de nada. Es más, debe servir para ponerlo a prueba. ¿Ha sido eficaz el protocolo? ¿Ha sido capaz de erradicar el problema de los estadios? Si no funciona, hay que cambiarlo y mejorarlo, no simplemente exhibirlo para parapetarse.
Debatir el racismo: El racismo es inopinable. Montar tertulias que dan vueltas al asunto durante horas acaba acarreando matices y mezclas de asuntos futbolísticos que nada tienen que ver y que parecen legitimar la violencia o darle un contexto de coherencia.
Repetir el mantra equivocado: Insistir hasta la saciedad que “España no es racista” o que “La Liga no es racista” o que “el fútbol no es racista” es peligroso. La excusa de que no se puede tomar la parte por el todo no sirve porque el racismo debe abordarse como un problema social. Como evidenciaban múltiples montajes con imágenes de archivo, hace décadas que los episodios de racismo se repiten en los estadios y no existe una temporada sin muestras de ello. Es como lo de “no todos los hombres son machistas”. Esto no exime de que España sea un país machista. Si se informa del racismo como un problema ajeno, como casos aislados o como un simple desahogo de cuatro energúmenos, no lo combatimos. Solo desde la máxima exigencia compartida y la autocrítica como sociedad se podrá acabar con el racismo