La enfermedad crónica del fútbol
Tener que protegerse los labios con la mano para poder hablar es una vergüenza para todos
La reciente polémica desatada por las palabras de la secretaria de Estado de Comunicación, Carmen Martínez Castro, por su reacción el pasado sábado en Alicante ante los abucheos al presidente Mariano Rajoy por parte de un grupo de pensionistas tiene mucho fondo.
“¡Qué ganas de hacerles un corte de mangas de cojones y decirles: ‘Pues os jodéis’!”, dijo Martínez Castro a un compañero de partido a la llegada del presidente al Ayuntamiento de Alicante.
Martínez Castro pensó que nadie estaba escuchando lo que decía. Pero fue grabada. Y en su disculpa fue, al menos, valiente. “Cuando unas palabras que pretenden ser privadas pasan a ser públicas hay que asumirlas y mis palabras fueron muy inadecuadas en el fondo y forma”, declaró. Por ello, la secretaria de Estado pidió perdón a las personas que se sintieron ofendidas y reconoció que “muy fina, no quedé”.
Al poco de llegar al FC Barcelona, Andoni Zubizarreta comentó a este periodista que cuando habláramos en la tribuna me tapara la boca por si me grababan desde el césped y se reproducían mis palabras. Nunca protegí mis labios, aunque fue muy meticuloso en lo que decía en las zonas a tiro de cámara.
Con el paso de los días me apercibí que los jugadores, los entrenadores, todos los componentes del espectáculo deportivo se tapaban los labios cuando estaban cerca de las cámaras y la verdad es que comprobé con el tiempo que esa costumbre no está extendida en el resto de Europa. En la Bundesliga o en la Premier no se ve a los jugadores tapándose constantemente los labios, por lo que hay que considerar que esa práctica evidencia una de las muchas enfermedades endémicas de nuestra Liga.
¿Pueden los cámaras grabar conversaciones y después intentar descifrarlas y emitir sus contenidos? La respuesta es bien sencilla: Sí, claro.
Pero la respuesta debería tener un desarrollo más amplio en tanto en cuanto los jugadores y entrenadores se tapan los labios incluso cuando quieren decir algo positivo o un comentario correcto con un árbitro o un adversario.
Los protagonistas del espectáculo futbolístico deberían tener la certeza de que sus palabras, aquellas que forman parte del juego, no serán grabadas y emitidas, o al menos perder el temor de que todo lo que puedan o vayan a decir va a ser emitido. También deberían ser muy prudentes con lo que les dicen a los adversarios. La falta de deportividad empieza con la falta de respeto y la pérdida de las formas.
En el fragor del enfrentamiento deportivo los jugadores deben contar con la discreción de los periodistas. Esa es mi opinión. Los protagonistas del mayor espectáculo del mundo deberían tener un margen de confianza en los medios que a día de hoy no tienen, aunque ellos, los futbolistas, también deberían hacer parte del trabajo: ser cautos.
Este análisis no pretende otra cosa que poner encima de la mesa un problema grave que afecta a nuestro fútbol. El reciente Clásico fue un disparate, desde la polémica del pasillo al abrazo clandestino de Zidane a Iniesta. Un disparate en el que no faltaron los insultos, los comentarios fuera de lugar, las malas formas y muchas manos cubriendo los labios para poder pronunciar, seguramente, frases impresentables. Quizá el hecho de que el Barça era ya campeón enturbió la atmósfera.
Habrá que preguntarse cuándo y por qué se perdió esa confianza que hace que deportistas de élite tengan que taparse los labios cada vez que abren la boca. Esta es una reflexión que alcanza a los futbolistas, pero también a los miembros de la Prensa, una profesión que debe respetar también sus límites y cuyo correcto ejercicio mejoraría éste increíble espectáculo de masas con enfermedades crónicas aparentemente incurables
Los jugadores deberían estar tranquilos, pero a la vez tener la responsabilidad de guardarse algunos de sus comentarios antideportivos