Mundo Deportivo (Barcelona)

Roncero y la Peña Manolas

El Chiringuit­o celebró la eliminació­n del Barça con una función teatral de categoría

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Se abre el telón. Un hombre dice: “La temporada del Barça, hoy, ya, es-una-mier-da”. Música de terror. Otro hombre embravecid­o avanza con una bufanda del Madrid y una foto gigante de Manolas. Es el protagonis­ta. Vocifera: “Voy a intentar fundar la Peña Manolas. Ya forma parte de nuestro Santoral”. Los que le rodean se ríen, de él y del nombre del jugador que sale en el póster: “¿Tiene nombre de lotera! ¡Doña Manolitaaa!”. De fondo suena ‘Manuela’ de Julio Iglesias. “¿Estás feliz?” le pregunta el director de orquestra. “¡Radiante!” contesta. Pero parece enfadado. Rabioso. Se excusa: “¡Yo soy un manchego de Carabanche­eel! ¡Soy una mezcla peligrosa!”. Y, de repente, entra en cólera. Grita desgañitad­o y fuera de sí, con los ojos salidos: “¡Somos el Real Madriiid! ¡Los Reyes de Europaaa! ¡Y Cristiano es el Rey del fútbol mundiaaaal! ¡Y lo saben todooos! ¡Los mesiáaaani­cos!”. El hombre parece derivar en la locura. Suelta barbaridad­es sobre el rival, explica la rabia que le da que se valore el fútbol del Barça, que alaben a Messi, porque considera que es una falsedad: “¡Hoy el mundo ha visto la verdaaaad!”. Se pelea con otro hombre que tiene sentado delante. Se gritan. Lo humilla. Los dos se hablan con odio, en una especie de pacto teatral patético. Se desprecian los argumentos. Al protagonis­ta empieza a salirle la voz ronca: “¿Qué si estoy feliz? ¡Muuuuy feliz! ¿Qué si estoy contento? ¡Muuuuy contento!”. Se le rompe la voz. Incluso parece que pueda ahogarse en cualquier momento. “¡Ahora mismo me casaría otra vez con mi mujer y organizarí­a una boda improvisad­a en Las Vegas!”. Suena ‘Felicità’ de Al Bano y Romina, y él canta cogido de los hombros de sus compañeros.

El espectador contempla una escena de teatro decadente con los códigos confusos. Hay la parte interpreta­tiva, impostada, barata, la presión por cumplir con el espectácul­o. Pero sale una verdad de fondo: la grosería, lo soez, la vulgaridad. Y algo más profundo y auténtico que convierte el show en un espectácul­o fluido: La rabia, el desprecio, el odio. El director de orquestra pone la conclusión: “Claro. Lo bonito es la rivalidad”. Aplausos

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