Mundo Deportivo (Barcelona)

Valverde que te quiero verde

El largo, cansino y desgastant­e culebrón Neymar se lo ha engullido todo este verano. Durante dos meses, el nuevo entrenador ha pasado demasiado desapercib­ido

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Luis Enrique llegó al Barça proclamand­o, de buenas a primeras, que el líder era él. Aunque dentro del vestuario más de una vaca sagrada levantó la ceja, el discurso de autoestima alta del entrenador del Barça era básico, como péndulo de club, tras la rendición de un Tata de perfil bajo y la muerte de Tito Vilanova, que fue el mayor golpe anímico vivido por este vestuario. Así, su “hola aquí estoy yo” tan contundent­e tenía un doble destinatar­io. De puertas para dentro para tomar el mando y de puertas para fuera practicar un boca a boca ilusionant­e una afición necesitada. Lo primero lo logró tras la crisis de Anoeta ceder algo en su ímpetu y modular su criterio. Al socio se lo puso en el bolsillo en el minuto uno y no recuerdo otro entrenador del Barça -porque no lo hay- que consiguies­e que el Camp Nou corease su nombre a cada partido durante tres años.

Y entonces, tras su adiós, aterrizó

Valverde, el escogido por Bartomeu. Ernesto

llegó con más currículum y experienci­a que Lucho, pero con muy distinto talante. Discreto, humilde, nada pavero... Ninguna sorpresa. Todos le recordamos como jugador del Barça y le hemos seguido como entrenador en San Mamés o Mestalla. No hay vehemencia en sus palabras. Respeta, no falta, no tira de ironía. Su discurso es coherente pero, formalment­e, sincopado, como si hablar le cansara. Sus ojos, permanente­mente ensoñados, transmiten una paz rijkaardia­na, lejos de la mirada vivaracha de

Guardiola o Luis Enrique. Así las cosas, se fueron a una gira americana donde Neymar y su padre montaron su teatro del malo y acapararon todo el protagonis­mo. De

Valverde nunca más se supo durante su primer mes en el banquillo y su figura quedó empequeñec­ida.

Si pasó desapercib­ida la cumbre con

Obama, si el gran mosaico de las camisetas del Barça en un parque de Manhattan (del que TV3 cubrió la noticia destacando que no se había logrado el récord Guinness), si ganar consecutiv­amente a Juve, United y Madrid no tuvo gancho (sí lo hubiera tenido en caso de derrota), el papel del entrenador quedó diluido a niveles insólitos. Casi ni se habló de su filosofía, sus métodos de trabajo y sus planes tácticos para la temporada. Neymar se lo cargó todo en julio y Valverde llegó al mes de agosto teniendo que afrontar una Supercopa ante el Madrid con el golpe anímico de la pérdida de un crack y el golpe futbolísti­co de tener un equipo sin profundida­d y con mucho menos desborde. A pesar de jugar una buena primera parte en el Camp Nou y una aceptable segunda en el Bernabéu, el meneo en muchas fases de la final fue para ponerse a temblar. El extraño planteamie­nto táctico del partido de vuelta (de perdidos al río) fue para empezar a dudar de la capacidad de un entrenador que podía parecer verde para el Barça. Era demasiado pronto. Ganar las dos primeras jornadas sin Suárez y sin el sustituto de Neymar ha sido tan vital para empezar a creer en el proyecto como en Valverde.

Esta misma tarde, la UEFA le sentará en Nyon junto a los mejores entrenador­es del mundo. Le irá bien sentirse entre los elegidos, porque está muy bien ser humilde, discreto y nada pavero, pero cada mañana, cuando te vistes, tienes que pensar que eres el entrenador del Barça y salir a comerte el mundo

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