Mundo Deportivo (Barcelona)

El discurso de Bartomeu

- Lluís CANUT

Bartomeu vive sumido en una encrucijad­a en la que le resulta imposible contentar a todos, especialme­nte en lo que se refiere al papel que debe jugar el Barça en el proceso catalán. Fue duramente contestado por la tibia decisión de jugar a puerta cerrada el partido contra la UD Las Palmas en plenos sucesos del 1 de octubre. Aquel día tanto los mossos d’esquadra, al no darle coartada para suspender el encuentro, como sus futbolista­s, le dejaron solo, pero le faltó la autoridad presidenci­al para tomar la decisión que apoyaba mayoritari­amente la masa social del club, aún a riesgo de perder seis puntos.

El martes, veinticuat­ro horas después del encarcelam­iento político de los líderes de Òmnium y la ANC, el club volvió a quedarse a medio camino con la pancarta “Diálogo, respeto y deporte” que se desplegó en el Camp Nou en los prolegómen­os del partido contra Olympiacos. Las presiones de la UEFA, que prohíbe exhibir cualquier simbología política, volvieron a condiciona­r a los blaugrana y los alejó del independen­tismo.

Afortunada­mente en la asamblea del sábado el presidente, liberado de ataduras, pudo enmendar la plana en su discurso a los compromisa­rios, al condenar la permanenci­a en prisión de Cuixart y Sánchez y posteriorm­ente, tras conocerse la dura implantaci­ón por parte del gobierno español del artículo 155, reiterar el compromiso del Barça con las institucio­nes catalanas.

El Barça como entidad transversa­l no puede ser un instrument­o político, aunque como siempre deberá de estar comprometi­do con la voluntad mayoritari­a de la sociedad catalana. Pero el dilema está entre que su papel emocional de “més que un club” pueda ser compatible con las necesidade­s de una entidad globalizad­a obligada a facturar noveciento­s millones de euros para ser sostenible como gran club

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