El discurso de Bartomeu
Bartomeu vive sumido en una encrucijada en la que le resulta imposible contentar a todos, especialmente en lo que se refiere al papel que debe jugar el Barça en el proceso catalán. Fue duramente contestado por la tibia decisión de jugar a puerta cerrada el partido contra la UD Las Palmas en plenos sucesos del 1 de octubre. Aquel día tanto los mossos d’esquadra, al no darle coartada para suspender el encuentro, como sus futbolistas, le dejaron solo, pero le faltó la autoridad presidencial para tomar la decisión que apoyaba mayoritariamente la masa social del club, aún a riesgo de perder seis puntos.
El martes, veinticuatro horas después del encarcelamiento político de los líderes de Òmnium y la ANC, el club volvió a quedarse a medio camino con la pancarta “Diálogo, respeto y deporte” que se desplegó en el Camp Nou en los prolegómenos del partido contra Olympiacos. Las presiones de la UEFA, que prohíbe exhibir cualquier simbología política, volvieron a condicionar a los blaugrana y los alejó del independentismo.
Afortunadamente en la asamblea del sábado el presidente, liberado de ataduras, pudo enmendar la plana en su discurso a los compromisarios, al condenar la permanencia en prisión de Cuixart y Sánchez y posteriormente, tras conocerse la dura implantación por parte del gobierno español del artículo 155, reiterar el compromiso del Barça con las instituciones catalanas.
El Barça como entidad transversal no puede ser un instrumento político, aunque como siempre deberá de estar comprometido con la voluntad mayoritaria de la sociedad catalana. Pero el dilema está entre que su papel emocional de “més que un club” pueda ser compatible con las necesidades de una entidad globalizada obligada a facturar novecientos millones de euros para ser sostenible como gran club