La última zambullida de Audrey Mestre
Este año se estrenará la película ‘The Dive’, basada en la trágica muerte de la ‘freediver’ Buscaba un récord de 171 m. que debía llevarle tres minutos. Y se fue hasta los 8’38”
En los próximos meses, si se cumplen los plazos, se estrenará la película ‘The Dive’ (la zambullida), un proyecto de James Cameron que puso en manos de Francis Lawrence. El director de ‘Los Juegos del Hambre’ tiene como protagonista a una vieja conocida con la que ya trabajó en la citada película, la actriz Jennifer Lawrence.
‘The Dive’, cuyo subtítulo es “una historia de amor y obsesión”, es un libro publicado en el año 2004 que, escrito por el buceador cubano Pipín Ferreras, narra en primera persona la trágica muerte de su pareja y también legendaria ‘freediver’ Audrey Mestre, acaecida dos años atrás, cuando aún no había cumplido los 29.
Más allá de cuánto respete el guión cinematográfico el texto del libro, y de cuánto se calló el propio Ferreras en el ejercicio de exorcismo que supuso para él poner sobre papel unos recuerdos terribles, el fallecimiento de Mestre es una historia que desgarra y cautiva, con evidentes claroscuros, y que pone en evidencia el hecho de que el freediving es una de las modalidades deportivas con mayor índice de mortalidad.
Ferreras y Mestre se conocieron en 1996. Él tenía 34 años. Ella, 21.
Él, natural de Matanzas, en la costa norte cubana, tuvo el mar como patio de juegos y pronto comenzó a practicar la pesca submarina y recolectar coral negro. Un ‘freediver’ italiano le vio en acción y, constatando que tenía un talento fuera de lo común, lo llevó a su terreno. Consiguió su primer récord mundial a los 27 años, llegando hasta 112 m. de profundidad, y llegó a acumular hasta 21 plusmarcas en un frenesí competitivo que mantuvo con el especialista transalpino Umberto Pellizzari en la modalidad ‘No Limits’.
Viviendo en el filo
El ‘No Limits’ vive en el filo y el mínimo error resulta fatal. Los buceadores descienden ayudados por un peso conectado a un cableguía hasta el punto establecido y una vez allí lo sueltan y activan un globo de aire que les catapulta hasta la superficie. Los cambios de presión son enormes y súbitos y el nitrógeno disuelto en la sangre en estas condiciones puede derivar en una narcosis que ataca deprisa y que sólo puede mitigar una cámara de descompresión.
Ella, parisina de Saint-Denis, emigró a México con su familia siendo adolescente y estudió biología marina en la Universidad La Paz de Baja California, un paraíso para las habilidades como nadadora y buceadora que había desarrollado desde niña.
Ferreras debía ser el objeto de su tesis doctoral sobre la adaptación del cuerpo humano a las grandes profundidades. Era una buena elección: sus pulmones podían absorber más de 8 litros de aire, el doble de un hombre normal, contenía la respiración durante más de tres minutos y era capaz de disminuir su ritmo cardíaco a voluntad. Aprovechó que impartía unos cursos cerca, en Cabo San Lucas, para ir a verle. Quedó fascinada, hasta el punto de marcharse con él a Miami casi de inmediato.
Durante los siguientes tres años, Pipín la instruyó en el freediving y Audrey aprendió deprisa. Se casaron en 1999 y en el 2000, delante de la costa de Fort Lauderdale (Florida), Mestre firmó su primer récord mundial femenino, descendiendo hasta 125 m., un registro que llevaría hasta los 130 m. poco más tarde.
En agosto de 2002 a la pareja le surgió una rival inesperada. La estadounidense Tanya Streeter, con un descenso de 160 m., se convirtió en el ser humano que más hondo se había sumergido hasta entonces sin suministros de aire. Audrey y Pipín se propusieron recuperar el récord y sería ella, más joven y en mejor forma, quien intentara superar sus límites.
En octubre de ese mismo año se desplazaron a las aguas dominicanas de Bayahibe y los primeros entrenamientos fueron prometedores: 166 m. al principio, lo que ya hubiera supuesto un récord mundial en condiciones de homologación y un buen augurio para atacar los 171 que se había propuesto.
El día 12 de octubre de 2002 todo estaba dispuesto para la zambullida definitiva. Pipín y su socio Carlos Serra eran los responsables de la logística y fue el propio Ferreras el encargado de comprobar si había aire en el dispositivo de inflado del globo que debía devolver a su esposa a la superficie; abrió la válvula y la cerró al escuchar el silbido, pero no comprobó la presión con un manómetro.
Audrey, embutida en un traje de submarinista amarillo y negro, se lanzó al agua para su rutina de hiperventilación previa y Serra le dio la cuenta atrás de cinco minutos. Su misión era tan simple como aterradora: descender el equivalente de un edificio de 56 plantas, desde el ático al sótano, y luego hacer el camino inverso hacia arriba. Tiempo máximo estimado: tres minutos. Un último sorbo de aire y se sumergió.
El globo maldito
Al principio todo parecía ir bien; el golpe del tope final sacudió el cable de sujeción 1’42” después de sumergirse, indicando que había llegado al fondo 14 segundos más rápido de lo previsto. Ahora sólo faltaba abrir la espita que cargaba de aire el globo de ascensión, agarrarse fuerte y seguir conteniendo la respiración un poco más. Audrey lo hizo, pero el globo no se hinchó. Lo intentó una segunda vez. Tampoco.
Los protocolos de seguridad exigen que en el fondo haya al menos un buzo equipado para socorrer al ‘freediver’ en caso necesario. Quien estaba ahí abajo, contemplando la escena incrédulo, era Pascal Bernabe, amigo íntimo de la mujer. Insertó la boquilla de su bombona de trimix –una mezcla respirable de oxígeno, helio y nitrógeno– para ayudar al inflado del globo, que comenzó a hincharse muy despacio, demasiado.
Ya llevaban un minuto a 171 m. de profundidad, pero ella había instruido a Pascal para que jamás le ofreciera un sorbo de aire si no se lo indicaba expresamente.
No lo hizo. Eso habría invalidado el récord, sí, pero suponía además un peligro para su salud porque sus pulmones podrían colapsarse y reventar durante el ascenso, porque un solo espasmo de tos la habría ahogado. O porque estaba demasiado aturdida por la narcosis para pedirlo. Nunca lo sabremos.
Cuando ya llevaba 3’50” sin respirar, Audrey Mestre quedó inconsciente y se soltó del cable. Pascal la sujetó y fue ascendiendo muy despacio; si lo hacía más deprisa, él también moriría por causa de la descompresión.
El siguiente buzo de seguridad, Wiky Orjales, estaba 80 metros más arriba, a cuatro minutos en el ritmo apropiado. Pascal Bernabe, sujetando a la exánime Mestre, llegó hasta su posición en sólo 1’55”, arriesgando su vida, pero había pasado tanto tiempo que Orjales se había marchado de allí, pensando que el intento se había abortado y que ella estaba abajo, respirando de la boquilla de su compañero. Pascal hizo lo que debía: se detuvo en ese punto para no morir y esperó. 63 segundos más tarde llegó Pipín.
Ferreras ya había detectado desde la superficie que algo marchaba muy mal, se había colocado una bombona de aire a la espalda y se había sumergido. Tomó en brazos a Audrey y subió, ignorando los protocolos de descompresión. Cuando emergió hacía 8’38” que su esposa había tomado su último sorbo de aire. De su boca manaba espuma ensangrentada pero aún tenía pulso. Cuando Serra la depositó en el bote para regresar a tierra, le abrió los párpados y supo que se había ido para no volver.
Primero fue el dolor. Audrey fue incinerada y sus cenizas esparcidas en el mar. Luego llegaron las dudas y las preguntas. Era obvio que habían fallado demasiadas cosas en un mundo donde nada puede salir mal si se pretende sobrevivir.
Un año después de la muerte de Audrey Mestre, Pipín Ferreras se sumergió hasta 171 m., un hito conmemorativo, en el que fue su último gran ‘freedive’. Dos años después del fatídico día publicó el libro ‘The Dive’.
¿Negligencia o crimen?
La voz de Ferreras no es la única que ha contado esta historia. En 2006 su ex socio Carlos Serra publicó otro libro, ‘The Last Attempt’ (El Último Intento), muy elogiado por los ‘freedivers’, en el que explica su versión. Acusa a Pipín de negligencia a la hora de establecer los protocolos de seguridad y deja entrever que podría tratarse de un crimen. Según él, la pareja se encontraba al borde de la ruptura porque Ferreras se sentía eclipsado por los éxitos de su mujer y ésta estaba dispuesta a dejarle. También según él, Pipín ‘olvidó’ deliberadamente llenar el tanque de gas que debía inflar el globo-nodriza, sabiendo cuál iba a ser el resultado