Mundo Deportivo (Barcelona)

¿Diabético? ¿Yqué?

Juan Cruz Aragone sobrevivió a un coma de tres semanas y controló su diabetes para alcanzar el cuadro grande del Open USA

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JC Aragone es el americaniz­ado nombre de Juan Cruz Aragone, un estadounid­ense hijo de argentinos, criado en California y formado en la Universida­d de Virginia. Con 22 años ocupa el puesto 534 del ranking y llevaba meses sudando en los ‘futures’, los torneos de pequeño formato, hasta recibir una invitación de última hora para la fase previa del Open USA. Ganó tres partidos, se metió en el cuadro grande y el lunes perdió en primera ronda ante un jugador contrastad­o, el sudafrican­o

Kevin

Anderson, al que solo pudo robar siete juegos.

Todo muy normal, salvo su milagrosa historia.

Hace cinco años, cuando con 16 era un prometedor proyecto de tenista, estuvo tres semanas en coma. Una reacción alérgica a un medicament­o contra el acné provocó una insuficien­cia renal y hepática que pudo matarlo. Volvió a la vida, pasó dos años entrando y saliendo del hospital, descubrió que era diabético y estuvo tres años sin tocar una raqueta. Demasiados obstáculos, pero Aragone lo intentó. Volvió a jugar y logró una beca para la Universida­d de Virginia, a la que ayudó a conseguir el título nacional de la NCAA. Pero aún era demasiado pensar en un futuro como profesiona­l. “Él decía que le iba a costar muchísimo, que era muy arriesgado y que sería mejor asegurar un trabajo para toda la vida”, cuenta hoy su madre, Paula. JC, con la carrera de Económicas acabada, encontró un trabajo de becario en Nueva York, en el banco JP Morgan. Incluso fue al Open USA el año pasado... pero con entrada de espectador.

Por una vez, padres e hijo intercambi­aron sus papeles y fueron los primeros los que le empujaron a la aventura del tenis profesiona­l. “Es lo que amas. Hazlo”, le dijeron. “OK, lo intentaré”, respondió. Y JC comenzó a dar vueltas por pequeños torneos en Estados Unidos, pero también en Europa: España, Portugal, Francia... el pasaporte a modestos premios y, como acabó pasando, a la fase previa de algún torneo del Grand Slam. “Me di un año, y en ese año sigo. Las diez últimas semanas, jugando y viajando de aquí para allá, han sido las más duras de mi vida”.

Aragone es un ejemplo de la notable integració­n que puede llegar a conseguir un enfermo de diabetes en un mundo tan competitiv­o como el del deporte profesiona­l. Dice estar en conversaci­ones con algunas organizaci­ones de ayuda a diabéticos para convertirs­e es su embajador. “Este es el mensaje: ser diabético no es grave, también puedes hacer realidad tus proyectos”.

En el Open USA, ante Kevin Anderson, Aragone desapareci­ó de la pista al final del primer set para inyectarse insulina. Tuvo el OK del juez de silla, porque antes de cada torneo avisa de su condición de diabético. Y pincharse es una rutina necesaria: su organismo, con la tensión del partido, libera hormonas que hacen subir el nivel de azúcar en su sangre, así que JC salta a la pista siempre con el material para poder inyectarse y con un pequeño dispositiv­o con el que monitoriza su nivel de glucosa. El aparato le avisa, mediante una vibración, cuando sus niveles bajan o suben demasiado, de modo que sabe cuándo debe inyectarse. Contra Anderson, los niveles estaban disparadís­imos. “Pero no perdí por eso”, admite. Perdió, pero ya sabe que la enfermedad no va a limitar su talento

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FOTO: AP Juan Cruz Aragone, en la primera ronda del Open USA, donde culminó una milagrosa recuperaci­ón tras sobrevivir a un estado de coma

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